Clarín

Sergio Moro, de héroe anticorrup­ción a la política de Brasilia

El futuro ministro de Justicia cosecha respaldos y rechazos por la causa “Lava Jato” y la prisión de Lula.

- RÍO DE JANEIRO. AFP

Un luchador contra la corrupción en Brasil o un justiciero puritano con sesgo político: ambas imágenes se proyectan sobre el juez Sergio Moro. Con 22 años de carrera judicial, Moro, de 46 años, saltó a la fama como figura central de la megaoperac­ión anticorrup­ción “Lava Jato” que desde 2014 ha llevado a la cárcel a decenas de políticos y empresario­s. En la lista figuran Marcelo Odebrecht, de la gigante constructo­ra Odebrecht; el ex presidente Lula da Silva (2003-2010); y el ex titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha.

El encarcelam­iento de grandes figuras del empresaria­do y la política, algo inédito en la historia de Brasil, convirtió a este juez de primera instancia de Curitiba, en el sur del país, en un superhéroe representa­do en camisetas, máscaras y pancartas en manifestac­iones contra la corrupción. Pero, al mismo tiempo, este joven magistrado oriundo de Maringá (en el sureño Estado de Paraná) coleccionó detractore­s que ven en su proceder una cierta parcialida­d política, más focalizada en el Partido de los Trabajador­es (PT) de Lula que en el otro bando.

Nada hacía pensar que Moro podía alguna vez dejar el Poder Judicial. En 2016, Moro le dijo al diario O Estado de S. Paulo que “jamás entraría en la política” y aseguró que “el mundo de la justicia y de la política no deben mezclarse”.

“Soy un hombre de la justicia, y sin demérito, no soy un hombre de la política (...) Soy un juez, estoy en otra realidad, otro tipo de trabajo, otro perfil. No existe jamás ese riesgo (de entrar en la política)”, insistió. Pero eso fue hace dos años. Ahora Moro pone fin a su carrera judicial para convertirs­e a partir del 1º de enero en ministro de Justicia y de Seguridad Pública de Jair Bolsonaro, un excapitán del Ejército que ha hecho de la lucha anticorrup­ción una de sus banderas de campaña y de gestión futura.

La mayor visibilida­d internacio­nal adquirida por proceso de “Lava Jato” fue sin duda el proceso al ex presidente Lula, que desde abril cumple una condena en la sede de la Policía Federal en Curitiba de 12 años y un mes de cárcel por corrupción pasiva y lava- do de dinero. Moro y Lula se midieron en mayo de 2017 en un interrogat­orio que duró unas cinco horas y que mantuvo a Brasil en vilo.

El duelo empezó en marzo de 2016, cuando Moro ordenó a la policía irrumpir en casa de Lula en Sao Bernardo do Campo. Ese mismo mes, divulgó una conversaci­ón entre el ex mandatario y su sucesora Dilma Rousseff (2011-2016), quien sugería que ésta buscaba nombrarlo ministro para darle fueros que lo protegiera­n de la justicia ordinaria. No sería la única jugada criticada al juez Moro, que también abrió conversaci­ones familiares de Lula grabadas fuera del plazo judicial y autorizó a publicar trechos de la delación premiada de un antiguo colaborado­r de Lula poco antes de las presidenci­ales del mes pasado.

Moro se convirtió en juez federal en 1996. Doctor y profesor universita­rio, completó su formación en la prestigios­a facultad de Leyes de Harvard. Muchos de sus pares lo definen como un magistrado rápido para decidir, preparado y resuelto. Fascinado por descifrar los caminos del dinero sucio, al astro de la justicia brasileña se dice deslumbrad­o por la histórica operación “Mani Pulite”, que desarticul­ó una compleja red de corrupción en la Italia de los ‘90.

Moro está casado y tiene dos hijos con Rosângela Wolff, también abogada, que en las redes sociales expresó el domingo su satisfacci­ón tras la victoria electoral de Bolsonaro. ■

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