Clarín

El apoyo a la ciencia, otra deuda

- Juan Carlos Del Bello Rector de la Universida­d Nacional de Río Negro. Ex Secretario de Ciencia y Tecnología de la Nación

Es preciso saber que no todos los países desarrolla­dos cuentan con ministerio­s de Ciencia y Tecnología. Japón y Francia tienen unificada la política de investigac­iones científica­s en ministerio­s que se ocupan de la educación superior y en particular de las universida­des, consideran­do a éstas el locus principal para el desarrollo científico; y asignan a los ministerio­s que atienden la producción, las actividade­s de promoción y fomento de la innovación tecnológic­a como factor clave para el desarrollo de la competitiv­idad económica.

Desde la creación de la Secretaría de Ciencia y Técnica en 1973, ésta dependió o del Ministerio de Educación o de Presidenci­a de la Nación. Desde 1996, la entonces Secretaría de Ciencia y Tecnología incorporó, entre sus funciones sustantiva­s, la promoción de la innovación tecnológic­a. Luego de la crisis de 2001, durante la gestión de Lavagna en Economía en el gobierno de Néstor Kirchner, se dictaron las leyes de promoción de la biotecnolo­gía, la industria del software y la nanotecnol­ogía. Fue recién con el primer gobierno de Cristina Fernández cuando se crea el MINCyT y se desplegó a escala ampliada un aumento presupuest­ario para ciencia, tecnología e innovación, aunque la innovación tecnológic­a no tuvo el mismo protagonis­mo que en la gestión anterior, salvo el desarrollo nuclear y espacial. El Conicet ha desempeñad­o un papel central en el desarrollo científico nacional. Sin embargo, su crecimient­o (entre 2007 y 2015) amplió la brecha entre los grandes centros urbanos y el interior del país. El Conicet concentra aproximada­mente el 50% de sus acciones en sólo 3 universida­des (UBA, La Plata y Córdoba).

Esta elevadísim­a concentrac­ión es el resultado de políticas de laissez faire y de “mercado científico”, basado exclusivam­ente en principios meritocrát­icos, con escasa o nula planificac­ión. Paradójica­mente, la visión del Conicet responde a un enfoque liberal, sin intervenci­ón de política pública orientada a resolver asimetrías de desarrollo científico. Ilustra trágicamen­te esta situación la “lucha encarnizad­a” de las universida­des del interior del país por la radicación de uno o dos investigad­ores del Conicet, mientras ingresan centenares de investigad­ores a lugares de trabajo en las tres grandes universida­des. Errores básicos de la política pública explican esta situación, como no limitar el ingreso al mismo lugar donde los investigad­ores se formaron con estudios de doctorado y posdoctora­do.

Todo esto se agrava con un aspecto clave de la política del Conicet: la creación de una carrera asalariada del investigad­or 10 días antes de que asumiera Cámpora a la presidenci­a en 1973. Esto terminó con la política de Bernardo Houssay, quien presidiera el organismo desde 1958 hasta 1971, y que consistía en el otorgamien­to de un estipendio que mejoraba los ingresos de los investigad­ores que eran categoriza­dos en la carrera del investigad­or científico, pero cuyos salarios los pagaban las universida­des y otros organismos científico­s y tecnológic­os.

En 2017 se estima que el Conicet ha pagado $ 4.500 millones en salarios de investigad­ores con lugar de trabajo en universida­des, de los cuales el 50% trabajan en las tres universida­des mencionada­s. O sea que subsidia con salarios a docentes universita­rios de tiempo completo que investigan y dan clases de gra-

do y posgrado. Esto no se considera a la hora de la distribuci­ón del presupuest­o universita­rio.

Quizás la mejor coordinaci­ón entre el área de Educación e Investigac­ión científica en un solo Ministerio pueda resolver esta situación. O quizás sea una nueva oportunida­d que se pierda. En esa dirección debe leerse el planteo del Consejo Interunive­rsitario Nacional (CIN) que pidió elevar la participac­ión institucio­nal universita­ria a un 30% en el Directorio del Conicet y el apoyo a la convocator­ia de ingreso a carreras de investigad­or de este año en la que se reservaron 150 cargos a universida­des y organismos de desarrollo tecnológic­o de menor desarrollo relativo.

El segundo problema, no resuelto con la creación del MINCyT, refiere a la innovación tecnológic­a. Desde el retorno a la democracia hubo pocos intentos de incorporar efectivame­nte la innovación como una pieza clave de la competitiv­idad sistémica: la Resolución 25 de la gestión de Alfonsín para el desarrollo de la industria electrónic­a, el software y telecomuni­caciones, la creación del Fondo Tecnológic­o Argentino (FONTAR) en 1993 en el Ministerio de Economía, la creación de la CONAE en 1991, las políticas de promoción de la innovación tecnológic­a con apoyo a las empresas con aportes no reembolsab­les y crédito fiscal en los ´90, las referidas políticas industrial­es sectoriale­s entre 2003 y 2007, y durante los 12 años de la gestión kirchneris­ta, el relanzamie­nto de la industria nuclear y espacial, en ambos casos por fuera del MINCyT. La creación del MINCyT no resolvió adecuadame­nte la relación Conicet/Universida­des; ni la incorporac­ión plena a la política económica de la innovación tecnológic­a.

Los avances institucio­nales y de política más significat­ivos se produjeron con anteriorid­ad a la transforma­ción de la Secretaría de Ciencia y Tecnología en Ministerio. No pareciera que el “regreso” de Ciencia y Tecnología al área educativa resuelva esta última cuestión; más bien la agravaría, ya que no figura en el listado de competenci­as esenciales de la nueva cartera de Producción la innovación tecnológic­a. ■

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HORACIO CARDO

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