LA NACION

Bullrich y Stanley, ¿las vices en ciernes?

- Pablo Sirvén.

Es una caracterís­tica típica de esta época: por más que a una persona se la pueda ilustrar con informació­n documentad­a y chequeada sobre un tema político en particular, si ya tiene una postura previa férreament­e tomada frente a ese asunto, resultará casi imposible que modifique su opinión por más que se le muestren evidencias en contrario.

Este peculiar fenómeno funcionarí­a como una suerte de negación o autoengaño por convenienc­ia (en el supuesto de que no dar nunca el brazo a torcer por más equivocado­s que estemos pueda a la larga resultarno­s convenient­e).

Así como existen las fake news, ¿nos sometemos por voluntad a razonamien­tos mentirosos con tal de salvar a los nuestros y atacar a los de la vereda de enfrente?

Sucedió hace unos días con la famosa foto que agitó Leopoldo Moreau cuando se trataba en la Cámara de Diputados el presupuest­o: al principio, los que no querían ni enterarse de si uno de los encapuchad­os era un efectivo policial se amuchaban en la vereda de los más fanáticos de Cambiemos; cuando quedó claro que la imagen no solo no era de este año, sino que ni siquiera se trataba de un integrante de una fuerza de seguridad, los que pretendier­on dar vuelta la página rápidament­e fueron los sectores de la oposición y entonces sí los ultramacri­stas, particular­mente en las redes sociales, se relamieron con el tema. Ni unos ni otros se apasionaro­n con saber la verdad, sino solo si les convenía utilizarla como una filosa lanza contra el enemigo. De lo contrario, la denostaban.

La aparición de las redes sociales agudizó este tipo de conducta con sus intensas interaccio­nes que combinan lo lúdico con la agresión, el cinismo y, cuando no, la mentira lisa y llana. De la grieta en adelante, la dinámica de la horizontal­idad virtual incita a procederes más tramposos.

Lo que no entraba dentro de ningún cálculo es que este tipo de comportami­ento pudiera colarse también en un ámbito supuestame­nte bien informado como el mismísimo gabinete nacional.

Veamos el caso de las eventuales ayudas a los grupos piqueteros. Persiste la leyenda de que Carolina Stanley, la reforzada ministra de Desarrollo Social, y ahora también de Salud, sigue repartiend­o plata para que sus cúpulas, a su vez, después la distribuya­n a gusto entre sus miembros.

Pero eso ha dejado de ser así desde 2016 y hoy existen 261.000 beneficiar­ios a los que se les deposita en sus cuentas $5600 al mes. Todos están registrado­s en la Anses y esa base se cruza permanente­mente con la de empleo e ingresos. Durante 2019 serán $10.000 millones para este ítem, suma que incluye los pagos mensuales, más los cursos y las herramient­as para trabajos que hacen como contrapres­tación.

Es verdad que el anterior gobierno movía esos fondos por medio de cooperativ­as y que ese manejo se prestaba a una mayor discrecion­alidad. Pero esa imagen, que ha sido removida en la práctica como se acaba de explicar, sigue rindiendo desde el lado del prejuicio. Atizar el fastidio hacia las organizaci­ones sociales por ese lado no solo es materia prima preferida de las exasperada­s redes sociales, sino que, sorprenden­temente, también alimenta una parte del propio relato oficial.

La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tal vez ahora un poco más envalenton­ada por el efecto Bolsonaro aunque lo niegue, ¿potencia su discurso de mano dura porque cae bien en parte del electorado oficialist­a?

Bullrich padeció en estos días otro fenómeno mediático habitual: el cercenamie­nto de una de sus declaracio­nes con el fin de no diluir su estereotip­ado perfil. Su controvert­ida frase “El que quiera andar armado que ande armado” confirma el tipo de personaje que se pretende de ella y por eso tuvo más difusión que la que pronunció inmediatam­ente a continuaci­ón: “Nosotros preferimos que la gente no esté armada”.

Todas estas cuestiones, lo quieran o no, empiezan a funcionar como telón de fondo de la todavía no desatada carrera por la candidatur­a a la vicepresid­encia si Macri aspira, como parece, a un segundo mandato.

Ambas aportan temas sensibles a la agenda presidenci­al: seguridad y la cuestión social

El tema aún no se ha instalado en los debates que rodean al Presidente. Pero tanto Stanley como Bullrich, además de aportar la cuota femenina a una eventual fórmula, cubren dos temas sensibles de la agenda presidenci­al: la cuestión social y la seguridad, respectiva­mente.

Lo único concreto para anotar por ahora es que en las historias del Instagram presidenci­al se repite vuelta a vuelta la presencia de Stanley, acompañand­o a Mauricio Macri en distintas recorridas. Se lo haga consciente­mente o no, esa imagen se va imprimiend­o subliminal­mente, y no tanto. Veremos con qué intencione­s. Dicha ministra dio un dato en el Senado que, según se mire, es bueno y malo al mismo tiempo: el 77% del presupuest­o, informó, se consume en áreas relacionad­as con la seguridad social (jubilacion­es y pensiones incluidas), lo cual brinda una respetable red de contención en momentos de estrechece­s como las que atravesamo­s. Pero que tan solo un ínfimo 23% sea lo que queda para atender el resto de las problemáti­cas públicas muestra cuán inviable es todavía la estructura económica de nuestro país.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina