LA NACION

Jane Fonda. “A esta edad, todavía soy una obra en construcci­ón”

A los 80 años, la estrella, lejos de pensar en su retiro, se embarca en nuevos proyectos, y su figura cobra más importanci­a en Hollywood; mañana se estrena un documental sobre su vida

- Textos Kathryn Shattuck (Traducción de Jaime Arrambide)

¿ Veamos, cuál es el problema de Jane Fonda?”, se escucha decir al presidente Nixon en una grabación del 19 de septiembre de 1971, época en la que Fonda militaba activament­e contra la Guerra de Vietnam. “Me da mucha pena por Henry Fonda, que es un buen hombre. Y ella es una gran actriz. Es hermosa. Pero vamos… ¡siempre está del lado equivocado!”

Así empieza Jane Fonda in Five Acts (Jane Fonda en cinco actos), que se estrena mañana por HBO, donde la directora Susan Lacy se ocupa de deshojar una tras otra las innumerabl­es capas de la historia de esta formidable actriz y activista, pero con un hilo conductor que tal vez sorprenda: los hombres que pasaron por su vida. Ciertament­e, eso a Fonda la sorprendió. “No tenía idea de la estructura que Lacy le daría a la serie, y cuando decidió comenzar con la grabación de Nixon, me pareció excelente”, dice, mientras recuerda que al comienzo le había dicho a la directora: “No quiero que hagas el documental de una estrella del cine, porque un verdadero documental sobre mí debería incluir muchas cosas por fuera de mi carrera”.

Fonda se lleva su parte, por supuesto. Pero también lo hace su padre, el “monumento nacional”, como ella lo llama, ese hombre emocionalm­ente tan distante, que dejó preparado el terreno para sus angustiosa­s dudas sobre su cuerpo y sus capacidade­s. Y también hay espacio para sus tres exesposos: el cineasta francés Roger Vadim, el militante político Tom Hayden y el magnate de los medios de comunicaci­ón y filántropo Ted Turner.

Jane Fonda in Five Acts retrata la dolorosa infancia de Fonda, incluyendo los problemas con su padre y el suicidio de su madre, y traza un nuevo mapa de su trayectori­a, desde aquella joven ingenua y sin ambición hasta la ganadora de dos Oscar, por Klute (1971) y Regreso sin gloria (1978). La serie también se ocupa del “mayor remordimie­nto” de Fonda, según sus propias palabras: su visita a Vietnam del Norte, en 1972, que culminó con una foto de ella sentada en una batería antiaérea, lo que le valió el sobrenombr­e de Hanoi Jane y profundizó la polarizaci­ón de la opinión pública.

En estos días, cuando no está dirigiendo a su amiga Lily Tomlin en Grace and Frankie, su comedia de Netflix, ni trabajando en una posible continuaci­ón de la película Cómo eliminar a su jefe, Fonda, de 80 años, invierte toda su energía en las próximas elecciones de mitad de mandato de los Estados Unidos. “Hace mucho tiempo que estoy en esto, y esta es la elección más importante que he vivido”, dijo en una entrevista telefónica desde Los Ángeles, en la que habló sobre su madurez, sus pasiones actuales y sus próximas actuacione­s.

–Su imagen pública es la de una mujer totalmente independie­nte que necesita poco apoyo masculino. ¿Cuestionó la decisión de Lacy de definirla a través de sus hombres?

–No, porque durante gran parte de mi vida efectivame­nte me definía por el hombre con el que estaba. No en el ciento por ciento de los casos, pero solían atraerme hombres alfa que me fascinaban y podían llevarme a un mundo que yo no conocía. Y yo sentía que si no estaba con un hombre así, no era nadie. La escritura de mi libro Memorias (2005) me hizo comprender que puedo sostenerme sin que me defina ningún hombre. Soy una mujer que se desarrolló tardíament­e, pero como tenemos una vida adulta mucho más larga que la de nuestros padres o abuelos, en cierto sentido es bueno desarrolla­rse tarde. –Usted siempre sintió que no podía colmar las expectativ­as de su padre, que se avergonzab­a de usted y la veía gorda. ¿Cuándo dejó de verse a través de los ojos de él?

–Creo que al casarme con Vadim, cuando tenía alrededor de 20 años. Por aquel entonces me convertí en la mujer de Vadim. Yo quería que él me enseñara a ser una mujer, y él me enseñó a ser una mujer impostora. Es una manera un poco frívola para describir mi intento de ser lo que él quería que yo fuera. Pero no me arrepiento en absoluto de ese matrimonio.

–¿Ahí fue cuando llegó a creer en su propio valor y belleza?

–No, no, eso no me sucedió hasta después de los 60 años. Todavía soy una obra en construcci­ón. Cuando tu padre no te respalda o es incapaz de demostrar que realmente te ama incondicio­nalmente, una pasa gran parte de su vida intentando ser amada, en vez de ser auténtica.

–Su postura contra la Guerra de Vietnam sigue generando polémica. El mes pasado se organizó una manifestac­ión en el festival de cine de Traverse City, donde Michael Moore le entregó un premio a su trayectori­a.

–Hubo un veterano de guerra en el teatro que se paró y yo pensé: “Bueno, déjenle decir su discurso y después hablamos, y eso será catártico para ambos”. Pero en cambio, el hombre dijo: “Si me hubieran dado la Medalla de Honor del Congreso, yo se la regalaría a usted. Estoy tan agradecido de que haya contribuid­o para que la guerra termine”. Fue muy hermoso. Los hombres y las mujeres que estaban afuera se comportaro­n extremadam­ente bien, y me pone muy mal que no entiendan la guerra. Porque si la entendiera­n y comprendie­ran lo que en ese entonces era cierto, yo ahora no sería el blanco de las críticas y en cambio se enojarían con los presidente­s, tanto republican­os como demócratas, porque les mintieron.

–¿En qué se concentra su militancia actual?

–En la organizaci­ón desde las bases, las organizaci­ones que van de puerta en puerta para que la gente entienda que la clase blanca trabajador­a no es enemiga de la gente de color y viceversa. Tenemos que mantenerno­s unidos contra nuestro enemigo común, que son las personas a las que solo les importa el dinero y el poder y no mueven un dedo por los estadounid­enses de a pie.

–¿Qué piensa de los movimiento­s #MeToo y Time’s Up?

–Nunca en mi vida pensé llegar a verlos. Creo que surgieron en Hollywood porque las mujeres que se decidieron a hablar eran blancas y famosas. Y luego, ese efecto se propagó a sectores en los que las mujeres eran mucho más vulnerable­s: trabajador­as rurales, secretaria­s, camareras, empleadas domésticas. Si queremos vencer –y con eso quiero decir crear la seguridad, la dignidad y el respeto hacia las mujeres de color en sus lugares de trabajo–, también tenemos que lograr la igualdad de ingresos. Y tenemos que estar junto a mujeres de otros sectores de la economía, que es lo que yo he estado haciendo.

–Usted dijo que hasta el año pasado no se había dado cuenta de que no le pagaban tanto como a sus coestrella­s masculinas.

–No le daba ninguna importanci­a. Nunca se me ocurrió que mereciera un pago similar al de mis coprotagon­istas masculinos. Yo era una chica buena, y las chicas buenas no hablan de dinero. Las chicas buenas no son ambiciosas. Ahora yo exijo y lucho. Nunca es demasiado tarde.

–A una edad en la que muchas mujeres son invisibili­zadas, tanto personal como profesiona­lmente, ¿cuál es su secreto para seguir en la cima?

–¿Le digo la verdad? Yo siempre fui invisible.

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Una actriz con una trayectori­a que sigue creciendo ahora gracias a las produccion­es para streaming
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| Fotos NYT

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