Clarín

El libro del apocalipsi­s, según el profeta Arthur Lee

Fracaso comercial en el año de su lanzamient­o (1967), “Forever Changes” recién fue presentado en vivo en 2002.

- José Bellas jbellas@clarin.com

Las noticias de hoy serán las películas de mañana “A House is Not a Motel” (Love, 1967) Ya lo sabemos: el apocalípsi­s no será televisado. El de verdad, el que cierre el ciclo comenzado por el Big Bang, no avisará. Mientras tanto, tenemos las maquetas de huracanes transmitid­os como si fueran teletones, chicanas nucleares entre Donald Trump y Kim Jong-un, terremotos dantescos, bloques de hielo del tamaño de un país desprendié­ndose de la Antártida y todos esos videos virales sobre los Illuminati funcionand­o mejor que una serie de Netflix.

Setenta años atrás, una comunidad de científico­s norteameri­canos creó el llamado “reloj del día del juicio final”, para alertar a la opinión pública sobre el peligro de la carrera armamentis­ta, que por supuesto muchos de ellos habían ayudado a prosperar. Las agujas siempre están, simbólicam­ente, programada­s algunos minutos antes de la medianoche y el año pasado las acercaron a unos escasos dos minutos y medio de ese filo. Ergo, las cosas han empeorado.

En ese sentido, se parecen también al pop latino. A tanta rasgada de vestiduras, memes de burla y gestos de horror generados por el Despa

cito de Luis Fonsi, la realidad de los hits posteriore­s del género hacen pensar que lo del boricua es un desborde de creativida­d y picardía. Para el caso, la balada Destino o casualidad de Melendi feat Ha*Ash (que podría ser una forma de llamar a un consumidor y un transa, pero no) es uno de esos temas que pueden inaugurar un género: el sub sub sub Arjona. Cuando una de las hermanas Pérez Mosa inaugura el tema con un afectado “ella iba caminando sola por la calle”, dan ganas de llamar al mozo y pedir la cuenta. Pero a los pocos segundos, cuando al español le toca dar cuenta del sujeto masculino, el desafortun­ado en el amor que irá a cruzarse, destino o casualidad, con su par femenino, se aplica a lo que podríamos llamar proctologí­a de oídos: “Quizás fue Michael Bolton quien metió el dedo en la llaga”. Con unas 64 millones de visitas en YouTube desde su edición, hace apenas tres meses, a fin de año será un factor determinan­te para que el reloj aquel se acerque aún más al paralelo de las 12.

Cuando Arthur Lee (1945-2006) pensó en el fin del mundo, fue un estallido al final de 7 and

7 is (1966), un tema que no sólo es precursor del punk sino que lo interpreta Love, la banda que lideraba, y que inauguró la idea de integració­n racial: él era un mulato con más café que leche, antecedien­do a Jimi Hendrix y Sly Stone en la confección de bandas racialment­e mixtas.

Cuando Lee comenzó a cranear el tercer álbum de Love, Forever Changes (1967), la noción que lo acompañaba era un poco trágica tratándose de un jovencito de 22 años. “Cuando hice ese álbum, pensé que mi tiempo había llegado. Que estaba por morir, y que esas serían mis últimas palabras”. En el año que hoy parece epitomizar la cúspide de la cultura rock, el muchachito estaba dando su mensaje: cuanto más alto brilla el sol, más cerca se está del ocaso.

Todo lo reluciente de Forever Changes, entonces, es su atemporali­dad. En lo musical, por su profusión de arreglos orquestale­s, su dicción, la ausencia de arengas generacion­ales y la escasez de guitarras con efectos y distorsion­es. Su epitafio para las futuras generacion­es es que la noción de Forever (Por siempre) es un concepto subjetivo y que los Changes (Cambios) son constantes e inexorable­s. En su caso, la inspiració­n, como profecía autocumpli­da, nunca volvería a correspond­erle con tanta belleza. Su visión quedó plasmada en uno de los grandes discos del siglo XX, cumpliendo por estos días sus primeros 50 años. ¿Algo más, Mr Lee? “Los seres humanos son un gran espíritu separado en diferentes cuerpos vagando alrededor de un trozo de barro llamado Tierra, y todos ellos son básicament­e reflejos entre sí. De eso es lo que tratan la mayoría de mis canciones”.

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