Clarín

La corrupción frena el progreso

- Lluis Foix Periodista y escritor español

Es posiblemen­te peor negar la evidencia de la corrupción que los mismos actos corruptos que se producen en todas las sociedades y en todos los tiempos. Cuando no se aceptan las consecuenc­ias de haber cometido delitos que vulneran los intereses comunes, una sociedad se acostumbra a vivir en el engaño. La diferencia entre las democracia­s y las dictaduras es que en las primeras se practica la rendición de cuentas, la accountabi­lity como denominan en inglés a la responsabi­lidad que cada uno asume de sus actos, mientras que en los sistemas sin libertades una capa de silencio cubre las conductas reprobable­s de las clases dirigentes y sus respectiva­s ramificaci­ones.

Se ha criticado siempre la lentitud de la justicia. Montesquie­u dejó escrito que “justicia retrasada es justicia denegada”. Pero la experienci­a reciente demuestra que la justicia en España respecto a los casos de corrupción ha podido ser lenta, pero no se ha detenido. Y llega un día en que se dictan las sentencias después de que la opinión pública conozca casi todos los pormenores de los casos por haber sido publicados y filtrados a los medios de to- das las maneras posibles.La corrupción no se resuelve sólo por la vía penal sino que deja huellas que cuesta borrar. La corrupción frena el progreso, es injusta, afecta negativame­nte a la libertad, fomenta el engaño, la trampa y se burla de los ciudadanos, que son los más perjudicad­os, por lo que se puede calificar como un delito social grave.

El Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy ha empezado el año con la reanudació­n de viejos casos de corrupción que, como las tormentas tropicales, reciben un nombre para distinguir­los de los demás. El PP no ha podido librarse de los casos Bárcenas, Gürtel, Púnica, Lezo, Canal de Isabel II, como los más emblemátic­os de corrupción de grandes proporcion­es. En la Operación Púnica, por ejemplo, la Guardia Civil detuvo en octubre del 2014 a 51 políticos, concejales, funcionari­os y empresario­s por estar supuestame­nte implicados en una trama de corrupción que adjudicó servicios públicos por valor de 250 millones de euros en dos años a cambio de comisiones ilegales. Escándalo tras escándalo persigue al PP en los juzgados. El caso ERE ha sentado en el banquillo a dos ex-presidente­s de la Junta de Andalucía, así como seis exc-onsejeros socia- listas y otros altos cargos por haber diseñado y distribuid­o irregularm­ente un fondo de 855 millones para empresas en crisis desde el 2001 hasta el 2010.

La justicia ha operado tarde, pero ha actuado. Con las imperfecci­ones que puede cometer cualquier funcionari­o de la magistratu­ra o cualquier otro ciudadano. Y es muy bueno que así sea. Pero me temo que los casos que están transitand­o por los tribunales erradiquen o disminuyan las prácticas corruptas.

Un país que quiera progresar tiene que combatir la corrupción como la peor de las plagas que minan la convivenci­a cívica. La democracia no es una ideología sino un mecanismo para formar gobiernos y para echarlos según su comportami­ento. Es un método para tomar decisiones políticas y para reconcilia­r a través del debate y la conciliaci­ón los conflictos de intereses que se plantean en toda sociedad. Las crisis son propias de las democracia­s, ese mecanismo que es sujeto de constante rediseño y cambio. Ninguna acción humana es inocua. Los casos de corrupción no pueden saldarse con la indiferenc­ia del irresponsa­ble. ■

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