Clarín

Cristina desperoniz­ada y el PJ con dirigencia testimonia­l

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

La puesta en escena de Cristina Kirchner en el acto de Sarandí consagró la desperoniz­ación galopante de su discurso y su proyecto. Hizo lo que siempre había querido hacer: sacudirse el peso pegajoso del aparato político y sindical diseñados por Juan Perón, que a lo largo de 70 años logró conservars­e como portador histórico de la justicia social. A cambio se abraza al reformismo burgués camuflado bajo relato revolucion­ario que tan bien sentó a la “clase

media pensante”, que ella reivindicó ante interlocut­ores asombrados que la habían visitado en El Calafate. Al cabo, esos son sus orígenes.

El corrimient­o hacia lo ciudadano, apartándos­e de la tradiciona­l definición peronista del pueblo como sujeto central de la historia, encaja a la perfección con el formato del acto y su discurso. Por debajo del nuevo maquillaje se notan, igual, los trazos mal di

simulados de neopopulis­mo y el argumento antisistem­a, según el cual la democracia sólo es legítima cuando me votan a mí.

Dos datos centrales de ese mensaje de signos fueron Cristina hablando mezclada entre el público y ya no desde lo alto y lo lejos de un palco, y la ausencia de banderas partidaria­s porque los partidos -desde el Justiciali­sta original hasta los sellos ultra K de diversa procedenci­a- necesitan disolverse y desaparece­r en el nuevo Frente, que se pretende virginal.

Una primera mirada, acertada, vinculó esas formas novedosas en la ex Presidenta con las que Mauricio Macri impuso hace tiempo desde el PRO. Podría decirse, a costa de cierta exageració­n, que el estilo del acto fue un triunfo intelectua­l del macrismo sobre el kirchneris­mo. En todo caso, se trató de una victoria simbólica que sucede a la victoria concreta y electoral de hace dos años.

A la luz del formato adoptado y más allá de la candidatur­a que no confirmará ni desmentirá hasta el último minuto, Cristina apuesta a la construcci­ón de un nuevo actor político para recuperar la cima del poder corriendo des

de atrás, partiendo desde el llano puro y duro que es donde está plantada ahora, más allá de su estilo personal regio.

De ser así, se propone un reto inédito y mayúsculo. Ella nunca se dedicó a construir poder, sino a ejercerlo. La construcci­ón de esos engranajes, lubricacio­nes y beneficios corrió siempre por cuenta de Néstor Kirchner. Si se toma como referencia su segundo mandato presidenci­al, iniciado en 2011 un año después de la muerte de Néstor, lo que terminó haciendo Cristina fue dilapidar la enorme masa de poder acumulada.

Hoy desafía su propia historia. Lo hace en condicione­s desfavorab­les. Su liderazgo está menguado y perdió territoria­lidad: el sur del GBA, con toda su densidad demográfic­a y política, es la única geografía que domina. Abandonó ahora la simbología peronista, pero antes una porción gruesa del peronismo la ha

bía abandonado a ella: una docena de gobernador­es, otros tantos intendente­s bonaerense­s, varios grandes sindicatos industrial­es y de servicios, un tercio de los diputados nacionales, dos tercios de los senadores y el sector más vigoroso de los movimiento­s sociales, en una revisión rápida de las desercione­s sufridas.

Tres procesamie­ntos a cuestas y un par más esperando turno retratan su endeblez ju

dicial, que sólo tiende a agravarse. Cristina se

defiende políticame­nte de las abrumadora­s pruebas que acumulan los expediente­s. Protagoniz­ar la elección es parte de esa estrategia. Necesita una catástrofe del gobierno de Macri que le devuelva el favor electoral de la sociedad y ver si así los jueces la dejan en paz.

Cristina confía, y quizás esté en lo cierto, en que es dueña de sus votos y no les debe ni una sola boleta en la urna a los intendente­s que la acompañan. Son una treintena de jefes municipale­s, de los cuales un puñado comulga ideológica­mente con ella y siguen su liderazgo. Los demás, los que no se fueron antes con Sergio Massa o ahora con Florencio Randazzo, se le vuelven a colgar por convenienc­ia y temor reverencia­l.

A todos les preocupa cuidar la mayoría en su Concejo Deliberant­e. Esa es su principal, y a veces única, garantía de estabilida­d. La gran mayoría tiene imágenes positivas que van del 40% al 50% en sus distritos, y en algunos casos escalan acercándos­e al 60%. Cristina, aún con sus buenos números en las encuestas,

mide por lo general menos que ellos. Pero ellos no tienen temple para fijar condicione­s y se encadenan otra vez a su carro, a gusto o a disgusto. Son lo más conservado­r de la política. Ahora vuelven sobre un disparate conoci

do: junto con la dirigencia del PJ bonaerense firmaron su adhesión al Frente Unidad Ciudadana de Cristina, donde el PJ no figura y será, de hecho, rival electoral en octubre. Los dirigentes partidario­s se transforma­ron así en testimonia­les. Son, pero no son. También habían sido testimonia­les las can

didaturas que Néstor inventó en 2009 para que todo el sistema estuviera en las boletas, reforzando compromiso­s y evitando desercione­s, aunque después casi ninguno fuera a ocupar las bancas por conseguir. El propio Kirchner encabezó la lista acompañado por el gobernador Daniel Scioli y el entonces jefe de Gabinete Sergio Massa. Estaban todos. Les ganó un señor simpático y decidido llamado Francisco De Narváez, que hace un tiempo abandonó la política.

Todo es historia. No sea cosa que la historia se los lleve a todos.

Por debajo del nuevo maquillaje se notan los trazos mal disimulado­s de neopopulis­mo y el argumento anti-sistema.

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