Bullrich y Stanley, ¿las vices en ciernes?
Es una característica típica de esta época: por más que a una persona se la pueda ilustrar con información documentada y chequeada sobre un tema político en particular, si ya tiene una postura previa férreamente tomada frente a ese asunto, resultará casi imposible que modifique su opinión por más que se le muestren evidencias en contrario.
Este peculiar fenómeno funcionaría como una suerte de negación o autoengaño por conveniencia (en el supuesto de que no dar nunca el brazo a torcer por más equivocados que estemos pueda a la larga resultarnos conveniente).
Así como existen las fake news, ¿nos sometemos por voluntad a razonamientos mentirosos con tal de salvar a los nuestros y atacar a los de la vereda de enfrente?
Sucedió hace unos días con la famosa foto que agitó Leopoldo Moreau cuando se trataba en la Cámara de Diputados el presupuesto: al principio, los que no querían ni enterarse de si uno de los encapuchados era un efectivo policial se amuchaban en la vereda de los más fanáticos de Cambiemos; cuando quedó claro que la imagen no solo no era de este año, sino que ni siquiera se trataba de un integrante de una fuerza de seguridad, los que pretendieron dar vuelta la página rápidamente fueron los sectores de la oposición y entonces sí los ultramacristas, particularmente en las redes sociales, se relamieron con el tema. Ni unos ni otros se apasionaron con saber la verdad, sino solo si les convenía utilizarla como una filosa lanza contra el enemigo. De lo contrario, la denostaban.
La aparición de las redes sociales agudizó este tipo de conducta con sus intensas interacciones que combinan lo lúdico con la agresión, el cinismo y, cuando no, la mentira lisa y llana. De la grieta en adelante, la dinámica de la horizontalidad virtual incita a procederes más tramposos.
Lo que no entraba dentro de ningún cálculo es que este tipo de comportamiento pudiera colarse también en un ámbito supuestamente bien informado como el mismísimo gabinete nacional.
Veamos el caso de las eventuales ayudas a los grupos piqueteros. Persiste la leyenda de que Carolina Stanley, la reforzada ministra de Desarrollo Social, y ahora también de Salud, sigue repartiendo plata para que sus cúpulas, a su vez, después la distribuyan a gusto entre sus miembros.
Pero eso ha dejado de ser así desde 2016 y hoy existen 261.000 beneficiarios a los que se les deposita en sus cuentas $5600 al mes. Todos están registrados en la Anses y esa base se cruza permanentemente con la de empleo e ingresos. Durante 2019 serán $10.000 millones para este ítem, suma que incluye los pagos mensuales, más los cursos y las herramientas para trabajos que hacen como contraprestación.
Es verdad que el anterior gobierno movía esos fondos por medio de cooperativas y que ese manejo se prestaba a una mayor discrecionalidad. Pero esa imagen, que ha sido removida en la práctica como se acaba de explicar, sigue rindiendo desde el lado del prejuicio. Atizar el fastidio hacia las organizaciones sociales por ese lado no solo es materia prima preferida de las exasperadas redes sociales, sino que, sorprendentemente, también alimenta una parte del propio relato oficial.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tal vez ahora un poco más envalentonada por el efecto Bolsonaro aunque lo niegue, ¿potencia su discurso de mano dura porque cae bien en parte del electorado oficialista?
Bullrich padeció en estos días otro fenómeno mediático habitual: el cercenamiento de una de sus declaraciones con el fin de no diluir su estereotipado perfil. Su controvertida frase “El que quiera andar armado que ande armado” confirma el tipo de personaje que se pretende de ella y por eso tuvo más difusión que la que pronunció inmediatamente a continuación: “Nosotros preferimos que la gente no esté armada”.
Todas estas cuestiones, lo quieran o no, empiezan a funcionar como telón de fondo de la todavía no desatada carrera por la candidatura a la vicepresidencia si Macri aspira, como parece, a un segundo mandato.
Ambas aportan temas sensibles a la agenda presidencial: seguridad y la cuestión social
El tema aún no se ha instalado en los debates que rodean al Presidente. Pero tanto Stanley como Bullrich, además de aportar la cuota femenina a una eventual fórmula, cubren dos temas sensibles de la agenda presidencial: la cuestión social y la seguridad, respectivamente.
Lo único concreto para anotar por ahora es que en las historias del Instagram presidencial se repite vuelta a vuelta la presencia de Stanley, acompañando a Mauricio Macri en distintas recorridas. Se lo haga conscientemente o no, esa imagen se va imprimiendo subliminalmente, y no tanto. Veremos con qué intenciones. Dicha ministra dio un dato en el Senado que, según se mire, es bueno y malo al mismo tiempo: el 77% del presupuesto, informó, se consume en áreas relacionadas con la seguridad social (jubilaciones y pensiones incluidas), lo cual brinda una respetable red de contención en momentos de estrecheces como las que atravesamos. Pero que tan solo un ínfimo 23% sea lo que queda para atender el resto de las problemáticas públicas muestra cuán inviable es todavía la estructura económica de nuestro país.