La Filarmónica de Buenos Aires, en una de sus grandes noches
★★★★★ programa: Arrebatos y otros placeres de René Koering; Polaris: Viaje para orquesta de Thomas Adès; Requiem, de György Ligeti. director de la or
questa filarmónica de buenos aires: Enrique Arturo Diemecke. director del grupo vocal de difusión: Mariano Moruja. solistas: Mercedes García Blesa, soprano; Verónica Cánaves, mezzosoprano. ciclo: Contemporáneo; Teatro Colón
Gran expectativa generó el estreno argentino del Requiem que György Ligeti creara entre 1963 y 1965. Si bien ya se había podido escuchar en Buenos Aires alguno de sus números hubieron de pasar 53 años desde su estreno mundial para que aquí pudiera oírse completo. Y es que se trata no solo de una de las obras sinfónicocorales paradigmáticas de la segunda mitad del siglo XX, sino también de una de las más complejas de interpretar. Fue por ello acertada la decisión de Martín Bauer, a cargo del Ciclo Contemporáneo del Colón, de convocar al Grupo Vocal de Difusión (GVD), agrupación coral experimentada en el repertorio del último siglo, a la hora de poner en marcha este desafío.
La primera parte del programa sorprendió gratamente con otros dos estrenos argentinos. Arrebatos y otros placeres (2005) fue escrita por René Koering por encargo de la Sintos fónica Nacional de México para celebrar el 15° aniversario de Enrique Arturo Diemecke al frente de ese organismo. En forma de “arrebatos”, el compositor francés presenta una serie de evocaciones en las que puede reconocerse desde un vals hasta danzas latinoamericanas, pasando por esbozos clásicos, románticos y gestos seriales que aparecen y desaparecen cual si se tratara de un atisbo a la historia de los últimos siglos de música occidental a través de un caleidoscopio.
Polaris: viaje para orquesta (2010), de Thomas Adès, permitió apreciar la valía de la Filarmónica en una de sus grandes noches, con una precisa y detallada dirección de Diemecke. Virtuosa creación sinfónica, construye una resplandeciente y siempre diversa sonoridad que homologa musicalmente la imagen de la estrella más brillante de la Osa Menor. Así como Polaris, supergigante amarilla está integrada por múltiples estrellas que convergen en la visión de un astro único y radiante que guiaba a los navegantes indicando la ubicación del polo norte, el compositor inglés trata a la orquesta por capas que se multiplican y superponen generando una vibrante masa sonora.
Los batimentos producidos por los bajos del coro a distancia de semitono y la sutil entrada de los cornos generando una atmósfera sonora similar a la de los mantras tibetanos y sus trompetas, anunciaron el inicio de la obra de Ligeti (1923-2006) enunciando la palabra Requiem. La estrecha proximidad de unas y otras alturas, añadida a la disolución de una única marcación métrica en pos de la eclosión de numerosos eventos que terminan constituyendo una textura plena de intrínsecos movimientos, son algunas de las características de lo que el compositor dio en llamar micropolifonía. Siete años después de huir de una Hungría agobiada por el estalinismo y tras tomar contacto con la vanguardia europea occidental, conjugó las experiencias en el campo de la música electrónica con sus estudios de la polifonía renacentista para componer su propia versión del Requiem. Esa espacialidad sonora en expansión cautivó a Stanley Kubrick, quien en 1968 dio a conocer el inicio del Kyrie Eleison en cada uno de los encuentros con el monolito de 2001: odisea del espacio. Tanto en el Kyrie como en el violento Dies Irae el GVD, certeramente preparado por su director Mariano Moruja, logró triunfar haciendo uso, unos y otros coreutas, de diapasones, para dar con las alturas exactas en momentos en los cuales la agrupación llegaba a dividirse en veinte partes.
Destacada fue la labor de la mezzo Verónica Cánaves a cargo de una parte signada por drásticos saltos, así como la de Mercedes García Blesa, quien acometió con seguridad cada una de las entradas que Ligeti escribió para soprano. Ambas lograron conmover en “Lacrimosa”, número en el cual el compositor decidió culminar esta misa de difuntos fundiéndose magníficamente el timbre de sus voces con los instrumentos.