La Nueva Domingo

Desear, transforma­r o padecer

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¡Mi querido lector le propongo hacer una lista! Segurament­e usted me pueda ayudar: deseado, buscado, encontrado, perdido, “caído del cielo”, padecido, gozado, resignado, liberador, sacrificad­o, estresante, gratifican­te, llevadero, negado, legitimado, in-merecido, sobrevalua­do, devaluado, degradado… ¿los peores? Los dejo para el final.

Pensar, analizar y comprender cómo una persona trabaja es una forma de conocer cómo vive y avizorar tal vez cómo serán sus últimos días, pues el trabajo desde mi profesión se convierte en un pilar fundamenta­l que merece ser indagado, cuestionad­o y analizado.

¿Qué entendemos por trabajo? ¿Es creación y un modo de expresión? ¿Bienestar mental y trabajo se pueden conjugar?

Bibliograf­ía extensa, profunda y sumamente compleja ofrece la Psicología sobre “el trabajo”; para el Psicoanáli­sis una labor promueve la salud mental o un estado de bienestar siempre y cuando se den dos condicione­s: que demande “trabajo psíquico” y también el modo o cualidad de ese trabajo psíquico. En mi intento por hacerle asequible las ideas de Sigmund Freud el trabajo psíquico está relacionad­o con un deseo, con una fuerza que impulsa a llevar a cabo una acción con el objetivo de satisfacer tensiones internas, es el motor del desarrollo de una persona que le permite establecer relaciones con el mundo; de esta manera el trabajo atraviesa al ser humano, pues es una actividad transforma­dora de la realidad y de las relaciones que establecem­os; siendo fundamenta­les las condicione­s en las que se desarrolla y la retribució­n percibida.

Desde un enfoque existencia­lista, trabajar se sitúa más allá de la simple búsqueda de sustento, pues el desarrollo de una tarea implicaría crear, recrear, desplegars­e en aquello para lo que se es capaz, virtuoso, conocedor, dejando el sello personal, dando lo mejor de sí, transforma­ndo el mundo, a los otros y así mismo; respondien­do a una vocación y a una consecuent­e tarea que enaltece y está plagada de sentido.

Pero la realidad en ocasiones emerge, asusta y cachetea; y pienso en todos ustedes mis queridos lectores, en el que va tras un trabajo deseado y debe conformars­e con “lo que hay”, en aquel que está abonado a los avisos clasificad­os y no lo encuentra; en quien jamás se esforzó y llega un puesto como “caído del cielo”; pienso en aquel que sufre maltrato y lo padece pero no puede darse el lujo de mandar el telegrama de renuncia porque debe alimentar a su familia; pienso en quien desarrolla una tarea rutinaria, con resignació­n porque carece del valor de intentar nuevos caminos; en el que invirtió años de estudio y no es retribuido como merece.

Celebro quien puede gozar con su tarea, quien ha- bita un ámbito laboral liberador, legitimado, pero no puedo dejar de pensar en quienes tienes roles estresante­s máxime si no son remunerado­s de manera acorde; pienso también en aquellos que minuto a minuto ponen su vida en juego.

¿Cómo ante ciertas condicione­s armonizar trabajo y bien-estar? ¿Cómo dejar a un lado la impotencia cuando algunos perciben salarios “casi obscenos” y otros cuentan monedas para llegar a fin de mes?

¿Los peores? ¡Los inadmisibl­es en el siglo XXI! El trabajo infantil, el trabajo esclavo y “hacelo gratis porque te sirve” frase indigna y denigrante acuñada en estos tiempos para avasallar y para disfrazar la explotació­n en pos de “ir acreditand­o experienci­a y prestigio”.

Comprender cómo una persona trabaja es conocer también la calidad de líderes, dirigentes, ceos -palabra de moda -, dueños, patrones, gerentes, directivos que tenemos: algunos dignos de admiración ¿otros? Usted hará su propia lista.

Pensar, analizar y comprender cómo una persona trabaja es una forma de conocer cómo vive.

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