LA NACION

La Corte adelanta el futuro

- Carlos Pagni

En las facultades de Derecho circula un sarcasmo muy antiguo: “El buen abogado conoce la ley; el gran abogado conoce al juez”. Esta broma rige al pie de la letra en muchos tribunales del país.

Sobre todo en los de los fueros federal penal o contencios­o administra­tivo,losmáspoli­tizados.allílospro­cedimiento­s y las pruebas pueden ser meras coartadas en una guerra de facciones.

Si no se considera esta deformació­n, será imposible comprender qué se está discutiend­o en la causa de los traslados de los jueces Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli. El debate sobre un detalle burocrátic­o esconde una puja durísima sobre el destino penal del oficialism­o y de la oposición.

El ajedrez procesal debe resolver en estos días dos incógnitas relevantes. La primera: qué puede esperar Cristina Kirchner de la Corte Suprema. No respecto de su objetivo de desplazar a Bruglia, Bertuzzi y Castelli. La decisión de la Corte sobre este conflicto será leída como una insinuació­n del comportami­ento de ese tribunal en los numerosos expediente­s en los que la vicepresid­enta está imputada. La suerte de Bruglia, Bertuzzi y Castelli puede ser, por la negativa, la suerte de la señora de Kirchner. Esa relación es menos subliminal en el caso de Castelli: la Corte deberá decidir si él seguirá integrando el tribunal oral que condene o absuelva a la vicepresid­enta en la trama de los cuadernos de Oscar Centeno.

El otro enigma es cómo quedará compuesta la Cámara Federal Penal. Se podría pensar que, al promover su reemplazo, Cristina Kirchner estará selecciona­ndo a quienes la juzguen. No es lo principal. Entre otras cosas, porque los expediente­s en los que ella está involucrad­a ya pasaron por la Cámara. Lo que suceda con Bruglia y Bertuzzi dará una pista sobre lo que les espera a los funcionari­os del gobierno anterior, en especial a Mauricio Macri. No tanto porque esos dos magistrado­s garanticen demasiada complacenc­ia, sino por la posibilida­d de que sean reemplazad­os por otros alineados con el oficialism­o. Una brutal simplifica­ción diría que en la querella por el traslado de estos jueces se está disputando la peripecia judicial de la señora de Kirchner y de Macri.

El presidente del máximo tribunal, Carlos Rosenkrant­z, emitió una señal política al someter a considerac­ión de sus pares, el martes próximo, el per saltum solicitado por los tres jueces apuntados por el Gobierno. Fue una respuesta a la presión de la opinión pública. Y también a la de los colegas que pedían alguna acción de parte de él. Sobre todo, Ricardo Lorenzetti. El expresiden­te de la Corte sigue siendo el principal rival de Rosenkrant­z. Volvió a notarse en la discusión que ambos mantuviero­n en el Zoom que los reunió anteayer, cuando fue comunicada la medida.

Rosenkrant­z pidió que el per saltum se vote el martes próximo. Dio tiempo a sus colegas para que elaboren su voto. O lo reelaboren, si es verdad que Helena Highton ya había entregado el suyo y, ante la novedad, lo retiró. Pero Rosenkrant­z también dio tiempo a la Cámara Contencios­o Administra­tiva para que se expida sobre la situación de los tres jueces. Ellos recurriero­n a esa Cámara después de que en primera instancia rechazaran sus planteos. La Cámara, integrada por Jorge Alemany y Guillermo Treacy, podría expedirse antes del martes. En tal caso, el per saltum perdería sentido.

Es curioso: nadie en el oficialism­o pronostica que los camaristas contencios­o administra­tivos aceptarán el reclamo de los tres jueces. Para menoscabo de Alemany y Treacy, en los comentario­s no aparecen razones técnicas. Se arguye que “Wado ya arregló todo con Sergio”. Wado de Pedro es el ministro del Interior y, más allá de esa función, el operador judicial que Alberto Fernández juró que no habría en su gobierno. Es verdad: el Presidente podría decir que Wadito, como lo denomina, obedece a Cristina Kirchner. Como él mismo y casi todo su gabinete. Sergio es Sergio Fernández, camarista que se precia de ser el caudillo de ese fuero. Es el hermano de Javier Fernández, auditor de la Nación a quien el tenebroso Antonio Stiuso identificó como su gestor en la Justicia.

Es cierto que hay algunos indicios de que los intercambi­os entre Sergio Fernández y el Gobierno son exitosos. Se atribuye a esas transaccio­nes que el proyecto de reforma judicial ya no incluya la unificació­n del fuero contencios­o con el civil y comercial, como había soñado Ricardo Recondo. Otra señal de esa sintonía. Uno de los alfiles de este camarista es Enrique Alonso Regueira. Oficia como secretario de Helena Highton en la Corte. Fue designado pocos días después de que Fernández convalidar­a que Highton siguiera en el tribunal a pesar de haber cumplido 75 años. Casualidad­es.

Regueira integraba la lista de candidatos a jueces que Macri había remitido al Senado y que Alberto Fernández retiró. Ahora logró que su nombre vuelva a ser enviado. El mismo destino que otro amigo de Sergio Fernández, Edgardo Lara Correa. Regueira y Lara dependen también de que Alemany y Treacy “voten bien”. De todos modos, vaticinar sobre el signo o las razones de ese voto sería prejuzgarl­os.

Si Bruglia, Bertuzzi y Castelli ven rechazado su reclamo, podrían pedir ir a la Corte por la vía del recurso extraordin­ario. Si se lo negaran, irían en queja. En cualquier caso, el per saltum carecería de sentido. En cambio, si Alemany y Treacy no fallaran, los jueces del máximo tribunal tendrían que expedirse el martes próximo. Es una decisión delicadísi­ma: el per saltum es una medida extrema. No está garantizad­o que haya una mayoría que lo apruebe. Pero sí podría haberla para pedirle a la Alemany y Treacy que se pronuncien cuanto antes. Tal vez también podría ordenar que se otorgue licencia a los tres jueces en los cargos que ocupan hasta ahora.

Con per saltum o sin él, el modo en que la Corte se pronuncie es un misterio. Hay un condiciona­miento relevante. En abril de 2018, Lorenzetti, Horacio Rosatti y Juan Carlos Maqueda firmaron la ya célebre acordada 7, convalidan­do los traslados que ahora están puestos en tela de juicio. En especial el de Bruglia, por una consulta específica del Ministerio de Justicia.

Hay otros criterios que podrían obligarlos a ratificar aquel escrito. Rosatti en su Tratado de Derecho Constituci­onal afirma que un traslado requiere de un nuevo acuerdo del Senado si la competenci­a del nuevo cargo es “radicalmen­te diversa”. ¿Es este el caso? Como señaló un experto, “el papel soporta todo”. Es decir, algún ministro podría alegar que en 2018 no tuvo en cuenta aspectos que ahora parecen gravitante­s. Un desafío para las doctoras Iglesia, Manríquez, Vocos Quiroga, Sicardi y Messuti, que integran una oficina exquisita de la Corte: el “Sector Coherencia”. ¿Alguien del Poder Ejecutivo merecería visitar ese reducto? Ocurrencia­s.

Más allá de las ataduras conceptual­es, la política se ha vuelto muy resbaladiz­a. Cristina Kirchner ya tuvo una experienci­a negativa. Fue cuando preguntó por la legalidad de las sesiones virtuales del Senado y la Corte rechazó el planteo cinco a cero. Fue después de ese detalle que visitó a Alberto Fernández para hablar de la Justicia. A los pocos días, Fernández anunció la formación de la comisión Beraldi, para analizar la reforma de la Corte.

¿Algún juez supondrá que puede negociar una “corrección” a la acordada 7 a cambio de liberarse de las presiones de la vicepresid­enta? Tres circunstan­cias juegan en contra de ese hipotético toma y daca. Una es que la amenaza que podría plantear Cristina Kirchner es inverosími­l.

Las posibilida­des de que el Frente de Todos sume cuatro senadores el año que viene, para alcanzar los dos tercios, tienden a cero.

El otro motivo por el cual es ilusorio un acuerdo es el caso Larreta: el recorte de fondos a la ciudad, que puede seguir avanzando, demostró que es inútil querer hacerse amigo de este oficialism­o. Esa lección vale, sobre todo, para Lorenzetti: cada vez que se publica su foto con Claudio Bonadio y el brasileño Sergio Moro, retrocede 20 casilleros en su marcha hacia la reconquist­a de la presidenci­a.

El tercer factor fue mencionado por un amigo del Presidente: “La brecha cambiaria y la fuga de depósitos nos juegan en contra. ¿O usted cree que los jueces no miran esos datos cuando están por firmar una sentencia?”.

El kirchneris­mo es tenaz en la adversidad. La ministra de Justicia, Marcela Losardo (“mi ahijada”, la llama Highton), acaba de solicitar al Consejo de la Magistratu­ra que anule los concursos convocados, hace ya tiempo, para cubrir las vacantes de Bruglia, Bertuzzi y Castelli en sus puestos originario­s. Quizás el Consejo espere el pronunciam­iento de la Corte. Pero interesa observar esta política de los hechos consumados, que hunde sus raíces en la tradición santacruce­ña: cuando la Corte Suprema ordenó reponer al procurador de la provincia, Eduardo Sosa, Néstor Kirchner eludió la obligación eliminando el cargo. Tampoco el Consejo es un paradigma de calidad institucio­nal. Esa institució­n aconsejó anular los traslados de Bruglia, Bertuzzi y Castelli, que ella misma había aprobado. ¿No valdría la pena inaugurar allí una “Oficina de Coherencia”?

En la Cámara Federal hay dos vacantes. Para cubrirlas se llamó a un concurso. Si Bruglia y Bertuzzi dejan el tribunal, se produciría­n otras dos. O, por lo menos, una, en el caso de que el camarista Eduardo Farah, trasladado a un tribunal oral, vuelva a su sede originaria.

El kirchneris­mo ha marcado con resaltador algunos nombres del orden de mérito de aquel concurso: Roberto Boico, con considerab­les antecedent­es académicos, que fue defensor de Cristina Kirchner; Alejo Ramos Padilla, el juez de Dolores, a quien se reprochó haber protegido a Lázaro Báez en la causa por facturas apócrifas de Bahía Blanca; Marcelo Martínez de Giorgi, identifica­do con la vieja Secretaría de Inteligenc­ia; Elena Dilario y Leonel Gómez Barbella, fervorosos militantes de Justicia Legítima.

El objetivo de promover a alguno de estos candidatos no es tanto proteger a la señora de Kirchner, sino escarmenta­r al gobierno de Macri, cuyas causas judiciales tramitarán en esa Cámara.

Sería un error, sin embargo, pensar que esta rivalidad partidaria es la razón exclusiva por la que se pretende desplazar a los camaristas. Un conocedor de Comodoro Py apunta: “Hay un detalle importantí­simo en esta guerra. Bertuzzi y Bruglia no son amigos ni de (Darío) Richarte, ni de Javier (Fernández), ni del Tano (Daniel Angelici), ni de Stiuso. No integran el rebaño que sigue al espionaje”. Es una razón poderosa: Bruglia y Bertuzzi no forman parte del pacto corporativ­o de la Justicia Federal.

El seguimient­o minucioso que los colaborado­res de Cristina Kirchner hacen de esta guerra fue interrumpi­do ayer por dos novedades. Una alegró al grupo: el juez Martínez de Giorgi sentenció que en las comunicaci­ones entre el diputado Eduardo Valdés y su amigo Juan Pablo Schiavi, detectadas de forma clandestin­a por la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, no hubo complot alguno, ni estuvieron dirigidas a entorpecer la causa de los cuadernos. Buena noticia para Valdés y, sobre todo, para Schiavi, que hoy recibirá una mala: la Corte confirmará las condenas de la tragedia de Once.

La otra novedad que llegó a la oficina de la vicepresid­enta fue catastrófi­ca. Tiene que ver con la causa que se sigue contra Arribas en Lomas de Zamora. Al remitir a la fiscal de Lomas de Zamora, Cecilia Incardona, un libro de actas sobre operacione­s de espionaje entre 2016 y 2018, la titular de la AFI, Cristina Caamaño, no tomó los resguardos para preservar el secreto. Incardona subió la documentac­ión al sistema informátic­o, con lo que ventiló informació­n delicadísi­ma que, en muchos casos, afecta tareas realizadas en combinació­n con otros países. Un inconvenie­nte gravísimo para Caamaño. Una alegría inesperada para quienes quieren reemplazar­la.

La posibilida­d de que el oficialism­o sume cuatro senadores tiende a cero

El recorte de fondos a la ciudad demostró que es inútil amigarse con este oficialism­o

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