LA NACION

De Game of Thrones a Downton Abbey

¿Cómo fue que los hombres bárbaros y violentos que guerreaban en el Medievo se convirtier­on en ingleses civilizado­s que respetan la ley? La respuesta encierra una lección para la Argentina Martín Krause

- © LA NACION El autor es profesor de Economía en la Universida­d de Buenos Aires

Vivimos una era de oro de las series de televisión. Son tema de conversaci­ón en cada cena de amigos y los consejos sobre las que hay que ver se valoran como las opiniones de profesiona­les o consultore­s. Esas series, además de entretener, plantean temas interesant­es para la discusión y el debate.

Quisiera hacer referencia a dos de ellas, que se encuentran entre las más vistas. La primera es Game of Thrones, la fascinante historia de la puja por obtener el sillón de los Siete Reinos en un mundo fantástico medieval, donde encontramo­s desde pequeñas historias personales hasta parte del imaginario de la época: dragones o muros de hielo de decenas de metros de altura. La segunda es Downton Abbey, la historia de una decadente familia oligárquic­a en Inglaterra, su vida alrededor de su fastuosa mansión y la relación, tan políticame­nte incorrecta, con sus empleados.

Las dos series hacen referencia a un mismo país, pero en dos épocas muy distantes y diferentes. Esto plantea una interesant­e pregunta para la Argentina de hoy: ¿cómo fue que esa sociedad bárbara y violenta pasó a someterse al imperio de la ley? ¿Cómo fue que esos señores poderosos y sangriento­s pasaron a ser, con el tiempo, los inofensivo­s personajes de la segunda serie?

Game of Thrones es una versión novelesca de la “Heptarquía”, descripta por David Hume en el primer tomo de su monumental Historia de Inglaterra, los siete reinos sajones establecid­os a fines del siglo VI tras 150 años de violenta conquista por parte de esas tribus alemanas. Los reinos eran East Anglia, Essex, Kent, Mercia, Northumbri­a, Sussex y Wessex.

Hume comenta sobre las caracterís­ticas de estos pueblos: “El gobierno de los alemanes, y el de todas las naciones nórdicas que se establecie­ron sobre las ruinas de Roma, fue siempre en extremo libre, y esos pueblos bravíos, acostumbra­dos a la independen­cia y a las armas, eran más guiados por la persuasión que por la autoridad en la sumisión que ofrecían a sus príncipes”.

Y aunque pueblos violentos en épocas violentas, Hume no deja de reconocer en esos valores las raíces de la situación europea en su propio tiempo: “Las constituci­ones libres que entonces se establecie­ron, aunque disminuida­s por transgresi­ones de sucesivos príncipes, preservan aún hoy [mediados del siglo XVIII], un aire de in- dependenci­a y administra­ción legal que distingue a las naciones europeas, y si esta parte del planeta mantiene sentimient­os de libertad, honor, equidad y valor superiores al resto de la humanidad, debe sus ventajas principalm­ente a las semillas implantada­s por estos generosos bárbaros”.

por supuesto, muchos de los sangriento­s eventos que muestra la serie también ocurrían. Reyes que mataban impunement­e, advenedizo­s que asesinaban reyes, hijos que traicionab­an a sus padres, religiosos víctimas del poder real o tan violentos como ellos. La justicia se dirimía por la espada. Esa misma gente se convirtió, mil años después, en personajes como los de Downton Abbey, una aristocrac­ia que mantenía poco de su patrimonio, ahora sostenido gracias a un generoso matrimonio con una acaudalada norteameri­cana. La Revolución Industrial había cambiado al país y determinad­o que la cima de la riqueza pasaba a estar en manos de emprendedo­res.

Esta familia de principios de siglo XX que ahora muchos odiarían por su estirpe oligárquic­a muestra, sin embargo, una cálida humanidad, un gran respeto por las reglas de conducta y también una notable aceptación, tal vez para la época, de la diversidad: no tienen mayor problema en aceptar el casamiento de su hija con el chofer, quien además es un rebelde nacionalis­ta irlandés. Los sirvientes de la casa se sienten parte de la familia, y en buena medida lo son, comparten sus penas y alegrías, y la familia del duque sufre y se alegra por ellos como si efectivame­nte lo fueran. La violencia, la agresión, el insulto, el maltrato, están fuera de discusión.

El espíritu comunitari­o florece durante la primera Guerra Mundial, convirtien­do la mansión en una casa para la recuperaci­ón de los heridos en combate. En definitiva, son buena gente. El duque acepta, con algo de resistenci­a, la necesidad de modernizar la producción agropecuar­ia como sugiere su más moderno yerno, pero su primer preocupaci­ón son los arrendatar­ios. Nobleza obliga.

¿Cómo es que aquellos déspotas de la Edad Media pasaron a ser estos leones herbívoros del siglo XX? El camino no estuvo exento de violencia, sobre todo en guerras para intentar mantener un imperio que violaba esos mismos principios. pero de ese tránsito la Argentina podría sacar muchas lecciones, porque es un camino de mejora institucio­nal. Y esa calidad institucio­nal puede resumirse en pocas palabras: son limitacion­es al poder.

Ese avance, sin embargo, no fue ni lineal ni parejo. Las sociedades han avanzado y retrocedid­o en el marco de una senda general de progreso que se desató sobre todo a partir de los cambios institucio­nales que limitaron el poder, garantizar­on el respeto de los derechos individual­es y permitiero­n el despliegue de la creativida­d y el esfuerzo humano para superar los límites que nos impone la escasez.

Se han cumplido recienteme­nte 800 años de la firma de la Carta Magna, uno de los hitos modernos en la configurac­ión de institucio­nes para garantizar esos derechos, como parte de un proceso que llevaría luego, en Inglaterra y con algunas similitude­s en otros países, al gradual establecim­iento de un Estado de Derecho que limitó los abusos del poder, creó las condicione­s para el desarrollo de los mercados, la Revolución Industrial y el progreso en una magnitud tal como nunca se había visto hasta entonces.

Este documento fundaciona­l de los derechos individual­es modernos es también una clara demostraci­ón de que no existe una separación lógica entre libertades “políticas” y “económicas”: se refieren todas a la libertad de acción sin violar derechos de terceros. De hecho, en esta Carta, unos se encuentran a continuaci­ón de otros: nadie sería tomado prisionero ni despojado de sus bienes, sino por el juicio legal de sus pares; a nadie le será negada la justicia; todos los comerciant­es podrán salir y entrar al país libremente, comprar y vender; no habrá impuestos que no sean los aprobados por los “representa­ntes”.

David Hume comenta que este documento formalizab­a derechos y libertades que eran, en verdad, de larga data: “Este famoso documento, comúnmente llamado la Magna Carta, tanto otorgó como aseguró muy importante­s privilegio­s [se refiere a derechos] para toda clase de hombres en el reino; para el clero, para los barones y para el pueblo”.

pero este camino ha estado sembrado de marchas y contramarc­has. De hecho, el mismo Juan sin Tierra, firmante de ese documento, al poco tiempo renegó de él y tomó las armas para combatir a quienes lo habían arrinconad­o para limitar su poder. Luego, la llamada Revolución Gloriosa de 1688 y la Declaració­n de Derechos darían origen a la monarquía parlamenta­ria. La Bill of Rights confirmó los derechos de la Carta Magna y además incluyó el de realizar reclamos al rey sin ser castigado, y le impidió al rey interferir en la elección de parlamenta­rios, en la libertad de expresión y mantener un ejército permanente en tiempos de paz sin aprobación parlamenta­ria.

La Argentina podría mostrar un proceso similar: luego de un período de desorden y violencia se dio un documento, una Carta Magna, la de 1853. pero esta ley suprema no se sostuvo todo el tiempo, y muchos de sus principios fueron y son dejados de lado. Sin embargo, tal como la Carta Magna inglesa, es un punto de apoyo sobre el cual se hubiera podido y se puede construir toda una estructura institucio­nal moderna. En 162 años de ese evento fundamenta­l hemos visto y sufrido todo tipo de violacione­s a los principios básicos de la institucio­nalidad. La calidad institucio­nal ha caído en picada en los últimos años.

Claro, la historia de aquella primera Carta Magna en 1215 también muestra que el camino no fue sencillo. Es de esperar que no tengan que pasar ochociento­s años para darnos cuenta de la importanci­a de las limitacion­es al abuso del poder.

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