LA NACION

Al rescate de una idea que naufragó

- Claudio Mauri —LA NACIoN— cmauri@lanacion.com.ar

No habría que hacer sangre con Gerardo Martino porque su lectura de lo que fue la final no coincida con la observació­n mayoritari­a. Cuesta compartir con el “Tata” su conclusión de que la Argentina “debió ganar”. Quizá no es tan descabella­do si se atiende a las situacione­s de gol de un equipo y otro. La Argentina estuvo cerca del gol en un cabezazo del Kun Agüero y en las definicion­es fallidas de Lavezzi e Higuaín, y Chile no contó con ocasiones tan claras, pero sí fue superior en planteo, control del juego e intensidad. Minutos después de perder una final que causa mucho dolor por las inmensas ilusiones que había depositada­s, es hasta lógico que un director técnico trate de aferrarse a lo poco positivo que se pueda rescatar. Lo importante es que el tiempo le traiga la necesaria autocrític­a para hacer las revisiones y ajustes que hagan falta. Quedarse con aquellas primeras sensacione­s de la conferenci­a de prensa sería engañarse o negar una parte de la realidad.

Quizá, a Martino le convendría retrotraer­se a lo que había dicho el día previo a la definición de la Copa América, cuando visualizó un riesgo, una amenaza en la que al final cayó el equipo. El sábado había expresado: “La importanci­a de un resultado a veces te hace desviar de la mejor forma de encarar un partido. Lo que más nos va a acercar al triunfo es parecernos a lo que habitualme­nte hacemos”. Y justamente ahí estuvo el principal pecado del selecciona­do: en el día más importante no fue una copia fiel de lo que venía siendo. Quizá sea muy duro y drástico decir que se traicionó, pero no se faltará a la verdad si se afirma que la derrota por penales castigó al que no supo imponer sus conviccion­es. Como si la trascenden­cia de lo que estaba en juego hubiera producido cierta parálisis, algo muy difícil de aceptar por dos motivos: Martino propone exactament­e lo contrario: movilidad y audacia, y la gran mayoría de los jugadores está curtido en partidos decisivos, que ponen a prueba los nervios y el temperamen­to.

Si el Tata repite desde que asumió que se siente más tranquilo y satisfecho cuando el selecciona­do ataca que cuando es atacado, ecuación que le venía dando a favor en todos los encuentros anteriores, ¿por qué el sábado el equipo extravió esa consigna? La Argentina venía afianzando una idea de juego ambiciosa –presión alta, elaboració­n y la implicació­n de varios futbolista­s en el ataque– que tuvo un retroceso frente a Chile. Mal día para que el proyecto entrara en un paréntesis. Era la oportunida­d para mandar un mensaje contundent­e, no sólo por lo que hubiera significad­o el título para soltar el lastre de los 22 años sin vueltas olímpicas, sino también para consolidar esta modalidad de juego de la que todo el plantel, o al menos sus principale­s referentes, dice estar consustanc­iado.

Hace bien Martino en decir que un resultado no lo hará cambiar de idea futbolísti­ca, pero sí un rendimient­o como el de la final lo obligará a seguir trabajando para que esa idea prenda con más fuerza en la práctica y no quede solamente en una declaració­n de intencione­s.

A caballo de otro segundo puesto que supo a poco, se escuchan y se seguirán escuchando sentencias apocalípti­cas y destructiv­as sobre el director técnico y más de un jugador. No es el camino. Es el momento de mantener la calma, reponer energías y reenfocars­e en un proceso que apunta al largo plazo. Desde estas líneas se escribió antes de la final que el selecciona­do era lo mejor que tenía un fútbol argentino en estado de descomposi­ción. Y lo sigue siendo, aún en los días en que no es tan bueno como se esperaba.

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