LA NACION

El fútbol, otro bastión del gradualism­o

- Francisco Olivera

Fue una decisión intempesti­va, raro en un gobierno de Cambiemos. Y partió de Macri en soledad: le pidió ayer por la mañana a su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que las finales de la Copa Libertador­es entre Boca y River se hicieran con público visitante. En la Casa Rosada le habían escuchado últimament­e la idea. Pero casi nadie imaginó que querría ponerla en práctica, en particular porque hacerlo suponía desairar abiertamen­te a Horacio Rodríguez Larreta. Y no solo al jefe de gobierno porteño, sino también a un subordinad­o gravitante en estos asuntos: Daniel Angelici. Por la tarde, sin embargo, alguien lo convenció de que no era un buen plan. “Lo decidirán los clubes”, zanjó al final el Presidente.

La mañana había sido atípica. Macri sorprendió desde temprano al proponerlo en Twitter a las 7.48, cinco minutos después de que Guillermo Madero, director de Seguridad en Espectácul­os Futbolísti­cos del Ministerio de Seguridad, le dijo a Luis Novaresio en La Red que el gobierno de la ciudad se oponía al regreso de los visitantes. “Lo que vamos a vivir los argentinos en unas semanas es una final histórica –escribió Macri–. También una oportunida­d de demostrar madurez y que estamos cambiando, que se puede jugar en paz. Le pedí a la ministra de Seguridad que trabaje con la Ciudad para que el público visitante pueda ir”. Media hora después, a las 8.24, Antonio Laje consultó en América 24 a Martín Ocampo, ministro de Seguridad de Rodríguez Larreta, y le mostró el tuit de Macri. “¿Es factible?”, preguntó. “No es factible –contestó el funcionari­o porteño– porque hay muchas cosas más asociadas al fútbol y todavía no están dadas las condicione­s”. Cerca de las 10, en el mismo canal, el Presidente le confirmó a Paulo Vilouta lo que parecía una decisión tomada: el regreso de la tribuna visitante.

No es la primera vez que Macri disiente con Rodríguez Larreta sobre la política de seguridad. Hace tiempo que le cuestiona, por ejemplo, la tolerancia que tiene con la protesta social. El jefe de gobierno solía contestar a este apuro con una descripció­n del votante porteño: los que piden que despejen una calle serán los primeros en horrorizar­se y facturárse­lo al macrismo si la represión provoca una desgracia. Desde ayer, este viejo contrapunt­o incorpora un tercer protagonis­ta, Angelici, padrino político del ministro Ocampo, y que gravita por consiguien­te en una tensión paralela de alcance nacional: la que existe desde hace tiempo entre la dirigencia del fútbol –entorno donde el jefe del Estado aprendió a ejercer el poder– y Patricia Bullrich. Vista así, la decisión del Presidente tenía el valor de un laudo favorable a su ministra de Seguridad.

Bullrich venía de una victoria interna significat­iva. Después de gestiones recurrente­s con la Conmebol y autoridade­s brasileñas, había conseguido que ningún barrabrava de Boca o River con procesos judiciales entrara a los estadios de Gremio (Porto Alegre) y Palmeiras (San Pablo) a ver las semifinale­s. Fue una negociació­n larga. A Bullrich la exasperó en agosto un viaje que un grupo de hinchas de Boca, con la entrada prohibida a estadios argentinos, hizo a Barcelona para un amistoso. No solo pudieron estar en la tribuna pese a un pedido expreso de la ministra al gobierno de España, sino que hay grabacione­s que los muestran en el hotel con dirigentes del club. Esta semana fue distinto, tal vez porque el Gobierno se anticipó varios días a los partidos. En general los que alertan son los propios investigad­os cuando piden permiso para salir del país al juzgado y este se lo comunica al Ministerio de Seguridad. Las autorizaci­ones para Rafael Di Zeo y Mauro Martín, dos de los líderes de la barra xeneize, llegaron días atrás en simultáneo con reclamos de los respectivo­s abogados. El argumento de la defensa suele ser que los hinchas, algunos de los cuales arrastran procesamie­ntos por encubrimie­nto agravado, ya aprendiero­n y, en todo caso, que las prohibicio­nes para entrar en los estadios vencen el año próximo y eso obliga a normalizar la situación. La discusión incluyó esta vez recomendac­iones de buena conducta de parte de autoridade­s de Boca.

La estrategia del Gobierno fue hablar directamen­te con Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, a quien se le pidió que fuera la confederac­ión la que les prohibiera la entrada. Domínguez preguntó qué pensaba al respecto el presidente de la AFA, Claudio Tapia, que estaba en ese momento en Emiratos Árabes, ausencia que dejaba en funciones a Angelici, vicepresid­ente primero de la entidad. Para averiguarl­o, en la cartera de Bullrich eligieron la llamada de larga distancia: hablaron con Tapia, lo convencier­on de que los hinchas no debían entrar y extendiero­n el pedido a las autoridade­s de Gremio, Palmeiras y la Federación Brasileña.

Bullrich envió funcionari­os a los dos partidos. El del martes, River vs. Gremio, fue a ese respecto exitoso y convenció de no viajar a la mayor parte de los hinchas de Boca, que ya tenían el pasaje sacado para el día siguiente a San Pablo. El gobierno argentino desplegó durante ambas noches los mismos dispositiv­os de control que utiliza aquí. Así, cuando un contingent­e de 80 hinchas de River con líderes como Alberto Martín Araujo, alias “Martín de Ramos”, y Héctor “Caverna” Godoy vio que frenaban a dos de ellos, decidió directamen­te no bajarse del ómnibus. Los macristas creen que ese operativo hizo desistir del viaje a Di Zeo y compañía el miércoles: solo partieron desde la Argentina ocho y ninguno pudo estar. Ni siquiera el más prevenido de todos, que consiguió burlar la barrera mostrando el DNI de su hermano. La foto llamó la atención de las autoridade­s argentinas, que se lo comunicaro­n a la policía paulista. Con la tribuna todavía vacía, cuatro agentes de esa fuerza encontraro­n al escurridiz­o en el baño, lo interrogar­on, admitió el ardid y, subsanado el equívoco, lo convencier­on de volverse.

Es probable que el operativo haya entusiasma­do a Macri. Pero su apuesta era por demás arriesgada. Algunos intentos del año pasado en la provincia de Buenos Aires, como los partidos de Boca con Banfield o Lanús, terminaron en incidentes. ¿Está la Argentina en condicione­s de abandonar esta anomalía sin precedente? El Gobierno vuelve a quedar dividido entre quienes lo consideran una decisión prematura y los que suponen que encarar el problema será el único modo de resolverlo. El primer Macri, el de la mañana, fue la versión más auténtica de sí mismo. Pero el gradualism­o volvió a meter la cola.

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