Rusia, París, Cadaqués...
El nacimiento de Cécile, hija de Gala y Paul Éluard, no despertó en Gala un instinto maternal, sino todo lo opuesto: la pequeña fue cedida a sus abuelos paternos para su crianza, y Gala se iría alejando de ella de manera progresiva hasta cortar de raíz toda relación (“Ella para mí no era más que la hija de Paul”). Pero sería un viaje al pueblo español de Cadaqués en 1929 junto a Éluard y a su hija el que cambiaría por completo la vida de la rusa. Allí la pareja, junto a un grupo de amigos entre los que se encontraban René Magritte y Camille Goemans, y a los que luego se sumó Luis Buñuel, fue a instancias de su entonces esposo a conocer a Salvador Dalí, un artista que lo había impresionado sobremanera en una muestra en París. Contradiciendo al eslogan publicitario, la primera impresión de Dalí no fue lo que contó para Gala. Al contrario: los ataques histéricos de risa, la falta de higiene personal y los comentarios escatológicos de Dalí asquearon a una mujer que no veía la hora de huir de esa rudimentaria aldea de pescadores y volver a las luces parisinas. Pero una visión de la espalda de esa mujer por parte de Dalí (esa espalda que luego sería inmortalizada en cuadros como “Mi mujer desnuda contemplando su propio cuerpo transformarse en escalones, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura”) literalmente enloqueció al artista. Entonces, para mostrar un acto de surrealismo vivo, se presentó ante sus invitados con unos pantalones