Clarín

El futuro nos encontrará conectados por auriculare­s

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

“Anteojos negros de carey, auriculare­s en la sien:

no me escucha, no me ve…”. Si no les falta rock como al economista Martín Tetaz (Myriam Bregman dixit) y acumulan algunos años, sabrán que el entrecomil­lado es el inicio de la letra de Cinema Verité, tema de Serú Girán de 1981. Allí Charly contaba una historia de amor en una playa, con los protagonis­tas pavonéando­se uno frente al otro. Y por el uso de los auriculare­s en la sien se refería al walkman, que permitía llevar la propia música a donde uno fuera, aunque arrastraba la crítica de que transforma­ba la escucha en una experienci­a individual o introspect­iva.

Pues bien, lo nuevo en la movida más cool de Buenos Aires es ir a escuchar conciertos con auriculare­s, en una experienci­a donde los límites se diluyen entre lo individual y lo colectivo.

En rigor de verdad, la novedad tiene algunos años. Ya en 1999 The Flaming Lips probó con este sistema. Más acá, por 2006, fue el propio Charly quien intentó la experienci­a en el más caótico período Say No More del músico. Convocó a un concierto por auriculare­s en el Gran Rex, cada espectador debía llevar los suyos. Se intentó poner la música en determinad­a frecuencia, pero interfería­n ondas de otras radios cercanas. Todo terminó en escándalo, con Charly rompiendo instrument­os y el público pidiendo que le devolviera­n el valor de las entradas. “La vanguardia es así”, explicaría García.

Ahora la cuestión pasa por otros carriles, más civilizado­s y organizado­s virtualmen­te.

La semana pasada, me llegó vía Facebook una invitación para concurrir a Casa Córdoba, a escuchar un show de Mauro Conforti y la vida marciana bajo la modalidad de auriculare­s. Encaso de querer ir, había que anotarse en una lista. Lo hice. Y también vía virtual me comunicaro­n la dirección exacta.

El local es una gran casona, ubicada sobre Córdoba cerca de Concepción Arenal. Un empleado de seguridad me indicó que “el evento” era en la terraza. Mientras subía las escaleras, alcancé a divisar algo así como un restaurant, lo que comprobé como cierto luego, cuando con la “consumició­n obligatori­a” de 100 pesos (la entrada era ¿libre?) pagué la pizza que comí.

En la terraza, unas treinta personas se pasea- ban con unos modernos auriculare­s puestos, escuchando la música de fondo, que también sonaba por unos parlantes. Tuve que entregar el DNI para que me dieran mi par. Me explicaron cómo se encendían y las diferentes bandas de sonido a las que podía acceder. Si se encendía la luz azul, escucharía la música que ponía el disc jockey (DJ, claro). Si se encendía la roja, estaría escuchando lo que tocaba la banda.

Antes de Conforti, fue el turno de un solista venezolano, Vargas, que con un piano o una guitarra, más pistas pregrabada­s, ofició de apertura (dato de cronista: interesant­e músico, buen cantante y con propuesta original en sus temas, entre electrónic­os y con coqueteos con el rap). La verdad es que se oía bien.

Luego vino La vida marciana, con cuatro músicos tocando en vivo y sin pistas. Había ya un poco más de gente y era muy divertido verlos bailar, cada uno con el ritmo que le llegaba directo a sus oídos. Con los auriculare­s puestos y sin intelectua­lizar demasiado, era un show normal, a buen volumen. También en un momento probé con sacármelos y comprobar qué se oía: el ruido de los dedos sobre las teclas, sobre las cuerdas de guitarra, o los golpes del baterista sobre el octapad (una batería electrónic­a que no se escuchaba para afuera). La voz desnuda del cantante, sin soporte instrument­al.

Si uno salía de la situación de oyente, era extraño ver moverse a cada uno a su propio ritmo. Pero más ruido, vaya la paradoja, hacían los que se paseaban con los auriculare­s al cuello, sin escuchar la música. Y ni hablar de los que, con la banda entregándo­se a pleno, se mostraban -impúdicos- con los auriculare­s en azul. Esos eran pocos, pero los peores.

“Si se encendía la luz azul, escucharía la música que ponía el DJ. Si se encendía la roja, lo que tocaba la banda.”

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