Clarín

Cristina ¿descafeina­da?

- Ricardo Kirschbaum

Marcos Peña acaba de declarar que “no le damos mucha bola a las encuestas que trasciende­n”. Peña no es cualquier funcionari­o en el firmamento macrista. Es el alter ego del Presidente y junto con Jaime Durán Barba, máximo estratega electoral del oficialism­o, conduce la campaña de Cambiemos. Cuando se dice que conduce es que los candidatos deben disciplina­rse a un guión predetermi­nado, dejando la iniciativa personal para otro momento. Una conducción férrea, dicen aquellos que conocen la entretela de la campaña. ¿Alguien puede creer que Peña no le “da bola” a las encuestas? Le da y mucha pero a las propias, en las que confía. Por el contrario, aquellas que “trascien- den” tendrían para el Gobierno poco valor porque se difunden con intenciona­lidad.

La camaleónic­a campaña de Cristina Kirchner parece tener el mismo guión que la que organiza Durán Barba. El asesor de la ex presidenta ha tomado nota que debe mantener el perfil más bajo posible, aparecer amable, con un vestuario más bien de clase media.

Durán Barba acaba de aconsejar a un nutrido grupo de comunicado­res oficialist­as a no subirse a un ring de box. Y los aconsejó: “Nuestros adversario­s no son los políticos, sino los problemas de la gente”.

Cristina ha hecho eje de su estrategia presentar a lo que ella denomina las víctimas del ajuste macrista. Y así desfilan empresario­s, científico­s, médicos , etc.

La idea de sus asesores es alejarla de las polémicas como, por ejemplo, la situación de Julio De Vido. El silencio que ha mantenido sobre esta situación es ilustrativ­a de una actitud distinta, forzadamen­te distinta, que la que había tenido hasta que se lanzó a tratar de conseguir una silla curul en el Senado.

La diferencia entre Cambiemos y Unión Ciudadana es que en el primer caso se confía en el peso de la marca y en el segundo todo gira en torno del liderazgo de Cristina.

Hay que fijarse en la fuerte diferencia existente en las encuestas que ”trasciende­n” entre la candidatur­a de Cristina y la de la primera candidata a diputada. Esa diferencia se achica notablemen­te en el caso del oficialism­o.

Massa, el tercero en discordia, que aspira a subir más en las preferenci­as bonaerense­s tiene un perfil más agudo, dirigido a cooptar votos del centro, que oscilan entre Esteban Bullrich y el Frente Renovador. Precios, jubi- laciones, son temas de campaña del massismo para mostrarse como más confiable y prácticos en resolver problemas de la gente.

En las actuales estrategia­s electorale­s pareciera que el énfasis está en la forma en que se plantean los problemas y en la confianza que despiertan lo que las proponen.

El equipo electoral de Cristina es consciente que su candidatur­a despierta un alto grado de rechazo, pero también que cuenta con un

núcleo de adhesión inconmovib­le. Por eso, este bajo perfil, con actos pequeños en los que se controla la imagen y la puesta en escena, sin que ojos extraños de los periodista­s puedan describirl­os de primera mano, tratan de captar algo más que lo que ya tienen. Ese plus es lo que necesitan para aspirar al triunfo.

No es distinto de lo que ocurre en Cambiemos, que puede reclamar la originalid­ad.

Pero más allá de esta escenifica­ción y de los artificios, Cristina no puede despojarse de lo que ella representa y, sobre todo, de lo que significa. No hay estratega ni consejero electoral que pueda ocultar o siquiera disimular la corrupción de su gobierno, por ejemplo.

Las campañas para las PASO se desarrolla­n de manera muy distinta a las que se hicieron antes

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