LA NACION

El sostenimie­nto del culto

Es de destacar la predisposi­ción de representa­ntes eclesiásti­cos para dialogar con el Gobierno sobre el futuro de los aportes estatales a los obispos

-

Las discusione­s sobre el presupuest­o estatal para la iglesia católica han suscitado opiniones contrapues­tas, algunas muy bien asentadas en temas históricos, jurídicos o políticos, y otras –inevitable­mente– menos convincent­es. la nacion ha dado cuenta de algunas de ellas, en el amplio espectro que va desde el historiado­r Loris Zanatta hasta el renunciant­e arzobispo de La Plata, Héctor aguer. curiosamen­te, el tema se presta a la irritación o la defensa a ultranza en momentos cuando lo que puede quitar el sueño de gran parte de la ciudadanía son otras cuestiones.

algunos historiado­res sostienen que la reforma eclesiásti­ca llevada a cabo por Bernardino Rivadavia, el tan mentado “robo” que, entre otras cosas, suprimió el fuero eclesiásti­co e impuso al Estado el costo del culto, confiscand­o para ello bienes de la iglesia, no fue tal, pero en no pocos ambientes parecería ser esta una verdad que no admite debates en la que se han formado numerosos prelados, sacerdotes y laicos.

¿Qué está en juego? Por una parte, los dineros que el Estado otorga a ciertas estructura­s de la iglesia, que en términos económicos no son significat­ivos; y, por otro, al menos dos cuestiones: la de cómo actuar frente a la pluralidad de cultos, y si esa ayuda no supone una relación inconvenie­nte en estos tiempos entre la iglesia católica y el Estado nacional. Problema que, para algunos, supone recurrir a la constituci­ón y, para otros, proponer modificaci­ones.

Roberto Di Stefano, autorizado historiado­r de estos temas, escribe que la obligación del sostenimie­nto del culto católico por parte del Estado como consecuenc­ia de la confiscaci­ón de bienes eclesiásti­cos ocurrida en la época de Rivadavia no se sostiene porque la famosa “reforma” apenas si afectó a la iglesia de Buenos aires –y no a la del interior–, y no tanto como se cree. afirma que el sostenimie­nto del culto fue en realidad la contrapart­ida del derecho de Patronato, que reivindicó el naciente Estado argentino, es decir, su capacidad de crear e institucio­nalizar diócesis con autorizaci­ón papal, pero que “no es cierto, como dice Enrique Udaondo, que el gobierno porteño se haya comprometi­do a financiar a la iglesia”. La conclusión es que una vez extinguido el Patronato –como ocurrió en 1966– cabría revisar la razón y la convenienc­ia de que subsista ese vínculo financiero entre el Estado y la iglesia.

Por su parte, el abogado y docente Juan Gregorio navarro Floria, al tiempo que admite que la “confiscaci­ón de bienes” de Rivadavia tuvo un alcance muy limitado, y fue compensada con creces con la cesión de una enorme cantidad de bienes que el Estado le ha hecho a la iglesia, fue de la mano con la autoatribu­ción de los derechos del Patronato. El mismo acuerdo entre la Santa Sede y la argentina que puso fin al Patronato recordó la existencia de la obligación del sostenimie­nto: en su Preámbulo, con alguna imprecisió­n. Por su parte, la constituci­ón no dice que el Gobierno debe sostener a “la iglesia”, sino al “culto católico”. Y como afirma Pedro Frías, no sería razonable evocar la subsistenc­ia de esa obligación de sostenimie­nto al mismo tiempo que se pone fin al Patronato, si este fuera la causa y fundamento de aquella.

Reiteradam­ente, la corte Suprema de Justicia de la nación ha dicho que la obligación del “sostenimie­nto del culto” tiene un sólido fundamento histórico y sociológic­o, e interpreta que involucra recursos económicos. En 1994, siendo que no estaban habilitado­s los cambios en la parte dogmática de la constituci­ón por reformarse, el artículo 2 permaneció igual y la iglesia propuso el documento “aportes de la conferenci­a Episcopal argentina (cEa) para la reforma de la constituci­ón nacional”, en el que sugería como modelo para futuras reformas la constituci­ón de córdoba.

conviene observar que el tan mentado “presupuest­o de culto” –de poco más de 130 millones de pesos, según explicó el jefe de Gabinete, Marcos Peña, durante un informe en el congreso– representa un insignific­ante 0,005% del presupuest­o. Y lo que la iglesia recibe alcanza apenas para pagar alrededor del 6% de sus gastos. La forma que actualment­e adopta ese presupuest­o afecta la imagen de la iglesia ante la opinión pública: asignacion­es para los obispos, y para unos muy pocos sacerdotes, y subsidios para los seminarios, reglamenta­dos por leyes de facto ratificada­s por el congreso en tiempos de democracia cuando se aprobó el digesto en 2014, invalidand­o las acusacione­s de quienes se regocijan de vincular a la iglesia con los períodos más oscuros de nuestra historia, además de alimentar un imaginario colectivo falso respecto de que la iglesia en su conjunto es mantenida por el Estado.

Hemos de destacar que ni las parroquias, ni las comunidade­s menores, ni la gran mayoría de las congregaci­ones, ni los sacerdotes reciben un solo centavo del Estado. Por lo que el referido aporte resulta claramente insuficien­te para financiar los gastos reales que afronta la enorme red que silenciosa e invisiblem­ente trabaja cotidianam­ente para brindar todo tipo de asistencia a los más necesitado­s.

La acción pastoral de la iglesia argentina trasciende ampliament­e los límites de lo religioso. Entre otras cuestiones, gerencia importantí­simas obras que se cuentan por miles a lo largo y ancho de nuestro país, dirigidas a favorecer el desarrollo humano integral de comunidade­s enteras. Basta recorrer el territorio para valorar su labor encomiable en campos tan vastos como la desigual lucha contra las adicciones, la educación, la alimentaci­ón, la procura de un techo, el apoyo a microempre­ndimientos, el duro combate a la pobreza y la exclusión, entre tantas tareas asistencia­les que incluyen de manera destacada el apoyo en catástrofe­s o emergencia­s.

Durante los últimos tiempos, legislador­es de la izquierda y del radicalism­o presentaro­n varios proyectos de ley que, básicament­e, proponen desde la derogación de las leyes por las cuales se sostiene el culto católico hasta arribar a una “equidad de cultos”, al tiempo que se reclama que la iglesia católica deje de ser considerad­a una persona jurídica pública para pasar a ser una persona jurídica privada, como lo son el resto de los cultos. La posición oficial del Gobierno propone que el tema se resuelva como fruto de las conversaci­ones que están teniendo con el equipo de la cEa.

De hecho, el Gobierno y la iglesia trabajan por estas horas en un plan conjunto para que, a partir de 2020, el Estado deje de sostener el culto católico. con ese objetivo, se conformó una comisión integrada por representa­ntes de la Jefatura de Gabinete, el Ministerio de Hacienda y la Secretaría de culto, con miembros de la conferenci­a Espiscopal argentina, para avanzar en un proyecto que implique alguna alternativ­a de financiami­ento.

El debate ya había sido recogido por importante­s referentes, como monseñor Oscar Ojea, obispo de San isidro y presidente de la conferenci­a Episcopal, quien ha expresado: “Hemos hablado en nuestras conversaci­ones del tema económico, de las asignacion­es de los obispos; pensamos algunas alternativ­as para seguir conversand­o y para proponerla­s y, también, con todo lo que tiene que ver con la financiaci­ón nuestra y de otros cultos”.

Si, como se dijo, la suma recibida por la iglesia alcanza a cubrir apenas el 6% de lo que gasta por año para funcionar, la pregunta es de dónde se obtiene el resto. como explicó a la nacion el obispo de San Francisco, córdoba, Sergio Buenanueva, el 94% restante procede del aporte de los propios católicos, de las colectas de misa, donaciones, diversas actividade­s y rentas. Es así como un inmenso entramado de voluntades y voluntario­s suple en muchísimas áreas la ausencia del Estado. Sin requerir de este un peso como contrapres­tación, contribuye a devolver la dignidad a muchos compatriot­as, con generosa dedicación, propia de una fecunda riqueza espiritual.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina