Clarín

Los cementerio­s “fantasma”

- Judith Savloff jsavloff@clarin.com

Los médicos abren la puerta de la casa y encuentran a la madre muerta en el piso y a su bebé al lado, desencajad­o. Hay que salir del estupor para mirar alrededor y descubrir, detrás, sobre la cama, el cadáver del padre. Los artistas no lo supieron nunca pero, en 1899, cuando el escultor uruguayo Juan Ferrari talló en mármol la escena de la pintura Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, del también uruguayo Juan Manuel Blanes, estaba dejando la única pista todavía visible de que en el siglo XIX hubo un cementerio en el Parque Ameghino, pulmón verde del barrio porteño de Parque Patricios.

“Es que la creación del monumento A las víctimas de la fiebre amarilla, ubicado en el centro del Parque, fue ordenada por un decreto de 1872, meses después de que el Cementerio de Sud, que funcionaba ahí, colapsara. Lo habían inaugurado en 1867, en me- dio de un brote de cólera, y cuando llegó la epidemia de fiebre amarilla no dio abasto. Estiman que debieron hacer 18.600 inhumacion­es”.

Así lo cuenta a Clarín Hernán Vizzari, “el explorador de cementerio­s”. Y dice que sí, que el Cementerio del Sud no es el único “olvidado” en Capital. Fantasma. Y que sí, que es uno de los pocos de los que queda algún indicio aparte de documentos.

Un informe oficial cuantifica parte del asunto: señala que en la Ciudad existen unos 40 cementerio­s usados entre los siglos XVII Y XVIII, todos bajo tierra. Los primeros, del 1600, funcionaba­n dentro de las iglesias católicas. Cuando no hubo más lugar, organizaro­n anexos en predios vecinos -que se usaron, en principio, para los pobres y “ajusticiad­os”- y en el siglo XIX apareciero­n los públicos. En 1822, el de Recoleta, entre ángeles de piedra, personajes legendario­s y de leyenda, que se convirtió en un paseo emblemátic­o de Buenos Aires.

El Cementerio del Sud no fue el único que mutó en espacio verde. Por ejemplo, donde hicieron la plaza Pri- mero de Mayo, en Balvanera, funcionó en 1800 uno de los cementerio­s para “disidentes”, es decir, no católicos. Era el “Victoria”, para británicos. Otro fue el “Del Socorro”, en Juncal y Suipacha, destinado a estadounid­enses y a alemanes. Se cree que allí también fueron enterrados vecinos judíos. “En 1921, una asociación askenazi –de judíos de Europa– pidió permiso a la Municipali­dad para hacer un cementerio en La Paternal. Se lo dieron y arrancaron las obras. Pero dos años después se prohibió abrir cementerio­s y concretaro­n el proyecto en La Tablada”, señala Vizzari. De ese espacio, el Cementerio Israelita de La Paternal, también hay una huella en el barrio: “Parte de la vieja entrada se mantiene en el polideport­ivo Malvinas, de Argentinos Juniors”.

Del segundo cementerio “de Belgrano” - el primero estuvo en torno a la Basílica-, que funcionó entre 1875 y 1898 en torno a Monroe y Miller, hoy Villa Urquiza, se vieron bóvedas hasta 1920, cuando empezaron a demolerlas para hacer la plaza Marcos Sastre -bautizada así porque los restos de ese escritor, también vecino, estuvieron allí antes de que los llevaran al de Recoleta-. El arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, quien diseñó los cementerio­s de Recoleta y de Chacarita (1886) -cuyas joyas inspiradas en iglesias europeas del siglo XII y flores estilo Art Nouveau, defiende y defiende Vizzari-, trabajó también en el “de Belgrano”. Pero hoy sólo se puede encontrar en la plaza algún vecino memorioso que deja ramitos frente a una imagen de la virgen.

“Cuando cerraron ’el de Belgrano’, abría el nuevo de Chacarita, que reemplazó al que inauguraro­n en 1871 donde ahora se encuentra el Parque Los Andes, urgidos por el desastre de la fiebre amarilla”, apunta Vizzari. “Y Flores también tuvo dos cementerio­s antes del que conocemos, donde la comunidad boliviana conmemora el Día de los Muertos. Uno estaba, en 1807, alrededor de la Basílica y el otro, que se usó entre 1832-72, en las actuales oficinas del Ente de Higiene Urbana. Ambos fueron cerrados por lo mismo: el crecimient­o del barrio, la falta de espacio”. ■

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