La Voz del Interior

Jardinero del paraíso

Es jubilado, pero no deja su pasión: sigue siendo quien cuida cada planta y cada flor en los espacios públicos de La Cumbrecita, uno de los pueblos más pintoresco­s de Córdoba.

- Carina Mongi Correspons­alía

El clavel que se levanta de la tierra, en un fragmento de su patio sin fronteras, nació del gajo de una flor que plantó y que se había llevado de un velorio.

El pequeño duraznero, que ya exhibe frutos, creció de un carozo de una fruta que compró en un supermerca­do.

Orlando Giménez, con 76 años, no da ni un paso sin exhalar la gran pasión que heredó de su padre. Comenzó a los 16 con el desmalezad­o de jardines y de ahí pasó al cuidado de las plantas. Nunca tuvo otro oficio. Para él, el mejor del mundo.

Es el jardinero de la comuna de La Cumbrecita y poco le importa estar jubilado: sigue trabajando cada día. “Me gusta el trabajo, me encanta lo que hago, y me sirve para aprender muchas cosas”, dice este aprendiz eterno e incan- sable, con una curiosidad infinita. Su trabajo le permite charlar con la gente –vecinos y turistas– de la que también se nutre con consultas y consejos.

De lunes a viernes, recorre de a pie los más de tres kilómetros que separan su casita ubicada en un bajo entre las sierras del centro del pueblo peatonal, en lo alto del valle de Calamuchit­a. De contextura delgada y ágil, no se agita ni cuando trepa entre las piedras o salta los arroyos.

De sonrisa amplia y ojos tan claros como rasgados, Orlando desafía el conocimien­to académico y dispara que él no aprendió “por fotocopias o repitiendo lecciones”. Su camino fue el ensayo y el error, experienci­a en estado puro. Lo mandaron a la escuela a los 11 y apenas concluyó segundo grado. El cuidado de los animales, en el marco de un hogar rural y

humilde, no le dejaba tiempo.

Hoy, sostiene que seguir en actividad lo ayuda a “despertar” la vejez. “Hay que explicarle a la gente que de aprender no se termina jamás, así sea uno muy viejito”, asegura.

Su lugar en el mundo

“Al mar fui una vez, pero no me gustó, es muy bravo, me quedo con esta tranquilid­ad”, apunta sobre su espacio vital entre los cerros de La Cumbrecita, a 1.400 metros de altura. Orlando nació aquí, en su lugar en el mundo, y las pocas veces que se asomó a otro sitio corroboró que no podía estar mejor que en su pueblo serrano inundado de árboles.

No le quedó buen sabor de la única vez que viajó a Buenos Aires, la gran ciudad. Luego conoció el océano en las costas de Mar del Plata, unos años atrás, con su mujer y un contingent­e. “Se la regalo a la ciudad, los compadezco estar así encerrados entre cuatro paredes”, comenta.

El hombre no deja de hablar de plantas, mientras su mujer Yolanda –20 años menor– ceba mates dulzones e invita con pan con manteca y dulce casero. Orlando tiene esperanzas de que Victoria (19) tome la posta de su pasión. Asegura que la relación con esa hija menor, que llegó ya en su madurez, lo ayuda a mantenerse jovial. En el recorrido por su jardín, Orlando muestra orgulloso un romero potente, que nació de un pequeño gajo. “Antes creía que mientras más grande era el gajo, más fuerte crecía la planta, pero es al revés”, explica.

El cerezo “enyesado”

“La mano que tiene Orlando con las plantas es increíble”, dispara Daniel López, jefe comunal de La Cumbrecita. Encadena varias anécdotas que tienen al jardinero como protagonis­ta. Como la del cerezo pegado al puente: años atrás, el árbol quedó prácticame­nte partido en dos, cuando lo embistió un camión. Estaban a punto de sacarlo, pero Orlando se opuso.

“Le colocó unos palos e hizo un envoltorio, tipo yeso, con unas bolsas de harina mojadas con agua, atadas con sogas”, comenta López. Al mes, comenzó a revivir. El árbol ya creció varios metros más y cada primavera vuelve a florecer.

El jefe comunal recordó cuando lo encontró muy temprano observando unas flores: buscaba el método para lograr otros colores de dalias, que en La Cumbrecita eran rojas y blancas: “Experiment­ó y, mezclando bulbos, lo logró. Ahora también hay amarillas, naranjas y bordó por el pueblo”.

“AL MAR FUI UNA SOLA VEZ, PERO NO ME GUSTÓ. ES MUY BRAVO, PREFIERO ESTA TRANQUILID­AD”, APUNTA EL HOMBRE DE 76 AÑOS.

ORLANDO DICE QUE SIGUE APRENDIEND­O. POR EJEMPLO, HACE 10 AÑOS MEJORÓ EL MODO DE TRASPLANTE DE ÁRBOLES AÑOSOS.

 ?? ( LA VOZ) ??
( LA VOZ)
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina