El dedo que pidió silencio
Agobiado por las deudas Martín tomó una decisión: no iba a mover un solo dedo para pagarlas.
–Me tienen cansado. Laburo como un animal y me siguen lloviendo deudas. Pago y es como si nada. –¿Y qué vas a hacer? –No pagar nada. Quiero ver hasta dónde llegan.
*** Se fue a su casa, limpió todo, se bañó, se afeitó y se perfumó. Que la muerte lo encontrara prolijo era importante para Martín.
Pasaron 2 semanas. Nadie sabía nada de Martín. Alguien entró a su casa a la fuerza.
–Hay una persona muerta en la cama, pero no alcanzo a distinguir quién es –le dijo el compañero de trabajo de Martín a la operadora del 911.
No había olor a muerte en la casa casi vacía. El olor a lavanda inundaba todo, como le gustaba a Martín.
No hubo velatorio, ni exequias, ni nada. Martín no tenía herederos, ni deudos. Los acreedores se tuvieron que comer su deuda después de haberlo torturado tanto.
*** Hace unos años caminaba por Rynek Glówny, la plaza principal de Cracovia, cuando vi a un hombre muy viejo. Estábamos a unos 10 metros de distancia. Él cruzaba para un lado y yo para otro. Cruzamos miradas. El se llevó el dedo índice derecho –en forma vertical- a la boca, como pidiéndome silencio. Me reí y seguí caminando. Los primeros 100 metros sólo reí. Los segundos 100 metros algo me hizo ruido. Los terceros 100 metros pensé. Y cuando andaba por el 401-402 grité: –¡Martín! La gente me miró y bajé la cabeza.
No lo iba a deschavar.