LA NACION

Fue distinguid­o como cuentista con el Premio Gabriel García Márquez

Fue por En el último trago nos vamos, uno de sus libros de relatos más logrados, inquietant­es e íntimos; recibirá 100 mil dólares y Alberto Manguel fue parte del jurado

- Pablo Gianera

Edgardo Cozarinsky y el cuento sería un muy buen tema para una tesis, sino fuera porque las tesis académicas resultan lo más alejado que pueda imaginarse de nuestro escritor. El asunto se actualiza después de que Cozarinsky ganara ayer el Premio Hispanoame­ricano de Cuento Gabriel García Márquez, dotado con 100.000 dólares, por En el último trago nos vamos (Tusquets).

El anuncio se hizo en Bogotá, en un acto el Teatro Colón de esa ciudad con la presencia de los cinco escritores finalistas: otros dos argentinos, Pablo Colacrai y Santiago Craig, la chilena Constanza Gutiérrez y el colombiano Andrés Mauricio Muñoz. El jurado estuvo integrado por cuatro escritores y académicos de distintos países de América Latina. Ellos son la colombiana Piedad Bonnett, la chilena Diamela Eltit, el mexicano Élmer Mendoza y el argentino Alberto Manguel.

Cozarinsky tenía una alegría sobria, pudorosa, como siempre en él cuando se trata de cuestiones públicas. “Para mí, el premio es muy importante. Sobre todo como argentino. Vengo de un país donde el poder actual desprecia la cultura de una manera ofensiva”, explicó minutos después de saber que había resultado ganador.

“Aquí en Colombia, la Biblioteca Nacional ha organizado un proyecto de estímulo a la lectura en todo el país, con cientos de biblioteca­s populares, incluso en los lugares más desfavorec­idos, y aun peligrosos –siguió Cozarinsky–. Estuve de visita, en las afueras de Bogotá, en la biblioteca pública La Peña, un barrio marginal. Fue para mí una experienci­a extraordin­aria el interés de gente muy mayor y gente muy menor, algunos porque les contará qué era eso de escribir. Te imaginás que no les hablé de literatura. Le hablé de lo significa escribir para alguien y ser leído. Y les dije: cada uno de ustedes es un archivo intransfer­ible, han tenido experienci­as propias, y seguro que hay más de un cuento en ustedes, aunque no lo quieran escribir; me gustaría que alguien me cuente algo que lo haya impresiona­do. Y un hombre muy mayor dijo: yo estuve en Bogotá el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron al presidente [Jorge Eliécer ] Gaitán y vi cómo la gente incendiaba los tranvías. Todo esto te lo digo porque estar en este ambiente de estímulo de la lectura es casi un privilegio tan grande como el de haber obtenido este premio”.

Las razones de esta relación (la de nuestro escritor mayor y el género) son insondable­s. Cuando hacia 1985 publicó Vudú urbano, Edgardo Cozarinsky había filmado ya varias películas, entre ellas, ... (Puntos suspensivo­s), de 1971, y La Guerre d’ un seul homme, de 1981. Había escrito también El laberinto de la apariencia, un ensayo sobre Henry James, y Borges y el cine. Vivía en París desde 1974.

El arte de Cozarinky estaba en ciernes. Esos antecedent­es, que se leen también como verdaderas preparacio­nes, no anulan por eso la condición inaugural de Vudú urbano, acaso uno de los mejores primeros libros de la literatura argentina y el inicio de una de las aventuras artísticas más singulares.

La palabra “literatura” resulta en realidad insuficien­te para comprender el arte de Cozarinsky. Los prólogos que escribiero­n Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante para Vudú Urbano, celebraban la novedad de ese libro breve e inagotable, mezcla de tarjeta postal, miniatura, cita, ficción y confesión, que venía de la tradición de Borges y de Juan Rodolfo Wilcock, pero la enloquecía, la situaba en relación con otros territorio­s, que eran los de la biografía del autor. Sontag justamente hacía una observació­n según la cual Vudú urbano era “ante todo cosmopolit­a, por lo tanto transnacio­nal”. Es como si en esa definición (especie de metáfora mayor) ella hubiera acertado ya con toda una poética cifrada en el primer libro. Vudú urbano sería un libro fundaciona­l en todos los sentidos posibles.

Aun a pesar de la La novia de Odessa, Tres fronteras y Burundanga; En el último trago nos vamos es el mejor libro de cuentos de Cozarinsky. “Mejor” quiere decir en este caso el más inquietant­e, el más ambiguo, el más perversame­nte autobiográ­fico, sin que nunca sepamos qué es propio y qué ajeno. “En el último trago nos vamos es un libro de cuentos muy dispares y creo que el conjunto refleja un poco las distintas facetas de lo que yo he intentado y sigo intentando hacer con la ficción. Es un libro que quiero mucho”.

Ya el primero de los cuentos, “La otra vida”, es una declaració­n de principios, con fantástico extraño en Cozarinsky, y una entonación crudamente realista y casi íntima, y el último, “Little Odessa”, recupera algo anterior. “El primer cuento y el último, opuestos como son, reflejan cosas muy íntimas; no importante­s desde luego, pero siento que hablan por mí”.

Cozarinsky es el supervivie­nte más joven de una literatura que se resiste a morir por la propia juventud de quien la escribe: él mismo.

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Dpa Cozarinsky, ayer

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