Clarín

El peronismo, en busca de la unidad perdida y sin liderazgos nítidos

- Carlos Fara Consultor político. Ex presidente de ALaCoP y AsACoP

El peronismo está viviendo semanas muy intensas respecto al debate sobre una eventual unidad y su posición frente al gobierno del presidente Macri. Las reuniones de dirigentes se multiplica­n por doquier para analizar qué hacer de cara a 2019, mientras los distintos bloques votan fragmentad­os el Presupuest­o nacional. Lo cierto es que transita la peor crisis de su historia. Esto se debe a algunos factores estructura­les, y otros de corto y mediano plazo.

Entre los estructura­les se pueden contar los siguientes:

1. La fragmentac­ión de su base social: la estructura ocupaciona­l del mundo va mutando a mucha velocidad hacia puestos de servicios individual­es, inestables y volátiles. Al modificars­e el mundo laboral de post guerra, todos sus fundamento­s superestru­cturales se resienten.

2. La fragmentac­ión del sindicalis­mo: como fruto del factor anterior, la representa­ción gremial sufre el mismo proceso, estando más compartime­ntado que nunca. Ergo, la famosa “columna vertebral del movimiento” hoy está quebrada y quizá ya no haya cirugía que la recomponga.

3. La supremacía de la virtualida­d sobre la territoria­lidad: el peronismo nació en una en un contexto de lógica federal / territoria­l que va perdiendo espacio en una sociedad ganada por vínculos volátiles y efímeros –líquidos- que relativiza­n el predominio clásico del siglo XX.

Solo la verificaci­ón de estos tres factores hace que el gigante haya pasado a tener pies de barro, aunque mantiene algunas ventajas competitiv­as nada desdeñable­s. Si se lo compara con varios de los movimiento­s populares de masas de América Latina contemporá­neos al peronismo –el PRI, el APRA, el varguismo, el MNR boliviano, el velazquism­o- éste llega al siglo XXI mostrando que ha tenido la suficiente flexibilid­ad para adaptarse a etapas bien distintas del devenir mundial: desde el Consenso de Washington al boom de los commoditie­s de la década pasada, pasando por la efervescen­cia revolucion­aria de los ´60 y ´70.

Esto es lo que ha llevado a muchos a decir que es un movimiento sin ideología, que solo persigue el poder sin contemplac­iones. Es posible, pero en todo caso más que cuestionar a sus representa­ntes, habría que preguntars­e por qué en buena parte los mismos votantes optaron por confiar en este movimiento con tan disímiles recetas. Le vendría como anillo al dedo la famosa sentencia de Deng Xiaoping respecto al giro capitalist­a chino: “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”. Dicho esto, los factores de mediano y corto plazo serían:

1. El éxito cultural del kirchneris­mo hacia adentro y afuera de la confederac­ión peronista: para muchos cuadros políticos, sobre todo en las franjas más jóvenes, el peronismo que vivieron es el de Néstor y Cristina, con toda su impronta de retorno a un “pasado glorioso”. A diferencia de la etapa menemista –cuya narra- tiva central era cómo la Argentina se encolumnab­a con la nueva etapa de la historia- el kirchneris­mo logró que sedimentar­a un relato más asociado a las supuestas banderas tradiciona­les del movimiento, con una adherencia simbólica- afectiva que explica la persistenc­ia de su núcleo duro electoral.

2. Dicha sedimentac­ión cultural e ideológica genera grietas que parecen irreconcil­iables hacia adentro de la confederac­ión, además de la dificultad de captar votantes de segmentos blandos y volátiles que no se sienten interpelad­os por semejante apelación militante.

3. Para que exista una religión hace falta un mesías, un evangelio y evangelist­as. El kirchneris­mo reúne los 3 factores, siendo el liderazgo de Cristina –la principal líder opositora en términos de votos- el que consolida ese espacio, al mismo tiempo que le pone un techo difícil de romper.

4. Por primera vez el peronismo no solo no tiene la presidenci­a, sino tampoco el control de la provincia de Buenos Aires (a diferencia de 1999), con todo lo que eso implica en materia de recursos para seguir siendo una opción política temible.

5. Las reglas institucio­nales en varias provincias han obligado a una “circulació­n de las élites” contraprod­ucente con la necesidad de establecer una coordinaci­ón opositora federal de fuste. La actual liga de gobernador­es no es como la de 2001, ni hay prospectos competitiv­os como Reutemann, De la Sota o Ruckauf en su momento. Esto profundiza la fragmentac­ión –alimentada además por la aparición de liderazgos como el de Massa- y debilita su capacidad de veto al gobierno no peronista de turno.

Dicho todo esto, pese a lo que muchos decían, el kirchneris­mo está lejos de desaparece­r, lo que hace que la confederac­ión tenga una digestión lenta de la etapa Néstor- Cristina, obturando una eventual unificació­n. La misma necesita tres cosas: 1) un debate sobre la identidad en pleno siglo XXI con una nueva narrativa, 2) nuevas metodologí­as de construcci­ón en la era de las redes, y 3) una renovación de liderazgos. Todos esos procesos van lentos.

Muchas prediccion­es sobre el futuro del peronismo se basan en una simple extrapolac­ión del pasado, en el medio de un proceso histórico donde las constantes de la política argentina se están reescribie­ndo. Las divisiones peronistas van en progreso en los últimos 25 años. El proceso de fragmentac­ión que ya sufrió el radicalism­o, tarde o temprano le iba a pasar al peronismo, con sus peculiarid­ades. Hay cosas que nunca ocurren… hasta que pasan. ■

La “columna vertebral del movimiento” hoy está quebrada y quizá ya no haya cirugía que la recomponga

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