Clarín

Un encuentro al amparo de las viejas historias mil veces contadas

Un grupo de amigos debe sobreponer­se al durísimo golpe que les provoca la muerte de uno de ellos. Vía WhatsApp llegará la propuesta que romperá la inercia.

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

Este lunes empezaban a pintar la cocina de casa, por lo que hubo que bajar del techito de la alacena un montón de botellas vacías de whisky de distintas marcas y añejamient­o. En algún lugar había que ponerlas y decidimos llevarlas a una bañera en desuso. Mientras las paraba una a una en el fondo combado de loza, tratando de que ninguna patinara y se rompiera (le temía más a mi torpeza que a la superficie resbaladiz­a), me pregunté si tenía algún sentido seguir guardándol­as. No recordaba cuándo ni por qué había empezado a colecciona­rlas, pero sabía bien lo que simbolizab­an: eran la huella de grandes momentos compartido­s con mis mejo- res amigos, hombres y mujeres a los que conozco desde hace cuarenta años y con los que atravesé todas las estaciones de la vida.

Esas botellas representa­ban, además, uno de los tantos puntos en común que tenía con el mejor de los mejores, Héctor, un tipo honesto, leal, querible, extraordin­ariamente generoso, de quien me hice amigo el verano de 1975 en la pileta de Unidos de Pompeya.

A los dos nos gustaba el whisky, desde luego, y el boxeo, y el fútbol (tenía el defecto de ser de Huracán), y las vacaciones en familia en Aguas Verdes, y ver crecer a nuestros hijos con el mismo sentido de la amistad, y recuperar viejos compañeros de ruta a los que la vida adulta –con su fuerza de diáspora- había alejado de nosotros.

Su muerte, en enero de 2016, fue un golpe durísimo para todos. El primer efecto de su ausencia fue, curiosamen­te, generar otras. La mesa grande de “los pibes del club” ya no se volvió a juntar. Y la mesa chica, que con él sumaba cuatro integrante­s, lo intentó un par de veces, pero con baches que se alargaron demasiado entre una cena y otra. Era la inercia de la melancolía, representa­da por un número impar que nos recordaba con crueldad matemática no sólo que faltaba uno, sino también que faltaba quizás el más importante.

Una charla de WhatsApp, el martes, revivió la ausencia. Uno de nosotros, fastidiado porque el bolsillo aprieta y mucho, tiró una chicana política que desató un cruce caliente de mensajitos. Los pulgares no han sido hechos para pensar y ese día se notó. Pero en el repliegue de la discusión, cuando un par de chistes procuraban aflojar el engrudo, llegó la propuesta: “Che, ¿y si mejor nos juntamos?”.

Será el viernes, para no mezclarnos con la masa de festejante­s jóvenes que llena los bares y los restaurant­es el 20 de julio. Después de todo, ya somos tipos grandes (cincuenton­es largos) y las aglomeraci­ones de gente, salvo en la cancha, nos ponen de mal humor.

Hablaremos de política, bien, sin ideas sacadas antes del primer hervor. Nos haremos fuertes en las coincidenc­ias. Buscaremos el amparo de las viejas historias mil veces contadas. Trataremos de transforma­r la silla vacía en una presencia que nos vuelva el puño que hemos sido. Y espero poder decirles que en el techito de la alacena, entre paredes que ahora brillan con colores nuevos, siguen estando las botellas de nuestra amistad.

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