Aquella final del sorpresivo gol de Suñé, Boca campeón y las dos hinchadas a pleno en el Cilindro
El equipo del Toto Lorenzo le ganó 1-0 al de Angel Labruna gracias a la avivada del capitán xeneize en un tiro libre. La cancha de Racing recibió casi 100.000 personas.
Resulta una referencia ineludible en el recorrido de 105 años de enfrentamientos oficiales entre River y Boca. La final del Nacional había sido única hasta este año. Se le acercó, le hizo un poco de sombra, la definición de la Supercopa Argentina en febrero de este año en Mendoza. Pero antes de estas finales de Libertadores, lo que sucedió el 22 de diciembre de 1976 había sido único y parecía inigualable. Fue en la cancha de Racing, con un sorpresivo tiro libre de Rubén Suñé para el 1-0 final y que le permitió a Boca festejar el bicampeonato (había ganado el Metropolitano).
El Nacional contó con un formato diferente a todos los que se disputaron entre 1967 y 1985. Participaron 34 equipos y se dividió en dos zonas de ocho y dos de nueve. Los dos primeros de cada zona se clasificaban directamente a cuartos de final. Las instancias finales se jugaron a un solo partido. Boca igualó el primer puesto de la Zona A con Quilmes y jugó un desempate para definir el 1-2: ganó Boca 2-1 y evitó enfrentarse con River, que ganó la Zona B con comodidad, y segundo quedó Banfield. En cuartos, Boca venció 2-1 a Banfield y River 2-1 a Quilmes. En semifinales, Boca despachó a Huracán (1-0) y River a Talleres (1-0). Los caminos se alinearon.
“Boca y River están por jugar la final del Campeonato Nacional de 1976. Noventa minutos a todo o nada, a un solo partido y en cancha neutral. Si empatan, habrá media hora de alargue. Y si siguen sin sacarse ventajas, deberán ejecutar penales” relata con detalle Diego Estévez en el libro La Final, El Superclásico más decisivo en tiempos de tinieblas, una obra imperdible sobre aquel inolvidable encuentro.
La expectativa fue enorme. Miles de hinchas intentaron estar. La AFA definió al Cilindro como escenario. Era el de mayor capacidad. En una época de restricciones tras el golpe del 24 de marzo, en Avellaneda no las hay. Donde cabía uno cabían dos. Salieron a la venta 70.000 generales y 12.000 plateas. Luego, la AFA intentó reducir la capacidad a 50.000. Ante la presión de los clubes, las mantuvo. Los de Boca se ubicaron en el anillo superior. Los de River, todos en el piso inferior. Siempre resultó difícil determinar si hubo más hinchas de un lado que del otro. Boca, River y Racing dieron, como siempre, entradas de protocolo; los colados estaban a la orden del día. Por eso no es exagerado asegurar que hubo al menos cien mil almas. El partido se transmitió en directo por Canal 7, pero las imágenes y especialmente el gol del Chapa Suñé se perdió en el tiempo. Fue una final de película y eso que todavía no se hizo ninguna película con la final.
En un país militarizado, el Superclásico más convocante de la historia apenas contó con 350 efectivos. Había mano dura, los hinchas , paralizados como la mayoría de la gente, lo sabían y entonces nadie ponía en juego su vida. Hubo incidentes menores pero cuatro décadas después resulta difícil entender que no haya resultado una tragedia aquel encuentro. Más
con el fresco recuerdo de la Puerta 12 del Monumental en 1968, cuando murieron 71 hinchas.
Eso sí, nadie respetó un lugar, todos buscaron la mejor visión, aunque cometiendo injusticias ante quien abonó un poco más por la entrada. “Era necesario un Maracaná”, tituló Clarín la crónica de Guillermo Gasparini. Y así describe cómo estaba la cancha: “Lo vemos en todos los pasillos poblados, en aquellos que pugnan por treparse a las cabinas bajas de transmisión (...) También se nota en los dos sectores populares, donde no hay espacio para moverse hacia los costados”. En la obra La Final, Sergio Brignardello, quien entonces tenía 16 años y luego formó parte de la Comisión Directiva de Boca, contó que por los saltos se desfasó una tribuna y fueron miembros de La Doce los que lograron acomodar la junta.
El árbitro fue uno de los mejores de
la historia del fútbol argentino: Arturo Andrés Ithurralde, quien se reunió antes con los capitanes. Al juez le gustaba agilizar el juego, pero además avisó de las nuevas instrucciones de la FIFA para los tiros libres: si había la distancia correspondiente, no era necesario esperar el silbato. Fue lo que hizo Suñé a los 27 minutos del segundo tiempo. Mientras Ubaldo Matildo Fillol acomodaba la barrera, definió el Superclásico.
Tal vez lo único que no pueda igualar estas finales de Copa Libertadores sea el peso de los protagonistas en la historia de sus clubes y de nuestro fútbol. Desde Juan Carlos Lorenzo y Angel Amadeo Labruna en en el banco, pasando por Reinaldo Merlo y Roberto Mouzo (máximas presencias en sus clubes) hasta el Pato Fillol y el Loco Hugo Gatti en los arcos.
Pero como el dicho popular que dice billetera mata galán, final de Libertadores mata Nacional. ■