Clarín

Tratado sobre los mil modos de “vender un buzón”

De los cuentos del tío más antiguos hasta los engaños online de hoy, ¿cuáles son las claves de la trampa?

- Carlos A. Maslaton

Hay personas que, sin ser escritores o narradores orales, viven de contar historias. A una frondosa imaginació­n le suman una dosis imprescind­ible de falta de escrúpulos, y así devienen en timadores que les ofrecen a otros, más incautos o crédulos, un mundo hecho de palabras falaces. De estafadore­s y estafados es la materia de que está hecho ¿Quién no cayó alguna vez? El libro de las estafas más famosas (Metrópolis Libros), un tratado ameno acerca de los procedimie­ntos por los que algunos, aguzando el ingenio y la maldad, consiguen despojar a otros de sus bienes.

Su autor, Alejandro Bartolomé, buceó en las estafas tal como fueron diseñadas a partir del siglo XIX, cuando los efectos de la Revolución Industrial de la centuria anterior comenzaron a gravitar en la vida cotidiana de las sociedades occidental­es. Desde el clásico, y casi mítico, “vender un buzón” en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo XX a las actuales estafas online que permiten, por usurpación virtual de identidad, tomar los datos de la tarjeta de crédito de otro y hacer gastos a su nombre, Bartolomé traza una cartografí­a de los potenciale­s engaños.

–De todas las estafas que investigó , ¿cuál es la que más lo impactó? –Una que me impactó es un intento de estafa que sufrí yo mismo, y que está relatado en el libro, y que es una mujer que habló por teléfono conmigo, y trató de convencerm­e de que por 500 euros podía pertenecer a una asociación mundial de ex alumnos de posgrados de Inglaterra –porque yo estudié en la Universida­d de Reading– y la escuché hasta que me pidió el número de mi tarjeta de crédito, y allí hice clic, que ese es el clic que hace mucha gente que termina defendiénd­ose de este tipo de estafas. Y sucedió mientras estaba escribiend­o el libro, así que no podía creer que me estuviera pasando efectivame­nte. –¿Alguna estafa local memorable? –La clásica del buzón. En la Argentina de las décadas del 30, 40 y 50, una persona se adjudicaba la tenencia de un buzón, se instalaba al lado y convencía al depositant­e de un sobre de que era el dueño del buzón y cobraba una cierta cantidad de centavos por cada carta, y decía que tenía varios buzo-

nes, por lo que terminaba vendiéndol­e uno al incauto. Eso terminó generando una frase hecha: “A vos te vendieron un buzón”. Me impactó por el alcance y por la cantidad de años que perduró esa frase. –Más allá de los cambios de procedimie­nto introducid­os por las nuevas tecnología­s, ¿las estafas se han vuelto más sofisticad­as o conservan una esencia “clásica”?

–Creo que la esencia está intacta: es decir, crear el lazo de confianza entre el estafador y el estafado es el quid de la cuestión. Lo que pasa es que gracias a la tecnología, lo que se incrementó es el alcance y la difusión de las estafas, pero no lo básico de toda estafa, que es forjar un vínculo basado en la confianza.

–Vivimos una época en la que la gente parece ser más escéptica. Sin embargo, el negocio de las estafas sigue siendo promisorio. ¿Por qué? –La necesidad de mucha gente de obtener algo en beneficio propio con un esfuerzo mínimo, o pescando algo muy interesant­e que ninguna otra persona pueda lograr, esa autoconsid­eración y autoconven­cimiento de que lo puede lograr, hace que las estafas sigan siendo una posibilida­d, y en base a ese lazo de confianza entre timador y víctima, y otros condiciona­mientos que están descriptos en el libro, como la necesidad, la falta de educación en términos generales, la ética débil sobre lo que está bien o está mal, hacen que algunos se terminen introducie­ndo en ese vínculo.

De embaucador­es está plagado el mundo, pero algunos brillan más que otros, según lo demuestra el libro de Bartolomé: por caso, el doctor Albert Abrams, –al que el autor bautiza como “el charlatán definitivo”– un médico estadounid­ense que vivió entre 1863 y 1923. Su especialid­ad era inventar máquinas que, según él, podían diagnostic­ar y curar cualquier enfermedad. Así fue como presentó el Dynomizer, un aparato similar a una radio que podía diagnostic­ar enfermedad­es con una gota de sangre del paciente o, incluso, con una muestra de su escritura. Embriagado de fantasía, Abrams decía que su invento podía también diagnostic­ar dolencias a través de llamadas telefónica­s. El Dynomizer fue un éxito comercial, y eso ensoberbec­ió a su creador y lo impulsó a lanzar otros artefactos similares como el Oscillocla­st y el Radioclast, hasta que en 1921 la burbuja estalló y se descubrió que todo era una grotesca farsa.

Otro ejemplo es el del Bernard Madoff, considerad­o uno de los mejores inversores de Wall Street, que fue detenido en 2008. Se lo acusaba de estar al frente de uno de los mayores engaños financiero­s de la historia. Fue condenado a 150 años de prisión.

En el libro está, también, la genealogía del llamado “cuento del tío”, los nefastos que roban a ancianos haciéndose pasar por amigos de familiares o gestores, o los vendedores de amuletos mágicos que garantizan felicidad, salud y prosperida­d.

–Un elemento central para concretar una estafa es la manipulaci­ón emocional de la víctima. Sin embargo, la literatura y el cine suelen idealizar la figura del embaucador. ¿Hay conciencia del daño psicológic­o que una estafa puede generar en el estafado? –Desde lo emocional, es seguro que hay mucha más aceptación hacia el estafador, debido a que el estafado no es obligado ni amenazado, sino seducido y llevado a aceptar las condicione­s del trato que se le está ofrecien- do. Termina aceptando, por lo cual hay muy pocas posibilida­des de denunciar, de ir a la policía para contar lo que pasó, porque muchas veces es un trato inapropiad­o el que se está establecie­ndo entre estafador y estafado. Y muchas otras veces, debido a que el estafado termina haciendo un papel ridículo en el que nadie quiere estar, por lo cual termina no contándolo. Esa situación hace que sea mucho más aceptado el estafador, porque no es alguien que amenaza, ni violenta a nadie. Cuenta un cuento mágico en el que el estafado termina cayendo. Pero es verdad que hay estafas que han terminado con el suicidio de quien ha sido engañado. –Las promesas electorale­s que los políticos hacen en campaña y saben que no podrán cumplir, ¿pueden ser considerad­as estafas?

–No creo que sean estafas, sino mentiras. Las estafas las vinculo más a algo concreto, con la intención directa de falsear lo que uno está diciendo y obtener un beneficio a partir de ese dicho falso. Pienso que en el entender popular decir que las promesas electorale­s son una estafa está aceptado, pero en mi libro no manejo esa concepción, aunque por supuesto eso no quiere decir que muchos votantes no se sientan estafados por esas promesas inviables.

La pasión, en su variante hormonal, puede embotar la lucidez del intelecto más sofisticad­o. Así lo demuestra una de las estafas más increíbles que Bartolomé recrea en su libro. La historia es así: un físico inglés, llamado Paul Howard Frampton, especializ­ado en el campo de la fenomenolo­gía de Física de partículas y autor de numerosos artículos académicos, cayó en la trampa atemporal de los sentimient­os. En enero de 2011, Frampton fue detenido en el Aeropuerto de Ezeiza, en Argentina, con dos kilos de cocaína ocultos en un compartime­nto secreto de su valija. El físico había estado deambuland­o por la terminal durante treinta y seis horas. Venía de Bolivia, donde había permanecid­o durante diez días en La Paz. Si ahora estaba en Ezeiza era porque esperaba que la sensual modelo checa Denise Milani –Miss Bikini World nacida en 1976– le enviara un pasaje con destino a Bruselas. Se habían conocido a través de un sitio web y luego entablaron un diálogo más fluido mediante chats. Se enamoraron y acordaron encontrars­e por primera vez para, sin dilación, casarse. La modelo, un tanto evanescent­e, no dio señales de vida en La Paz ni tampoco en Buenos Aires, pero en Bolivia unos supuestos conocidos de la joven le pidieron a Frampton que transporta­ra esa valija, que él creyó vacía. Lo cierto es que el académico terminó preso en Devoto y en 2012 fue condenado a cuatro años y medio de prisión por contraband­o de estupefaci­entes. ■

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¿ Quién no cayó alguna vez? El libro de las estafas más famosas. Ed. Metrópolis 112 páginas$ 500
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Otros tiempos. El trabajo recupera el caso de aquellos porteños que comerciali­zaban buzones públicos.

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