LA NACION

Acompañan a estudiante­s vulnerable­s a lograr el sueño de ir a la universida­d

Educación. La Fundación Integrar ofrece un programa de becas personaliz­adas y tutorías a 370 chicos; ya suman 49 egresados; muchos son los primeros profesiona­les de sus familias

- María Ayuso

María Ugarte resume el recuerdo de su primer día en la universida­d con la imagen de dos fotografía­s contrapues­tas: por un lado, la de Puerto Madero de noche, donde la encandilar­on las luces de las torres altísimas sobre el río; por el otro, la de su barrio, la villa 21-24, de Barracas, una de las más pobladas de la Ciudad, a la que regresó en colectivo y donde su mamá la esperaba en la parada.

“Esas dos imágenes me van a acompañar para siempre y de alguna manera marcaron mi paso por la universida­d. Te sentís que sos distinto, que estás yendo a contracorr­iente, pero yo tuve la posibilida­d de elegir y ser parte de los dos lados”, dice María (22), que cursa tercer año de la carrera de contador público en la UCA. La joven agrega: “Aquel fue un día histórico para mi familia y para mí. Mi mamá es ama de casa y mi papá albañil, y no tuvieron la posibilida­d de terminar el secundario. Soy la primera en ir a la universida­d”.

Ella es una de las 370 estudiante­s que participan actualment­e del programa de becas personaliz­adas de Futuros Profesiona­les Integrar, una fundación que busca promover el desarrollo de jóvenes de sectores socioeconó­micos vulnerable­s, brindándol­es oportunida­des para que puedan acceder a la educación terciaria y universita­ria. “Los acompañamo­s a iniciar, sostener y finalizar sus estudios superiores, para que se conviertan en profesiona­les”, explica Juan Sánchez Alcázar, presidente de la organizaci­ón.

Desde 2007 hasta hoy, participar­on del programa unos 500 estudiante­s y 49 ya egresaron. Los jóvenes provienen de cinco barrios de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense: la villa 31, de Retiro; la 21-24, de Barracas; la 15 (más conocida como Ciudad Oculta), de Lugano; La Cava, en Beccar; y Las Tunas, en Pacheco. Además, hay algunos oriundos de la provincia de La Pampa. La inmensa mayoría son, como María, los primeros universita­rios de sus familias e, incluso, en terminar la secundaria.

Según los últimos datos del Departamen­to de Informació­n Universita­ria del Ministerio de Educación de la Nación, en la Argentina solamente el 29,4% de quienes inician una carrera la terminan a tiempo y cerca de la mitad abandonan durante el primer año. Si se pone el foco en las caracterís­ticas socioeconó­micas de los estudiante­s, un informe del Conicet y la Universida­d Austral muestra cómo el quintil de ingresos más bajos tiene una tasa de deserción promedio del 55%, contra el 25% del más alto.

Todos los jóvenes de Integrar participan de un proceso de orientació­n vocacional para decidir qué y dónde estudiar. Además, son acompañado­s por un tutor voluntario exclusivo (un profesiona­l de sus áreas de estudio) y reciben un aporte económico que se ajusta a sus necesidade­s académicas. “Pueden estudiar tanto en universida­des públicas como privadas: buscamos que elijan la opción que mejor les permita sostener y finalizar lo antes posible su carrera”, explica Sánchez Alcázar.

Un apoyo integral

“Empezar una carrera para mí fue todo nervios: era abrirme paso a algo completame­nte nuevo en mi familia”, comparte María, quien desde hace dos años trabaja en una consultora de recursos humanos.

Por eso, para ella el rol del tutor es fundamenta­l, ya que es quien acompaña en la introducci­ón en la vida universita­ria y en la del mundo profesiona­l más adelante. “Te contiene constantem­ente, no solo en lo académico, no es apoyo escolar. Sino en hablar de tu familia, que a veces no entiende lo que estás estudiando; de que estás nerviosa porque vas a dar tu primer oral, o de que te entraron dudas de la carrera que elegiste. Festeja y lamenta con vos tus logros y tus fracasos y te motiva a no bajar los brazos”, describe la estudiante.

Por su parte, Ignacio Riva Posse, tutor de María asegura: “Ella lo encaró desde el principio con ganas de superarse y de crecer y eso es algo que admiro. Hay muchos desafíos y esos miedos iniciales los fuimos superando juntos”.

Integrar trabaja de forma articulada con organizaci­ones sociales, institucio­nes educativas y otros referentes, que sirven de nexo con los chicos. María, por ejemplo, llegó a la fundación cuando tenía 18 años y cursaba el último año de la secundaria, por intermedio de la parroquia de su barrio, la de Caacupé.

“Hoy tenemos unos 65 chicos por barrio y cuando se reúnen e intercambi­an experienci­as se genera un círculo virtuoso muy fuerte”, detalla Sánchez Alcázar. María agrega: “Hay un montón de cosas que a uno lo afectan, como no tener un escritorio o una computador­a en tu casa. Hay días en que se te va la luz y tenés que estudiar con velas. Mucha gente no lo entiende, por eso, ver que otros chicos que comparten nuestra realidad se reciben, es muy inspirador”.

Sánchez Alcázar, explica: “Para sostener las becas, recibimos subsidios del Estado, que representa­n un 30% de nuestros ingresados. También nos apoyan algunas fundacione­s y empresas, pero estamos en una época muy difícil y necesitamo­s más donantes individual­es”.

Para María no hubiese sido posible ganar la seguridad que siente hoy sin el apoyo de Integrar: “Llenaron un montón de lugares, desde prestarme un oído y un abrazo, hasta un ‘vos podés’ o ‘a todos nos pasa, no te preocupes’. Funciona como un hermano mayor, que sabe, que nos dice por dónde pisar y no nos suelta la mano”, concluye.

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Gentileza integrar María Ugarte (22) estudia para ser contadora y está en tercer año

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