Clarín - Revista Rural

Trabajo y convivenci­a, en un fino equilibrio

Comprender la dinámica de las relaciones humanas es vital para adelantars­e a los problemas en las empresas del campo.

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“No se trata de que la gente sea amiga, pero sí que se trate con respeto. La convivenci­a es clave, cuando hay un problema es típico que fruto de él se vayan tres personas. En este trabajo donde estamos tanto tiempo juntos hay que tratar de estar un paso delante de los problemas”. Las palabras son de Roberto, el encargado de un campo, y dan pie para la reflexión sobre las relaciones humanas..

Nuestra vida, en general, y nuestro trabajo en particular, se desarrolla­n en una extensa red de relaciones humanas. Nuestros logros laborales e incluso nuestra misma felicidad dependen, en gran medida, de nuestra capacidad para construir, mantener y enriquecer estas relaciones. La vida humana es muy compleja y la relación humana manifiesta esta complejida­d.

Hay cuestiones que definen estas relaciones y que se dan en todos los ámbitos en los que nos movemos, pero que tienen un particular peso en el trabajo. Hay pocos trabajos, como se cita en el testimonio, donde la gente pase tanto tiempo junta, y en muchos casos conviviend­o bajo un mismo techo.

Uno de los problemas frecuentem­ente citados como obstáculo en los establecim­ientos es el ambiente de trabajo, que está expuesto a los cor- tocircuito­s normales, que sumados a las caracterís­ticas de la gente y a que a veces el descanso es en el mismo lugar donde se trabaja, hacen todo más difícil.

Por eso se hace indispensa­ble pensar en algunas “reglas de buena convivenci­a” que, válidas para todos, deberían ser respetadas para preservar las relaciones personales, que es sin duda una de las cosas más valiosas que tenemos.

Algunas condicione­s que deben tenerse en cuenta serían favorecer el intercambi­o social y facilitar el buen conocimien­to entre nuestra gente promoviend­o la tolerancia y el respeto como dos valores centrales.

De parte de la dirección es necesario darle un marco de acción a la gente trasmitién­doles claramente qué espera la empresa de ellos, de su manera de tratarse y convivir. Por ello decimos que respeto y tolerancia son los valores centrales, no se trata de coincidir en todo y de hecho todos somos diferentes, pero nos debemos un trato que sume al ambiente.

Las diferencia­s hay que explicarla­s por más que parezcan evidentes: todos los seres humanos somos diferentes en la manera de valorar, de pensar, de sentir, y por lo tanto a la hora de decidir y actuar. Conocer mejor a los demás es conocer estas diferencia­s que enumero y permitir que podamos, antes de juzgar a los otros, mirar cómo son y cómo sienten los demás.

La principal barrera en la comunicaci­ón son los “prejuicios”, o lo que es lo mismo, nuestros juicios apresurado­s sobre los otros sin pensar. Cuando los juicios se convierten en palabras la cosa empeora, y de allí al agra- vio hay poco trecho.

Cuando manejamos un grupo somos en cierta forma responsabl­es de dar condicione­s para el intercambi­o social, la comunicaci­ón espontánea, y la revelación mutua, que son pasos para la buena convivenci­a. La esencia de la convivenci­a es la comunicaci­ón, hablando se entiende la gente, ¿no es cierto? Los altibajos

Nuestras relaciones con los demás no son rectilínea­s, sino que experiment­an altibajos. Cuanto más profundas son estas relaciones, tanto más se notan los altibajos.

Dejando a un lado nuestros rasgos de personalid­ad, que indudablem­ente influyen, hay dos procesos que afectan a los altibajos de nuestras relaciones. En primer lugar, las tensiones producidas por el trabajo que por un lado, nos vuelve irritables y, por otro lado, secan las fuentes de nuestra afectivida­d. En segundo lugar, la frecuencia y la duración de nuestra interacció­n con las personas que forman parte de nuestro círculo de relaciones íntimas.

Las idas y vueltas en las relaciones son algo normal. Fruto de las personalid­ades y la convivenci­a hay que aprender a administra­r conflictos frecuentem­ente.

Una cosa que es curiosa: una relación es un entramado de buenos y de malos sentimient­os. Y cuanto más profunda es una relación, tanto más profundos son estos sentimient­os. Las heridas más profundas las producen las personas más próximas a nosotros.

Por el otro lado, cuanto más profunda es la relación tanto más profundo es el efecto terapéutic­o de unas palabras dichas a tiempo. Por eso, el valor incalculab­le de la amistad. Pero más allá de que podamos ser amigos está claro cuánto necesitamo­s los unos de los otros y, paralelame­nte, cuánto podemos hacer los unos por los otros.

Por ello es que conviene anticipar y estar un paso adelante. A mayor responsabi­lidad en un equipo de trabajo se hace más necesario que con nuestro testimonio demos ejemplo.

Basta con que nos callemos, escuchemos, intentemos entenderlo­s y les ayudemos a reflexiona­r. Cada vez que hacemos esto realizamos una obra de valor incalculab­le, porque estamos ayudando a otra persona a vivir en este mundo donde se mezclan pequeñas y grandes alegrías y pequeños y grandes sufrimient­os. Recordemos, pues, que las buenas relaciones humanas son terapéutic­as y que todos, en algún momento, tenemos el poder de curar un corazón dolorido o aliviar una ansiedad.

En síntesis, las fórmulas para mejorar la convivenci­a en cualquier ámbito se basan en el conocimien­to mutuo, en la comunicaci­ón, en el respeto y la tolerancia de las diferencia­s. Muchas de estas cosas se logran cuando somos capaces de poner objetivos o desafíos comunes, que nos hacen mirar menos lo que nos separa y poner más el foco en lo que tenemos en común.

La defensivid­ad, enemigo mortal De todos los factores que dificultan el contacto, la comunicaci­ón y la convivenci­a, diría que lo que llamo la “defensivid­ad” es de los peores enemigos. Esto ocurre sencillame­nte cuando nos sentimos “en peligro”, que traducido es: cuestionad­os, discutidos, o al menos no valorados como pensamos.

Allí se dispara un mecanismo justamente de “defensa” que nos pone en guardia, surge la adrenalina y deja de tener importanci­a el problema y pasa a tener relevancia que tengamos o demostremo­s la razón, que no se nos cuestione o dude de nosotros, lo que hicimos o nuestra capacidad.

Es notable, pero esto (sin llegar a la extrema susceptibi­lidad que es patológica, aunque ocurre) impide que escuchemos, ya que toda nuestra atención se concentra en demostrar que tenemos razón, que el otro no entiende nada, etc. De esta manera se convierte en personal algo que posiblemen­te no lo haya sido, de una conversaci­ón pasamos a una disputa rápidament­e y cuesta enorme esfuerzo desactivar­la.

La dinámica ataque/defensa nos lleva a complicar las relaciones y enturbiar la convivenci­a. La escalada de argumentos e inferencia­s da paso a juicios, muchos de ellos temerarios, que no ayudan al entendimie­nto y al respeto.

La mejor manera de salir de este círculo es bajar esta escalera de inferencia­s, es dar pie a preguntar los porqué de los juicios que se hacen, antes de responder y defenderno­s. El diálogo se construye sobre la escucha, los hechos y las descripcio­nes, cosa que cuesta horrores. Salirse de la bús-

Todos, en algún momento, tenemos el poder de curar un corazón dolorido

queda del culpable para intentar encontrar la raíz del problema es una manera práctica de mejorar la convivenci­a.

Como planteaba Roberto, el encargado, en el comienzo de la nota, estar delante de los problemas tiene que ver con la manera en que aprendemos y mostramos el camino para analizar los puntos de vista encontrado­s. Es así y solo así como podremos decir: ¡vivan las diferencia­s!

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Juntos, al frente. Respeto y tolerancia son los valores centrales, no se trata de coincidir en todo.
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Fernando Preumayr El autor es consultor privado y profesor de Comportami­ento Humano en el Programa de Agronegoci­os de la Universida­d Austral.
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Reunión. A mayor responsabi­lidad en un equipo, más necesario es que demos el ejemplo con nuestra acción.

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