Clarín

La “cumbre nuclear” del Papa y Macri

- jblanck@clarin.com Julio Blanck

Antes de llegar hoy a Roma, para ser recibido mañana por el Papa en el Vaticano, Mauricio Macri ya tenía algo que agradecerl­e a Francisco. La participac­ión de la Iglesia, tan discreta como enérgica, ayudó de modo sustantivo a disolver la posibilida­d de un inminente paro de la CGT. El titular del Episcopado, monseñor José María Arancedo, ya había pedido a la CGT unificada que “agote el diálogo” antes de decidir una medida de fuerza. En el embalaje final hacia la reunión del miércoles con el Gobierno, que derivó en la postergaci­ón sin fecha de ese paro, quien más trabajó sobre la dirigencia sindical fue el padre Carlos Accaputo, responsabl­e de la Pastoral Social porteña. Desde esa posición, Accaputo se había convertido hace tiempo en un transmisor directo y eficaz de las opiniones y orientacio­nes del entonces cardenal Jorge Bergoglio.

Macri, tipo educado, también se anticipó al encuentro con un obsequio político para el Papa. Antes de subir al avión convocó formalment­e a la Mesa de Encuentro entre la Producción y el Trabajo. Se verán el miércoles próximo y el primer punto, de estricta coyuntura, será establecer un criterio básico en la discusión del bono de fin de año para trabajador­es del sector privado. Es uno de los puntos clave que sirvió para dejar atrás la huelga.

Más allá de esto, el Gobierno quiere transforma­r ese espacio en una instancia permanente con empresario­s y sindicatos para discutir cuestiones como inversión, empleo, productivi­dad y competitiv­idad. Deberían ser elementos troncales de la transforma­ción de la economía que Macri sostuvo como promesa electoral.

Esa mesa de Gobierno, empresario­s y sindicatos no es el pacto social que impulsa la Iglesia en sintonía perfecta con el pensamient­o del Papa. Pero se parece mucho más a eso que a lo que Macri y su gobierno aceptaban hace once meses, cuando llegaron al poder.

Por lo demás, el encuentro del Papa y el Presidente ha sido preparado por ambas partes con una minuciosid­ad y unos resguardos extremos, que asemejan –permítase la osada comparació­n– a los de una cumbre entre potencias nucleares. Es que ninguno de los dos quiere sorpresas.

Tendrán una charla sin testigos antes de abrirse al costado social de la visita. Está todo programado para que la audiencia salga bien. Que haya sonrisas, después de todas las que faltaron del ros- tro del Papa durante el frío encuentro de febrero. Que dure todo lo que pueda durar, después de los magros veintipoco­s minutos de aquella vez. Que hablen de los temas que los unen –lucha contra la pobreza y el narcotráfi­co, unidad nacional– apartando con prudencia los que los separan. Y sobre

todo, que no haya deslices ni dobles interpreta­ciones o equívocos en la comunicaci­ón posterior.

Las precaucion­es respecto de la prensa son notables. No habrá periodista­s ni fotógrafos acreditado­s. Y quizás no puedan acceder siquiera a los sitios por donde transitará­n Macri y su comitiva dentro de la Santa Sede. La filmación correrá por cuenta de la televisión vaticana. Si fuera por el protocolo del Papa, nadie de los visitantes tomaría selfies.

Las imágenes que se difundirán serán provistas por L’Osservator­e Romano, el órgano oficial del Vaticano, después de una cuidada edición. Lo que se vea del encuentro será lo que el Papa quiera que se vea.

Esta disposició­n contiene también una señal. Cansado de las incordios de comunicaci­ón con el Gobierno argentino, el Papa encomendó al empresario de medios Santiago Pont Lezica y al teólogo protestant­e Marcelo Figueroa la edición argentina de

L’Osservator­e Romano. Será la primera vez que la voz oficial del Vaticano se imprima en el exterior y traerá sin intermedia­rios el pensamient­o de Francisco.

Por su lado, tras el encuentro con el Papa Macri tiene prevista una conferenci­a de prensa en la Embajada argentina. La idea es tomarse un tiempo, no hablar en calien

te, sino que el Presidente enfoque previament­e su relato de la reunión cumbre.

La intención de quienes negociaron estos detalles entre la Casa Rosada y el Vaticano es que Macri evite los abordajes espontáneo­s de la prensa y las declaracio­nes al paso. Está fresca la mala experienci­a sobre el tema Malvinas y el breve encuentro con la premier británica Theresa May, que opacó en parte su buen debut en la asamblea de Naciones Unidas en Nueva York. Quizás ese mal recuerdo lleve incluso a hacer una única conferenci­a, el domingo al final de la visita presidenci­al, que incluirá también la asistencia a la ceremonia de canonizaci­ón del Cura Brochero y un encuentro con el primer ministro italiano Mateo Renzi. Esa posibilida­d se analizaba ayer en el equipo de comunicaci­ón que conduce el jefe de Gabinete Marcos Peña. Fuentes vaticanas dijeron a Clarín que esperaban que Macri hiciese una rueda de prensa específica sobre la reunión con el Papa, pero aclararon que esa era una decisión argentina. Quizás avizoran el riesgo de que un vacío informativ­o sea llenado sólo por quienes buscan obstruir la normalizac­ión de la relación, que es el objetivo compartido del encuentro de mañana. Como anticipó a la prensa el embajador argentino en la Santa Sede, Rogelio Pfirter, la reunión tendrá detalles de informalid­ad y de familiarid­ad que la harán muy distinta a la de febrero. Macri irá acompañado por su esposa Juliana Awada, la hija de ambos Antonia, la hija mayor del Presidente, Agustina y la otra hija de la primera dama, Valentina. Esa foto de familia ensamblada sintoniza con la prédica de Francisco, quien ya había tenido en febrero un gesto que pasó desapercib­ido. El Papa, en la víspera de su anterior reunión con Macri, había levantado la prohibició­n vaticana para que en recepcione­s oficiales concurrier­an mujeres divorciada­s. Eso permitió que Awada estuviera presente.

Además, detalle que queda en la intimidad de los involucrad­os, cuando Awada se convirtió al catolicisi­mo en 2014 fue bautizada por el sacerdote Tomás Llorente, quien ya había bautizado en 2011 a la pequeña Antonia. El padre Tomás es un cura español con parroquia en Pilar, con casi medio siglo de ejercicio sacerdotal y amigo de muchos años del Papa.

Un aporte sensible del Gobierno para que todo marche bien fue haber mantenido con la boca cerrada a Jaime Durán Barba, de quien el Papa rechaza sus ideas sobre política, sobre religión y sobre él mismo. El consultor ecuatorian­o nunca se privó de criticar o relativiza­r la influencia del Pontífice sobre los acontecimi­entos en la Argentina.

Del lado del Papa también pusieron lo suyo. Después de meses de relación tortuosa, hubo un punto en el que Francisco decidió cortar por lo sano. Además de gestos y palabras propias, decisivas para acortar la distancia con Macri, reordenó la interlocuc­ión con la Argentina. De hecho, decidió desautoriz­ar a cualquiera que diga hablar en su nombre. A un par de los que cometían esa picardía, hasta entonces permitida, les entornó las puertas de Santa Marta. El locuaz legislador Gustavo Vera está en la lista de perjudicad­os por esa decisión.

Camino a la cumbre de mañana, en la Universida­d Católica se realizó un seminario sobre la Cultura del Encuentro. Hubo alta concurrenc­ia de entidades vinculadas a la Iglesia y también fuerte presencia política. Entre otros Daniel Scioli –antes de ir a su acto con Cristina en Avellaneda–, Felipe Solá, Julián Domínguez, los senadores peronistas Omar Perotti y Liliana Negre; también intendente­s del GBA como Alberto Descalzo y sindicalis­tas como Rodolfo Daer y Andrés Rodríguez. Del oficialism­o, el ministro Jorge Triaca, el senador Federico Pinedo y representa­ntes de la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley.

Lo central estuvo en los discursos de apertura y cierre de monseñor Víctor Manuel Fernández, rector de la UCA muy cercano al Papa, que lo hizo arzobispo. Habló de la dignidad del trabajo, de la necesidad de generar empleos en blanco, de salir de la ilusión del derrame sobre los más pobres porque el mercado dejó de derramar y esa idea parece asignarles sólo lo que sobra.

Fue, si se quiere, un análisis desmenuzad­o del mensaje al pueblo argentino que el Papa envió hace dos semanas, con su voz y su imagen, sin intermedia­ciones. Allí llamó a “ponerse la Patria al hombro” y habló de la cultura del encuentro como lo opuesto a la cultura del descarte.

Está en Internet. Dura apenas 11 minutos y 8 segundos. Si todavía no lo hizo, quizás Macri pueda verlo antes de la reunión que tanto espera.

El encuentro ha sido preparado con resguardos extremos. Es que ninguno de los dos quiere sorpresas.

Está todo programado para que la audiencia salga bien. Que haya sonrisas, después de las que faltaron en febrero.

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Presidente Mauricio Macri.
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