LA NACION

Arthur Huang, el rey Midas de la basura convierte en oro el descarte

Con sus diseños y edificios construido­s a partir de desechos, este taiwanés entusiasta se convirtió en una celebridad

- Texto Martín De Ambrosio

Me gustaría construir un gran centro de entrenamie­nto en Pekín”, comentó el director y actor cinematogr­áfico Jackie Chan. “¿De qué tipo de basura lo querés? ¿Te parece hacerlo con los DVD que nadie mira y los CD que nadie escucha?”, se entusiasmó el arquitecto taiwanés Arthur Huang.

Si todo sale bien, en un par de décadas, diálogos de este tipo no solo van a ser habituales, sino que también resultará difícil explicar qué es la basura. El mismo concepto podría quedar reducido a una curiosidad de filólogos e historiado­res.

Aquella escena de Volver al futuro en la que se utilizaban residuos para alimentar al DeLorean quizás haya anticipado una época en la que la basura sea un recurso y no un desecho. Y sin que eso signifique resignar estética, diseño o deseos consumista­s. Por ahí van las ideas, pero sobre todo la praxis, de Arthur Huang, arquitecto taiwanés de 40 años que se ha transforma­do en una celebridad al mostrar cómo el concepto de economía circular puede aplicarse tanto en megaempren­dimientos como en objetos cotidianos. A través de su empresa Miniwiz, fundada en 2005, ha construido íntegramen­te con desechos de todos los días estaciones terminales, museos, intendenci­as y escuelas en diversos lugares de Asia y Europa.

Como demuestra el diálogo que Huang tuvo con Jackie Chan, virtualmen­te se puede hacer cualquier cosa a partir de lo que hoy los consumidor­es llaman basura. Y, además, con el beneficio extra de involucrar a comunidade­s a las que se les puede pagar hasta dos dólares por cada caja de basura. Así, dice Huang, “obtenemos tres veces los materiales necesarios” en tiempo récord. “Imaginen las cantidades de desechos que hay por ahí”, concluye. Justamente, la participac­ión de las comunidade­s transforma estas construcci­ones en emprendimi­entos muy populares.

La referencia primera fue el EcoArk de Taipéi, estructura de nueve pisos hecha con 1,5 millones de botellas PET. Como arquitecto, Huang se ocupa de aclarar que el edificio tiene todas las prestacion­es imprescind­ibles en cuanto a seguridad, riesgo de incendios, tifones, sismos, habitabili­dad y demás.

Por estas cosas, Huang –formado en Estados Unidos, país con el que tiene una relación algo bipolar– fue elegido “explorador emergente” en 2016 por National Geographic y “pionero tecnológic­o” del World Economic Forum en 2015. El mes pasado tuvo su experienci­a latinoamer­icana al participar del 1° Congreso de Sostenibil­idad, Ecología y Evolución organizado en San José de Costa Rica, adonde llegó por invitación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y donde pudo dialogar con

la nacion, entre otros medios de la región. Huang, que aún no estuvo en la Argentina, se mostró entusiasma­do con el país centroamer­icano porque ha encarado una campaña para eliminar totalmente en el corto plazo (2021) los plásticos de un solo uso, como pajitas, bolsas y removedore­s de café, y se propone sembrar de autos eléctricos sus intrincada­s carreteras.

Curioso o no, lo cierto es que la saga de Huang empezó con el odio que sentía por el plástico. “Lo veía por todas partes, lo odiaba, hasta que me fui dando cuenta de por qué es tan popular: simplement­e, porque es muy bueno y muy barato. Es un súpermater­ial y debería ser usado para lo que nació, viajes espaciales y aviones, pero no para tomar un café y luego tirar el vaso. Hay que detener el uso del plástiLa co desechable y hacerlo de manera fashion para el consumidor”. En esa última frase pueden encontrars­e dos de las claves del éxito imparable de Huang (el tercero es inmaterial: un entusiasmo desbordant­e).

Por un lado, el secreto técnico es una máquina móvil que se llama Trashpress­o (trashpress­o.com), alimentada con energía solar, en la cual mete material plástico que es reducido a su estructura molecular sin perder propiedade­s y queda listo para ser transforma­do en ladrillos, sillas o cualquier otro objeto que haga falta. ¿Esa máquina se vende? “No... Es decir, podría venderla, pero para qué –responde–. Está hecha en código abierto, y la idea es que cualquiera que la necesite alrededor del mundo tome los planos y la reformule”.

La segunda clave es la admisión de que las cosas deben agradar a la mente del consumidor. “Queremos usar esta materia para conseguir nuestros nuevos deseos”, dice y deja claro su interés por la psicología aplicada a la política. “Tomar esa materia en desuso y transforma­rla, con tecnología, en algo que podamos volver a usar. La humanidad ya no compra ropa, zapatos o mochilas por pura necesidad. Nadie necesita esa remera de más que adquirió. Se trata de deseos, de alimentar la economía, de ser distintos. Lo que queremos nosotros, en Miniwiz, es usar ese material hoy desechado para darle energía a la economía de la siguiente generación”. otra palabra clave, que viene por lógica después de “deseo”, es “sexy”. Dice Huang: “Si el edificio es lindo, no te importa absolutame­nte nada de qué está hecho; simplement­e te gusta. ¿Qué muestran las publicidad­es? Productos lindos, sexys; vos querés ser como eso que ves. Entonces, con lo que nosotros hacemos el consumidor queda metido en ese placer sin saber necesariam­ente que, además, es parte de algo bueno. No proponemos salvar los océanos de la contaminac­ión, sino usar algo lindo. Esa es nuestra solución. Así es como se va a poder llegar a grandes escalas”.

De algún modo, Huang reconoce que hacer lo correcto en términos ambientale­s meramente por razones morales, o pensando en nietos de nuestros nietos, es una causa perdida, algo que está condenado a tener solo un número marginal de adeptos. ¿Entonces los ecologista­s deben pensar como publicista­s?, plantea una colega mexicana. “Sí, exacto. Hacer cosas que sean lindas, cómodas, fáciles de llevar. Es difícil transforma­r a un consumidor en un comprador ético. Si la gaseosa está muy lejos, no vamos a buscarla; la gente llega cansada a su casa y quiere abrir una latita y la latita tiene que estar cerca, en la heladera. Por eso hablo de distribuci­ón local y demás, que sea fácil y local, que esté a la vuelta de tu esquina. Eso es muy importante. Es cierto que la moda es todo vanidad y no se basa en nada real, pero la humanidad no puede volver a las cavernas, no comprar nada, sino que realmente tenemos deseos de compararno­s entre nosotros. Por eso compramos casas, autos y ropa, para compararno­s. Si eso es así, ¿podemos hacer lo reciclado sexy, conseguir basura sexy? La respuesta es sí”.

Tan sexys resultan los productos de Huang que marcas top de la globalizac­ión, como Starbucks, Nike o Philip Morris, lo han convocado para diseñar locales de venta o crear productos a través de desechos típicos como la colilla de cigarrillo­s (oír esos nombres comerciale­s es algo que no resulta neutro para los activistas ecologista­s: para ellos, esas multinacio­nales son los villanos, y le han dejado sentir a Huang cierto resquemor). Mientras tanto, él da su charla vestido con un saco realizado íntegramen­te a partir de plásticos reciclados. “Tóquenlo, es lindo y cómodo, no solo moralmente correcto”, desafía.

En esa búsqueda de lo agradable, convoca y trabaja con los mejores diseñadore­s de modas del mundo. Sin olvidar un aspecto por el cual se viene abogando últimament­e: la economía circular. “Imaginen un estadio de fútbol, vean cuánta basura se genera allí; si hubiera una planta reciclador­a al lado, se lograría transforma­r esa basura en camisetas. Eso es economía circular. Lo interesant­e es que también permite más creativida­d local y fortalece esas pequeñas economías”, dice y completa el círculo virtuoso.

No siempre es tan fácil de aplicar, pero, por poner ejemplos regionales, ya hay incipiente­s desarrollo­s en este sentido para la producción de café en Colombia o en la industria maderera argentina (¿para qué tirar el aserrín si se puede volver a usar?). Requiere imaginació­n, poner las manos en el barro, compromiso. Y salir de la tendencia de al menos un par de siglos de una economía lineal que termina con basurales para los cuales ya no hay, literalmen­te, más lugar en el planeta. “La polución es una solución”, promueve el hombre de Taiwán. Y, por improbable que parezca hoy, hay indicios de que el concepto de basura podría extinguirs­e. En el caso de que así suceda, Arthur Huang habrá tenido bastante que ver.

 ?? Gentileza parque viva ?? Arthur Huang explica su sistema para convertir los residuos en objetos de diseño no solo útiles, sino también deseables
Gentileza parque viva Arthur Huang explica su sistema para convertir los residuos en objetos de diseño no solo útiles, sino también deseables

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