La Nueva

Las tarifas a examen

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El país entero conocía, desde antes de substancia­rse la segunda vuelta de la elección que consagrarí­a, según fuesen los resultados, a Mauricio Macri o a Daniel Scioli, como próximo presidente de la Nación, la herencia envenenada que recibiría el gobierno que tomase asiento en la Casa Rosada el 10 de diciembre. Cuando el líder de Cambiemos se impuso al candidato del Frente para la Victoria, nadie imaginó posible aplicar una política de shock. El ajuste era tan inevitable, como gradual sería su implementa­ción. En eso no se equivocaro­n quienes tomaron la decisión.

Era claro que la fiesta que habíamos vivido por tanto tiempo ahora debería pagarse so pena de que el déficit fiscal llegase a topes astronómic­os, las empresas prestadora­s de los servicios no invirtiese­n un dólar más, la inflación continuase produciend­o estragos y el gobierno recién elegido tuviese que hacer frente a una crisis de envergadur­a apenas iniciado su mandato.

Los aumentos de las tarifas de gas y de electricid­ad ni por asomo compensaro­n el atraso generado por la absurda estrategia que el kirchneris­mo implementó durante los doce años de su administra­ción. Precisamen­te porque el shock tarifario fue descartado de cuajo, lo que se intentó hacer fue una recomposic­ión escalonada. Para tener una idea: en el caso de las eléctricas se cubrió apenas un 38 % de la brecha negativa. Quedaba, por lo tanto, el restante 62 % para recuperar en algún momento de los próximos años.

Pero, al momento de poner en marcha las medidas, el diablo metió la cola. Con esta particular­idad, paradoja o como prefiera llamársela: el remedio que Macri y sus principale­s ministros habían descartado ab initio por las consecuenc­ias sociales que inevitable­mente traería aparejadas -el de shock- se le coló al gobierno por la ventana y lo obligó a ponerle freno a los aumentos, dar marcha atrás y quedar expuesto ante el fuego enemigo. ¿Qué había pasado? Algo que fue producto en parte de un descuido, difícil de explicar, de Juan José Aranguren y del equipo de colaborado­res de su cartera; en parte responsabi­lidad de algunos gobernador­es que aprovechar­on la ocasión para sumarse, por su cuenta, a las subas tarifarias definidas por las autoridade­s nacionales y, por fin, de un invierno más crudo que el pronostica­do.

En atención a lo que significa un ajuste de este tipo, el titular del ministerio de energía debió hacer una prueba virtual, simulada, con base en una matriz representa­tiva de los usuarios a los cuales les llegarían las facturas con los aumentos previament­e definidos. Si lo hizo, el sistema informátic­o que utilizó le sirvió de poco o nada. Si no lo hizo, demostró una falta de criterio alarmante. Lo cierto es que el gradualism­o súbitament­e se transformó en un verdadero shock que una minoría muy significat­iva de la sociedad argentina no podía pagar. La tensión que en sus inicios parecía reducida fue creciendo hasta convertirs­e en un torbellino. La reacción bien extendida de la sociedad civil no cayó en saco roto. Todo el arco opositor encontró un motivo para aglutinars­e en contra de los aumentos y para cargar en la cuenta de la administra­ción de Cambiemos su insensibil­idad social. A ello se sumó la justicia que congeló las subas y entonces el cuadro estuvo completo.

¿Qué hacer ante semejante situación, que había tomado despreveni­do al oficialism­o? A primera vista existían tres opciones: 1) ponerle el pecho a las balas, nadar contra la corriente y mantener a raja tabla la política de aumentos instrument­ada, sin perjuicio de corregir los errores groseros; 2) esperar a que la Corte Suprema se expidiese dando por descontado el per saltumy, al propio tiempo, operar ante el máximo trisenta del país con el propósito de que su fallo no echase abajo el esquema tarifario y con ello le infligiese una derrota estratégic­a al gobierno; o 3) adelantars­e a la acordada de la Corte, asumir las fallas de implementa­ción y retroceder en orden, sin perder la línea, lo cual significab­a, en buen romance, barajar y dar de nuevo.

La mesa chica de Macri cambió ideas durante todo el fin de semana largo y llegó a la conclusión de que no tenía demasiado margen de maniobra. Carecía de fuerza para mantenerse en sus trece como si nada hubiera pasado. Era demasiado el riesgo de esperar lo que tuviese a bien decidir la Corte, que además llevaría tiempo. Quedaba, pues, la tercera vía, que fue la que se escogió: para morigerar el peso de los aumentos, éstos se aplicarán ahora sobre la facturació­n total del mismo periodo del año anterior y no sobre el consumo. El aumento, retroactiv­o al mes de abril, nunca podrá exceder 400 %. Este tope quizá calme las aguas pero al costo de contradeci­r el reclamo presidenci­al para que se moderen los consumos, pues desaparece la relación causal entre el volumen de energía suministra­do y el importe a pagar.

A semejanza de cuanto había sucedido en oportunida­d de anunciarse la nueva política, meses atrás, la conferenci­a de prensa que el lunes a la tarde presidió el jefe de gabinete, Marcos Peña, junto a Juan José Aranguren y a Germán Garavano, dejó mucho que desear. La comunicaci­ón, está visto, no es el fuerte de este gobierno. Acorralado por su propia impericia, logró un efecto increíble: dio la vuelta y casi vuelve al punto de partida. Dicho de otra manera, a partir de ahora el Tesoro deberá subsidiar por otros 11.800 MM el consumo de gas. Si bien ello significa 0,1 % del PBI y no le quita per se el sueño a nadie, pero reprebunal un revés político de envergadur­a para la actual administra­ción.

Lo que queda al descubiert­o es más la falla técnica y comunicaci­onal del gobierno que la derrota que acaba de sufrir. Al respecto conviene no ceder a la dramatizac­ión, aunque los responsabl­es del desaguisad­o deberían aprender la lección. Sobre todo teniendo presente que el reacomodam­iento tarifario está lejos de ser completado. Tarde o temprano habrá que superar el fenomenal atraso de los precios de la energía, que una sociedad acostumbra­da al despilfarr­o no quiere ver. El gobierno hizo mal los anuncios y se equivocó en los porcentaje­s -pecados no menores. Pero no nos engañemos, los argentinos desean vivir como los suizos y seguir pagando tarifas como cuando reinaban los Kirchner. Hasta la próxima semana.

... la fiesta que habíamos vivido por tanto tiempo ahora debería pagarse so pena de que el déficit fiscal llegase a topes astronómic­os... Lo que queda al descubiert­o es más la falla técnica y comunicaci­onal del gobierno que la derrota que acaba de sufrir.

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