ROMANCE PARA HOMBRES
Los hombres siempre han escuchado que, supuestamente, no deben interesarse por las comedias románticas con sus historias empalagosas, personajes acartonados y sus finales predecibles. Pero en este mundo tan incivilizado, necesitamos del género más que nun
Siempre has escuchado que los caballeros debemos evitar a toda costa las comedias románticas. Derrumbamos este mito y tenemos para ti algunos ejemplos para que te inicies en el género.
Despegaste hace una hora e, incluso, si no estás volando en primera clase, hagamos de cuenta que sí. Por lo general, no tomas licor a la hora de la comida, pero estás a 30 mil pies de altura y nadie ( que conozcas) puede verte; así que piensas “¿por qué diablos no?”. Y así, de pronto, tienes una copita de sauvignon blanc en la mano, para empezar, y ojeas sin mucho interés las opciones de entretenimiento a bordo. El trayecto al aeropuerto fue relativamente largo, pasaste un tiempo considerable en la sala de espera y el vuelo estaba retrasado, así que ya te leíste todos los periódicos y revistas que cargabas contigo, leíste todos los artículos que guardaste en el ipad y preferirías esperar dos horas antes de tomarte esa pastilla para dormir (después de tratar de no escupir al menos una parte de la comida, claro está). Entonces, te queda una y sólo una opción: vas aver una comedia romántica…
¿Por qué será que los hombres siempre ven comedias románticas durante un vuelo? ¿Por qué están dispuestos a pasar varias horas –quizá más– viendo una película de la que huirían sin pensarlo si estuvieran en casa? ¿Por qué, en un avión, estamos perfectamente conformes con ver un montón de tonterías sentimentales protagonizadas por Ryan Reynolds (a menudo y, por demás, injustamente llamado “el otro Ryan”) o Jennifer Aniston cuando nadie nos ve?ya perdí la cuenta de las veces que me he levantado a estirar las piernas durante un vuelo y me he topado a un hombre comiendo cacahuates japoneses mientras ve la última película de Sandra Bullock o Jason Sudeikis.
El comportamiento de algunas personas en aeropuertos y aviones puede ser desconcertante, en el mejor de los casos.
Siempre tendremos al hombre de negocios que, a pesar de haberse sometido a los filtros de seguridad del aeropuerto al menos cuatro veces por semana durante los últimos 10 años de su vida, hace berrinche porque no quiere quitarse los zapatos. También estará el viajero poco frecuente al que, después de desdeñar la demostración de seguridad de una gentil azafata, se le verá batallando con el asiento reclinable, que amenaza con devorarlo como un árbol en la Tie-
rra Media. Y después, estarán los que ven a escondidas Tienes un email, A él no le
gustas tanto o Guerra de novias, mientras se empinan un chardonnay barato y devoran un pollo chicloso, pero picante.
Sin embargo, debo confesar algo: No veo comedias románticas sólo en los aviones: desde hace algún tiempo, también las veo en casa. No estoy orgulloso, y hasta hace poco, sentía la necesidad de ocultarlo, pero como tengo la intención de ser absolutamente honesto –y en el afán de fomentar la transparencia–, voy a reconocer mis hábitos de consumo.
No sólo veo comedias románticas en aviones: ahora también en la privacidad de mi propia casa. Listo. Lo digo y lo sostengo. A menudo, cuando tengo la tarde libre, y después de ver el último capítulo de House of Cards, Game of Thrones, Narcos o Peaky Blinders, escarbo en mi biblioteca de Netflix, descubro algo que no he visto en unos cuantos meses, bajo el tono de voz y, simplemente, digo –como cuando Jeremy Clarkson cambia de velocidad– “¿ Sintonía de amor?”. En ese momento, mi familia usualmente me observa con estudiado desprecio, suspiran entre burlas y desaparecen en sus respectivas habitaciones paraver sus propios placeres culposos en sus laptops.
Que así sea. Soy adicto a las comedias románticas y, hoy en día, no me importa quién lo sepa. No me importa que los guiones siempre tengan que ver con despedidas de soltera, bodas, mas-
¿PORQUÉLOS HOMBRESSIEM PREVENCOME DIASROMÁN TICASENL OS AVIONES;FILMES QUERENEGARÍAN PONEREN SUCASA?
cotas asquerosamente tiernas o la incapacidad de un comediante británico novato para hablar con un acento norteamericano medianamente convincente. No me importa que la actuación de los protagonistas masculinos sea tan desangelada, que más parece un hilo de Twitter. No me interesa que el arco narrativo nunca varíe (incompatibilidad sexual, una grandilocuente declaración de amor, un asombroso encuentro logístico, amor verdadero que vence todos los obstáculos, etc.).
En un vuelo a Antigua hace unos años, tras abrirme paso por La sombra del poder, ¿Qué
pasó ayer? y Moon, me descubrí (con cierta vergüenza) viendo el que pensé que sería un ejemplo infame del género, La propuesta, protagonizada por Sandra Bullock. Una clásica lección de vida neoyorquina (piensa en Diane Keaton en Baby
Boom; dale, sabes que quieres), en la que una ambiciosa y dura ejecutiva permite que una guerra de agotamiento romántico se convierta en el amorverdadero, para descubrir durante el proceso al cachorrito que vive en su corazón.
El asunto es que Sandra Bullock no es infame y –fanfarria lenta, por favor, seguida de la resonante voz de Dios según Tom Baker– tampoco lo son las comedias románticas en general. Es habi- tual que a los críticos no les gusten por la misma razón que les disgustan las telenovelas: piensan que son condescendientes. Nick Hornby, incluso, habla de ellas en su novela Juliet, desnuda (Anagrama, ¡): “Tucker botó la comedia romántica que había empezado a ver. Hasta donde le quedaba claro, el problema entre la pareja central, eso que evitaba que estuvieran juntos, era que ella tenía un gato y él tenía un perro, y el gato y el perro peleaban como perros y gatos, y esto provocaba que la pareja –por un misterioso contagio que la película no podía explicar debidamente– peleara también como perros y gatos”.
Las verdaderamente exitosas, sin embargo, el modelo definitivo de comedia romántica, son las películas de trama más sencilla, verdaderos conceptos para solapa de cajetilla de cigarros que dejan en ridículo a la mayoría de los bromances, las películas de amigotes o cuyo argumento gira alrededor de alguna broma descabellada. En realidad, la comedia romántica es la hija bastarda y deslactosada de la comedia screwball de los £: las Sandra Bullock, Kate Hudson, Jenniferaniston y Emily Mortimer de este mundo aprietan el paso por el género con la esperanza de convertirse de pronto en Katharine Hepburn. No, las chick flicks no suelen estar escritas por John Cheever, John Updike o Philip Roth; y no, no son dirigidas por figuras como Martin Scorsese, Wes Anderson o Woody Allen (ya no más, al menos). Aunque estoy seguro de que Cheever hubiera escrito una si se lo hubieran pedido y todas las comedias románticas que he visto han sido mejores que cualquier cinta que Allen ha dirigido desde ¡¨¨, más o menos. Las comedias screwball eran parte de un género que no sólo daba cabida a inteligentes justas verbales, sino que las fomentaban positivamente como una manera de cachondeo en los días en que el Código Hays (una especie de código “moral” para las producciones) dificultaba que los protagonistas hicieran algo más que tomarse de la mano y expresar su amor platónico eterno. Esto dio pie a un género considerablemente robusto, que sobrevivió a la avanzada progresista del cine estadounidense en los años © yª .¿ De qué otro modo uno se explicalacarrera de Barbra Streisand en Hollywood?
La comedia romántica es la fantasía de escape absoluta: el mundo en el que funciona está casi legalmente proscrito. Sólo puede funcionar en un ambiente controlado, y cuando vivimos y trabajamos en un entorno cada vez menos regulado y caótico, un mundo que es testigo de modificaciones radicales en las certezas demográficas en virtud de cambios industriales y tecnológicos fundamentales, ¿quién no agradece un poco de rutina clásica? El universo de la comedia romántica podrá estar de cabeza, pero al menos es uno en el que sabemos dónde está todo. Ese mundo está lleno de camas perfectamente tendidas, siempre hay lugares de estacionamiento y nieva cuando uno lo necesita, alguien barre siempre las hojas y el conflicto no es sino parte del juego previo. En cuanto a los escenarios, nos proporcionan una pizca de la elegancia de tiempos mejores, cuando el romance era un imperativo y no un obstáculo. Los patrones en este caso son resolutivos: ¿por qué querríamos algo distinto?
En este mundo, las mujeres –sin importar si se apellidan Hepburn o Streisand o Keaton o Aniston o Bullock– a menudo son representadas como neuróticas metropolitanas, mientras que los hombres tienden a ser criaturas tímidas y explotadas, del tipo ligeramente húmedo de Robert Redford, Matthew Mcconaughey o Ryan Reynolds… Parecen incapaces de espantar a un pato. En la vida real, odiaríamos a este tipo de gente –mujeres atroces y autoritarias, hombres patéticos y serviles–, y quizá por ello, disfrutamos tanto la inversión de roles. Obviamente, por eso, podemos sentarnos muy a gusto en un avión y reírnos a carcajadas con películas como La boda de mi mejor amigo, Mi súper ex-novia, Cómo perder a un hombre en 10 días, Como si fuera la primera vez y Los fantasmas de mis ex.
¿Acabo de decir todo eso en voz alta? Ah, el gusto culposo…
El asunto es que los hombres no sólo se ríen de estos filmes: lloran hasta la camisa. Es notable que más de 40% de los caballeros lloran cuando ven una comedia romántica en pleno vuelo. ¿Y por qué lo hacemos? Por la diferencia entre la presión de cabina y el oxígeno en tierra: a todos nos afecta, se nos bate el cerebro. Para los hombres, sin embargo, es un lugar seguro, es como nuestra caja de herramientas en el aire, un espacio aislado en el que podemos permitirnos un grito interno primordial, disfrazado de sorbos de vino blanco. Estamos alejándonos de nuestros seres queridos, nos sentimos solos, quizá hasta un poco nerviosos, probablemente cansados y sin duda, nos faltan horas de sueño. Estamos desconectados de todas las personas a las que conocemos y casi, inevitablemente, nos invade una sensación de ansiedad tan palpable que casi podríamos describirla como densa, oscura y aceitosa. Una pieza clave para el procesamiento de las emociones en el cerebro es la amígdala, aunque algunas otras áreas mantienen bajo control esas respuestas. No obstante, un estudio reveló que
WHEN HARRY MEET’S SALLY EL MODELO DEFINITIVO DE COMEDIA ROMÁNTICA ESEL DELA TRAMA MÁSSENCILLA.
EN REALIDAD, LA COME DIAROMÁNTICAESLA HIJA BASTARDADE LACOMEDIA SCREWBALL DELOSAÑOS30.
mientras más cansados estamos, la influencia inhibitoria que ejerce la corteza media prefrontal sobre la amígdala se debilita, por lo que sus respuestas a estímulos emocionales negativos se amplifican. Además, como siempre nos indican las autoridades de la aviación civil, la baja presión del aire durante un vuelo adelgaza la sangre, lo que incrementa los efectos del alcohol.
“Francamente, somos unos idiotas –dice el crítico de cine Jason Solomons–. La mezcla de vuelos y películas es un coctel embriagante: hay imágenes y sentimientos demasiado cerca de las retinas, en un ámbito que se vuelve íntimo”. Estamos, hasta cierto punto, indefensos con nuestros pensamientos, vagando por lugares a los que normalmente no vamos. Lloramos por lo conocido y lo desconocido y, por supuesto –y esta es la peor clase–, lo desconocido conocido. Como dijo alguna vez el columnista Brett Martin: “Se abre un extraño compartimento superior del corazón, el juicio crítico se aferra a su cojín de flotación y sigue la guía de luces hasta el tobogán amarillo…”. Regresamos a la infancia y lloramos con los avances de películas protagonizadas por perros y personas mayores. Sí, siempre estarán los tipos que beben su peso corporal en chardonnay rumano, se palmotean unos a otros las espaldas y presumen cuántas reuniones tuvieron antes de abordar, pero incluso ellos estarán llorándole a la almohada cuando se les baje la borrachera. Brian Cox, físico de partículas y presentador de televisión, llora en los aviones. También Jake Gyllenhaal. Richard Madden, quien interpretó a Robb Stark en Game of Thrones, lloró todo el camino de regreso a Londres cuando vio el capítulo de la Boda Roja: “Era el orate en el avión, llorando a medianoche”. Incluso los entusiastas de la aviación civil se descubren llorando.
Para los hombres, supongo que una comedia romántica es el placer culposo definitivo, pero como todos sabemos, los placeres culposos son simplemente una manera de reconocer las vicisitudes del gusto. Sin duda, a medida que un género se establece en la imaginación del público, incrementa su riesgo de padecer las fuerzas reductoras del mercado (razón por la cual se produjeron tantas películas lamentables de Bullocky Mcconaughey), pero una buena comedia romántica todavía puede apostar a peces mucho más gordos. Annie Hall es probablemente el mejor ejemplo del género, y pisándole los talones en el segundo lugar estaría la mejor cinta de Allen que, de hecho, no dirigió:
Cuando Harry encontró a Sally, de Norah Ephron. Por otra parte, la comedia romántica también ha sido, quizá temporalmente –uno nunca sabe–, responsable de la rehabilitación de la leyenda que es Robert De Niro. Si tienes cierta edad, entonces, seguro conoces a De Niro como la contraparte gruñona en una letanía de comedias abominables –en particular, la infame serie de películas de La familia de mi novia (ninguna es graciosa)– y quizá te hayan presentado al hombre que alguna vez fue el mejor actor de
su generación a través de los cada vez más tristes lamentos de quienes lo vieron en la cumbre, durante sus años imperiales (más o menos de
Calles peligrosas de , a Casino de ). Pero con Pasante de moda de , De Niro vivió una rehabilitación casi completa, ofreciéndonos una actuación que no sólo refleja sus habilidades, sino que también puede hacerte brotar las de cocodrilo mientras sorbes un riesling húngaro a mil pies de altitud. Su primera incursión exitosa en la comedia mainstream fue la brillante
Fuga a la medianoche, de , historia de amigotes dirigida por Martin Brest y con más chistes veloces y venenosos que cualquier comedia de pastelazos de los hermanos Marx; de su lado, Pasante de moda es su mejor incursión semicómica desde
Analízame. De hecho, en el mejor estilo de De Niro, no es realmente una actuación cómica, pero como ha pasado los últimos años tratando de ser tan ordinario como sea posible en sus papeles, quizá lo mejor es decir que es uno de sus papeles “normales” más aceptables, uno en el que parece ya no quedarle nada por explorar.
Una de las razones por las que la comedia romántica sigue floreciendo como género es por su capacidad para habitar un mundo abstracto, ocasionalmente surrealista, y aunque en la superficie la mayoría de las comedias románticas podrían parecer perfectamente plausibles, en la realidad –incluso las de Hollywood– son todo menos eso. El año pasado, el New Yorker hizo una lista de trabajos actualizados para los personajes de comedias románticas; así, el periodista pasó a ser un colaborador de un sitio web
(que publica los artículos de otros con el mismo encabezado y ninguna atribución), el propietario de la librería ahora trabaja en marke
ting, pero tiene una bolsa de lona de una librería de la vieja guardia, la prostituta se transformó en prostituta vía una app, la arquitecta ahora diseña apps que te permiten saber cuando estás cerca de otras apps y la abogada de derechos humanos ahora dirige una startup que conecta a las startups con abogados. Todas estas eran bromas, pero, de hecho, funcionarían en una pelí- cula, como lo haría cualquier otro estereotipo moderno, como una conductora de Uber, el
hipster odioso o el nerd multimillonario. Y eso es porque el trabajo sólo sirve para definir el absurdo de una situación y potenciar la comedia en el proceso. Hoy en día, esperamos que las comedias románticas sean protagonizadas por gente que se conoció en Tinder y Grindr, o cuya idea de coqueteo son los mensajes de texto inapropiados; sin embargo, en realidad no buscamos orientación, sólo consuelo. Y aunque quizá ahora esperamos que el personaje promedio de una comedia romántica ponga en jaque nuestras percepciones de lo que podríamos ser, no tenemos prevista ninguna revelación desgarradora: no se supone que las comedias románticas cuestionen nuestras creencias, sino que las satisfagan. La comedia romántica parece ser inmune a los cambios demográficos y generacionales que hemos visto en los últimos años, más o menos (parecen interesarles a millenials y conservadores de más edad por igual), pues su sentido del absurdo crea un mundo de fantasía que incluso los mocosos hipersensibles y llorones pueden apreciar.
Hasta cierto punto, coincido con esto, aunque sí aprendí algo de una comedia romántica: tal vez recuerdes que, en Loco y estúpido amor ( ), Ryan Gosling se convierte en el mentor de Steve Carell y guía al recién divorciado por las vías y callejones del cortejo moderno (en gran medida, cómo ligarse a una chica en un bar). Lo primero que Gosling le ordena es que deje de tomar el coctel con pajilla. “¿Sabes qué parece?”, le pregunta, “parece que estás chupando un pequeño
schvantz. ¿Eso es lo que quieres?”. (Y sólo con fines de claridad, un schvantz es exactamente lo que estás pensando: un pene, sólo que en yiddish.)
No sólo Carell acata al instante el consejo de Gosling: yo también. No es que estuviera tomando un coctel en ese momento, pero entiendes lo que quiero decir. Ni una sola vez me han descubierto bebiendo nada con una pajilla, especialmente no un coctel.
¿Ves? Puedes aprender algo de una comedia romántica, incluso si tu intención sólo es distraerte minutos mientras esperas a que la asistente de vuelo te lleve la segunda copa de sauvignon blanc tibio y el Airbus de British Airways surca los cielos sobre el condado de Kerry, en Irlanda.
LOVE PUEDES APRENDER ALGO DE UNA COMEDIA ROMÁNTICA, INCLUSO SI TU INTENCIÓNE S DISTRAERTE.