Clarín - Valores Religiosos

Educar en el amor para toda la vida

Las nuevas generacion­es están cada vez más inmersas en una cultura de lo efímero. Así, abundan las relaciones de pareja sin compromiso. Por eso, es importante formarlas para que puedan sostener sus proyectos afectivos.

- Presbítero Guillermo Marcó Sacerdote del Arzobispad­o de Buenos Aires

Los tiempos han cambiado, no cabe duda de eso. Vivimos muchas situacione­s nuevas. Algunas han influido -según estudios científico­sen la conformaci­ón del cerebro de las nuevas generacion­es. Tal es el caso de la llamada “generación Y”, cuyos miembros están llegando a la edad de casarse y tiene la caracterís­tica de ser nativos digitales. Nacieron con Internet y con todos los estímulos propios de los diversos dispositiv­os que encontramo­s en el mercado. Es una generación que no está acostumbra­da a postergar su satisfacci­ón. Para mi generación era una ambición, por caso, la estabilida­d laboral: se buscaba entrar a un buen lugar de trabajo para hacer carrera. Hoy, en cambio, muchos de los jóvenes que trabajan, si les sale un viaje, renuncian sin preocupars­e. En esta suerte de cultura de los efímero, solo consideran el momento. Así, abundan las relaciones de pareja sin compromiso.

En este contexto es fundamenta­l la formación cristiana de los jóve- nes, el posibilita­rles un encuentro personal y profundo con Dios. Cuando un joven descubre a este “Otro” que lo quiere y que establece una relación duradera con él, es capaz de repensar otras relaciones, su vinculo con el trabajo y su compromiso religioso, y así proyectánd­ose en el largo plazo.

Me gusta mucho decir que el planteo del matrimonio monogámico, que constituye una novedad del Evangelio, es una invitación de Jesús a vivir el amor de una pareja “sobrenatur­almente”: si solo fuera por lo “natural” es posible que las relaciones de pareja después de algún tiempo terminen en el fracaso, la ruptura y el divorcio. Es Jesús quien invita a un compromiso con el otro: “en la prosperida­d y en la adversidad; en la salud y en la enfermedad; amándote y respetándo­te durante toda la vida”.

Nuestros sentimient­os son solo una parte de la realidad. Si nos guiamos por lo que sentimos el mundo sería caótico. Un ejemplo de esto es la tan vista película “Relatos Salvajes”: allí la manifesta- ción incontrola­da del sentimient­o de la ira y la venganza provoca atrocidade­s terribles.

El matrimonio no es solo un “sentimient­o”: es un “consentimi­ento”. Esto significa que no solo tengo el dato de lo que siento por el otro, sino que empeño mi voluntad y mi inteligenc­ia en poder cumplir con el compromiso que

“Debemos descubrir que hay un gozo del alma en postergar la satisfacci­ón inmediata por objetivos de largo plazo”.

asumo ante el otro de que lo voy a amar siempre: “hasta que la muerte nos separe”.

Tenemos que formar a las personas en el compromiso, para que puedan sostener proyectos a futuro, y enseñarles a descubrir que también hay un gozo del alma en postergar la satisfacci­ón inmediata por objetivos de largo plazo. Debemos, pues, educar en el diálogo como herramient­a componedor­a, que enseña a exponer las propias necesidade­s y puntos de vista, sin discutir y pelearse, a ponerse en el lugar del otro. Necesitamo­s sustento humano y también divino, donde la gracia de Dios haga su obra y ayude y eleve a la pareja, para que de dos sean una sola carne, un verdadero equipo.

El matrimonio cristiano es un sacramento que se dan los contrayent­es; el sacerdote es un testigo de las promesas que ellos se dan mutuamente. En el inicio del consentimi­ento se dice: “Yo … te recibo a Ti …” Si uno es esencialme­nte egoísta está impedido para recibir. Recibir es hacer lugar para que el “otro” se sienta cómodo. No podré recibir si en mi vida solo hay lugar para mí.

En fin, debemos aprender a vivir en comunión -no solo eucarístic­acon los hijos que vendrán y a ser generosos porque cuando se da no se pierde, se gana. Por eso, el matrimonio, como proyecto de vida, es una escuela para el verdadero amor.

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