TV. De la caja boba al plasma
algunas duplas periodísticas se hicieron súbitamente famosas, como la que integraron Mónica Mihanovich y Andrés Percivale. Para entonces habían desembarcado en la tele un humorista que lucía una peluca grotesca y anteojos y que tomaba en broma a los políticos: Tato Bores; un comentarista, también de gruesos anteojos, que abordaba los mismos temas, pero en clave pretendidamente seria: Bernardo Neustadt, y una diva sempiterna, Mirtha Legrand, que almorzaba con invitados especiales, mientras Susana Giménez “shockeaba” la marca del jabón que la lanzó al estrellato. Era la hora de los dibujos animados de García Ferré y las ardillitas de una marca de ginebra, de Los Campanelli, la tira que parodiaba a una típica familia argentina, y del Feliz Domingo de Silvio Soldán.
En 1974, se estatizaron los canales privados. La televisión en color llegó en 1978, poco después del Mundial de Fútbol de ese año en que nació Argentina Televisora Color (ATC) y comenzaron las transmisiones bajo la norma PAL-N. Todo el mundo se apresuró a renovar los viejos aparatos para disfrutar de la novedad. En la década de 1990, durante la gestión de Carlos Menem, se privatizaron los canales, salvo Canal 7, la televisión pública.
Desde entonces, la batalla por el rating se tornó desaforada, sobre todo en el prime time, con la irrupción de nuevas caras; a la vez que proliferaron concursos de toda índole, series posmodernas de amplia gama y transmisiones en vivo de eventos deportivos, actos políticos, catástrofes o premiaciones. Los canales de cable y la televisión satelital multiplicaron las opciones con señales para todos los gustos e intereses, y las pantallas de plasma mejoraron la calidad de imagen, ampliada aún más con la llegada del LCD, los Smart TV y aparatos inteligentes de infinitas pulgadas.
Poco quedó de aquella “caja boba” de antaño, aunque la televisión sigue catapultando personajes “todo terreno” e influyendo en la opinión pública.