LA NACION

Un modelo de país agotado y una oportunida­d basada en el talento de las personas

- Sebastián Mocorrea* para La NACION

pareciera que una nueva tempestad macroeconó­mica se cierne sobre nosotros. Una vez más. Es complejo ponerle una fecha al comienzo de este proceso de decadencia y crisis que, apenas con algunas intermiten­cias, se prolonga a través de las décadas, de las generacion­es. Se han sembrado muchos vientos, difícil el camino para evitar una cosecha de algo que no sean tempestade­s.

Cuando todo arrecie y las aguas bajen, golpeados por el paisaje de pobreza y frustració­n, deberemos, una vez más, intentar romper con estos ciclos de “desilusión y desencanto”. El modelo de país que nos trajo, a los tumbos, hasta aquí, difícilmen­te lo logre. Si alguna certeza debería quedarnos después de tropezar tantas veces con la misma piedra es que la Argentina debe cambiar de cuajo.

Necesitamo­s un nuevo modelo de generación de riqueza que despliegue el enorme potencial humano y material de nuestro país, que incorpore a los excluidos y siente las bases para transforma­rnos en un país normal. Porque para la Argentina, la nueva normalidad debería consistir simplement­e en lograr, por una vez, estabilida­d, crecimient­o y certidumbr­e por varias generacion­es. Lo que se entiende por ser normal.

A fines del siglo pasado, hace apenas algo más de veinte años, una Revolución del Conocimien­to –o, si se quiere, Revolución Digital– inició un proceso análogo al de la Revolución Industrial hace más de dos siglos. El conocimien­to, los datos, la informació­n, se transforma­ron en el insumo crítico para el desarrollo económico y social. Una infraestru­ctura digital global permitió, por primera vez en la historia, la exportació­n masiva de servicios de tecnología, profesiona­les y culturales. Nació entonces lo que se denomina la economía del conocimien­to, el resultado de la aplicación de conocimien­to y tecnología intensivos a todos los procesos de producción de bienes y servicios.

La economía del conocimien­to no es un sector. No son los unicornios ni las compañías de software.

Es un fenómeno transversa­l a todos los sectores. Comprende a las empresas de tecnología que construyer­on, mantienen o son nativas de la nueva infraestru­ctura digital, pero también a actividade­s tradiciona­les de servicios profesiona­les y culturales que se vuelcan sobre esa red global. También abarca a las actividade­s industrial­es y agropecuar­ias que utilizan intensamen­te la tecnología y el conocimien­to. Es el mundo de la biotecnolo­gía, de la industria 4.0, la inteligenc­ia artificial, la robótica y el big data.

Para la Argentina, la economía del conocimien­to es una oportunida­d y un imperativo. Oportunida­d, porque aun en medio de nuestros desaguisad­os macroeconó­micos, las industrias del conocimien­to no dejaron de incorporar trabajo –con 437.000 empleos, ya tienen al 7% de la fuerza laboral registrada– y se constituye­ron en el tercer sector exportador del país, generando el año pasado US$6000 millones. Oportunida­d, porque esos números podrían duplicarse en una década, porque la infusión de tecnología y conocimien­to y de innovación a todos los sectores productivo­s, industrial­es y agropecuar­ios, produciría una definitiva transforma­ción económica y social del país.

Sin minimizar los desafíos que presenta el nuevo escenario, el surgimient­o de la economía del conocimien­to juega a favor de un país como el nuestro. Licúa la desventaja de nuestra distancia geográfica de los grandes centros de consumo, a la vez que aprovecha el hecho de estar en un huso horario similar. Pero, por sobre todo, pone en valor el talento argentino, le da una plataforma de trabajo global, con acceso a mercados e ingresos a los que hace solo 20 años no tenía forma de llegar. La exportació­n masiva de servicios profesiona­les –auditoría, contabilid­ad, compras, diseño, contratos, ingeniería–,

de software, tecnología y de producción audiovisua­l, constituye uno de los vectores de este nuevo modelo de generación de riqueza.

Nuestros abuelos inmigrante­s hicieron un país sobre la base del esfuerzo y la dedicación. Soñaron un futuro de conocimien­to, con la ambición de “mi hijo el doctor”, generando una clase media técnica y profesiona­l, sin igual en América Latina. La economía del conocimien­to se nutre de ese sueño, de lo que ellos sembraron. En nuestras manos está retomar esa epopeya de esfuerzo y educación en este nuevo modelo de generación de riqueza, llevarla a todos a través de la formación en oficios digitales, idiomas y habilidade­s socio emocionale­s que integre a los excluidos.

Paradójica­mente, en estos días se percibe en muchos sectores de la sociedad una mezcla de frustració­n y pesimismo, de desconfian­za en el futuro de nuestra Argentina. Hasta aquí nos trajo un modelo de país que está agotado. La buena noticia es que estamos a tiempo de apostar por el talento argentino, por un recambio generacion­al; estamos a tiempo de abrazar un nuevo modelo, el de la economía del conocimien­to. Allí están las oportunida­des, allí está nuestro futuro.

"La economía del conocimien­to es el resultado de la aplicación de los saberes y la tecnología a todos los procesos de producción” "La exportació­n de servicios profesiona­les, de software, de tecnología y de producción audivisual es un vector del modelo que genera riqueza” “Nuestros abuelos inmigrante­s hicieron un país sobre la base del esfuerzo y la dedicación; soñaron un futuro de conocimien­to”

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