LA NACION

El enfoque El adicto al triunfo que no se conformará con el milagro

- Sebastián Torok la nacion

AJuan Martín del Potro Delray Beach le genera cosquilleo­s. Allí ganó su primer título, en 2011, luego de haber ingresado por primera vez en un quirófano (mayo de 2010). Todavía se recuerdan los besos a su muñeca derecha una vez conquistad­o el trofeo en la final frente a Janko Tipsarevic. Allí, cerca de Miami, una ciudad en la que el tandilense suele pasar muy buenos momentos, la temporada pasada inició un capítulo conmovedor de resilienci­a en el deporte. Allí también, en el condado de Palm Beach, el campeón del US Open 2009 vuelve a empezar. Ya sin la incertidum­bre de hace un año, cuando era 1042º del circuito, apenas empujaba el revés y la muñeca izquierda –la de las tres operacione­s– se le inflamaba. “Quiero mantenerme sano y no tener que bajarme de ningún torneo. El año pasado jugué pocos torneos como para intentar aspirar a los primeros puestos”, dijo el ex número 4, antes de debutar esta noche frente a Kevin Anderson. Su estrategia no se altera: austeridad en las palabras, pasos lentos buscando seguridad y perfil bajo, como para quitarse presión y desviar la atención. Hace doce meses, con la pesadilla todavía fresca, esas mismas declaracio­nes podían sonar creíbles. Hoy, ya no tanto.

“Juan Martín es un adicto al triunfo”, le confesó a la nacion Martiniano Orazi, el hombre que moldeó la maquinaria física de uno de los mejores tenistas argentinos de la historia durante más de siete temporadas. En esa sentencia hay una filosofía y una forma de encarar los objetivos que ni la más angustiant­e de las lesiones puede modificar. En pocos meses de 2016 y en forma furiosa, Del Potro derrumbó a las mejores raquetas del mundo: Andy Murray, Novak Djokovic, Rafael Nadal, Stan Wawrinka, Marin Cilic y David Goffin. El cuerpo tiene memoria y la Torre demostró no haberse olvidado de jugar al tenis, al contrario. Hoy, después de tomarse un buen descanso luego de la conquista de la Copa Davis en Croacia, de descartar el Abierto de Australia y de realizar una fuerte pretempora­da en las sierras, Del Potro está preparado para seguir rompiendo pronóstico­s y complicarl­e la vida al top 10. Así lo piensa, así lo siente y eso intentará, por más que ante los micrófonos intente lucir cierta indiferenc­ia. De hecho, es muy probable que no hubiese seguido jugando mucho más si las limitacion­es físicas no le permitían sentir que podía derrumbar a los gigantes; no hubiera prolongado su carrera corriendo el riesgo de perder seguido con un top 50 o 70 del tour. De ninguna manera. En 2011, después de que le abrieran la muñeca derecha, Del Potro compitió en 19 torneos y tres series de Copa Davis, con 48 éxitos y 18 derrotas; ganó los títulos de Delray Beach y Estoril; empezó el año en el puesto 258º (llegó a ser 485º) y terminó 11º. En 2016, tras las severas operacione­s en la mano izquierda, actuó en 12 ATP, en tres series de Davis y jugó seis partidos en los Juegos Olímpicos. Ganó la medalla plateada en Río, Estocolmo y la –mal llamada– Ensaladera, con 32 triunfos y 12 caídas. Arrancó 590º, pasó por el 1042º y finalizó 38º (a diferencia de 2011, la Davis no repartió puntos). Este año, necesitará jugar más partidos que en 2016 para lograr volver al top 5, el verdadero lugar al que pertenece y al que añora regresar, por más que su discurso sea sumiso.

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