Clarín

Los encantos rituales de un café de barrio

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Una razón azarosa me depositó una mañana temprano en una esquina de Parque Patricios. Un café, abierto y en plena faena ya a esa hora, era una invitación a entrar y demorarse un rato en el disfrute de un ritmo que se añora en otros rincones de la ciudad. Como si no hubiera urgencias ni apremio de ninguna naturaleza, y el tiempo se calculara con un reloj diferente al alejarse de las afiebradas calles del Centro, los habitués van cayendo; son los conocidos de siempre. A tal punto, que la “casa” está atenta a sus gustos y demandas. “Hay mate cocido, sí”, dirá -solícito- el mozo, para agregar, señalando con la cabeza al grupo que ya departe alrededor de la mesa ubicada en el medio del salón “es que los muchachos lo piden” . De sesenta largos o setenta cumplidos, los “muchachos” van haciendo el pedido sin necesidad de aclaración alguna. Tomarán lo de siempre, eso que conoce al dedillo quien está detrás del mostrador. En ropa de de- porte o algo más formales, algunos más se van sumando a la tertulia. Infaltable, el diario sobre la mesa dispara las conversaci­ones: paro docente, cortes y piquetes , fútbol. De lo general se va pasando a lo particular, y ahí aparece entonces el asado del domingo y una discusión acerca de la mejor manera de encender el fuego, la suerte de aquel otro vecino que tenía su negocio sobre avenida Caseros o las dudas del nieto que no sabe qué carrera elegir.

Con sus propias caracterís­ticas, de la mano del proverbial cortado o de un caffé latte, cada rincón de la ciudad tiene su propio, acogedor escenario que revive la tradición del café y de la amistad. Rituales que, igual que Buenos Aires, parecen tan eternos como el agua y el aire.

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