Calígula y Atila, en el siglo XX
“El que gozaba de la máxima estima del emperador Calígula era su caballo Incitatus, a cuya salud bebía de un cáliz de oro. Se dice que el caballo tenía una caballeriza de mármol, un comedero de marfil, mantas de color púrpura y un collar de piedras preciosas, una cas… Y también se dice que el emperador tenía pensado nombrarlo cónsul.” (De la escritora Vivian Green, en“La locura en el poder, de Calígula a los tiranos del siglo XX”)
Como se sabe, Donald Trump llegó al poder gracias al complejo sistema electoral norteamericano, que le permitió desembarcar en la Casa Blanca con sus apetencias ordinarias de millonario extravagante, pese a haber obtenido casi 3 millones de votos menos que su rival, Hillary Clinton. Y lo hizo aupado en el desencanto de la empobrecida clase media blanca de la llamada “América profunda”, un eufemismo aceptado por los especialistas que debería traducirse como la “América atrasada y
anclada en el ayer”. Paula Lugones describió con precisión el fenómeno en su libro “Los Es-
tados Unidos de Trump”: ese vastísimo segmento social seducido por el discurso místico de un magnate ajeno al mundo de la política, bajo promesa de recuperar el “paraíso perdido”, construcción mítica fundada en la espera de un tiempo que ya pasó y de un capitalismo que ha mudado su forma de generar riqueza. Ellos apostaron al futuro y Trump, en verdad y a su modo, los esperanzó con esa astucia de anunciar la resurrección de una era que, como todo pasado, ya no volverá.
El presidente de EE.UU acaba de alimentar la presunción de que la potencia que dirige decidió ungir en las urnas a un Calígula del si
glo XXI para que ocupara el mismo hogar político que alguna vez albergó a John Kennedy. El hombre compite contra un Atila moderno, el dictador norcoreano Kim-Jong un, político y militar de 34 años, de quien se dice fue educado en Berna y habla inglés y alemán. Bien podría ufanarse de aquello de “por donde pasa
mi caballo no crece la hierba”, frase que la historia atribuye a Atila, rey de los hunos, guerre- ro imbatible hasta que decidió invadir el Imperio Romano. Derrotadas, sus tropas se desbandaron junto al mito de la invencibilidad de su temible jefe.
Ante las bravatas nucleares de Kim-Jong un, Trump lanzó primero una híper bomba no nuclear sobre Afganistán y luego ordenó movilizar hacia las costas norcoreanas una flota atómica, con el imponente portaviones Carl Vinson al frente, según dijo el jefe del Pentágono, Jim Mittis, y poco cuesta imaginar el pecho inflado de Trump. Hasta que se supo a través de la voz anónima de un oficial de Defensa que en verdad la flota navegó en sentido contrario. En confianza, fue como si esa “armada muy
poderosa”, tal como la describió el propio Trump, la hubiese mandado Calígula luego de beber en un cáliz de oro. No es posible precisar si el emperador romano hizo cónsul a su caballo. Por las dudas, sería deseable que en EE.UU. no eligieran la próxima vez a ningún candidato llamado Incitatus.