La felicidad en los tiempos de crisis
Según el trazo de la maravillosa pluma del colombiano Gabriel García Márquez, fue posible El amor en los tiempos del cólera; frente a la situación social, económica y política argentina, ¿será factible “la felicidad en los tiempos de crisis”?
De acuerdo con los últimos estudios de opinión, los argentinos en general –y en particular los mayores de 50, que soportaron las recurrentes crisis a las cuales nos tiene acostumbrado nuestro país– están angustiados y observan el futuro con pesimismo y preocupación.
Ante la incertidumbre, hay un lógico temor a perder lo que se ha logrado a lo largo de la vida, un trabajo estable y un patrimonio familiar construido con esfuerzo.
El Gobierno nacional tomó nota y lanzó una profusa campaña publicitaria en todos los medios, instando a recuperar el optimismo ciudadano, “asegurando” que las penurias presentes a las que estamos sometidos garantizan un futuro venturoso; el lema es: “Estamos haciendo lo que hay que hacer”.
Lamentablemente, si este mensaje no tiene su correlato con lo que se percibe en la realidad, se genera más desorientación y queda como un rosario de buenas intenciones pero sin efectividad práctica, porque hay personas de determinada franja etaria que no pueden seguir esperando que llegue el futuro.
¿Sentimientos medibles? ¿Somos felices los argentinos? ¿Cómo se puede paliar el desasosiego? Para responder estos interrogantes, debemos reflexionar sobre qué se entiende por “felicidad”; cuánto hay en ella de recompensa externa y cuánto de satisfacción interna, cuánto de material y cuánto de espiritual, y si hay una forma objetiva para mensurarla.
Esto mismo se preguntó Naciones Unidas, y tras seleccionar distintos factores decidió publicar a partir de 2012 un Índice de Felicidad para los países que la integran.
Según el último reporte de 2018, Finlandia encabeza la tabla y la siguen Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza. ¿Qué tienen en común estos países? Porcentajes altísimos de lo que se consideran las seis variables clave para el bienestar social: ingresos que permiten comodidad; aumento en la esperanza de vida, no sólo vista desde el número de los años, sino también de la salubridad de estos; apoyo social de las organizaciones no gubernamentales; amplias libertades individuales; confianza en el prójimo, y generosidad ante la necesidad.
Quizá una expresión más integradora sería “bienestar emocional percibido”, y a pesar de las inclemencias climáticas que enfrentan, los países con mayor índice son los nórdicos.
Las razones tienen que ver con la cantidad de cosas aseguradas que tienen al nacer, lo que los aleja de temores e incertidumbre y los acerca a un disfrute más pleno de la vida y de los momentos de ocio.
Según el índice de la ONU, Argentina está en el puesto 29 entre 155 países. Si de verdad fuera así, no estaríamos tan mal. La razón principal esgrimida para integrar el top 30 es que disponemos de una red social “no virtual”, de carne y hueso, que nos sostiene a través del afecto y de las relaciones personales. Por el bienestar
Richard Davidson, experto en neurociencia afectiva, entiende que hay una serie de factores psicológicos directos que afectan nuestro nivel de felicidad y satisfacción, como la resiliencia, las emociones positivas, la atención refinada, la introspección, la generosidad, la empatía, el altruismo y el cuidado de los demás.
Por ende, a juicio del especialista, la felicidad depende de habilidades emocionales subjetivas que se pueden “cultivar” mediante incentivos y que tienen un efecto multiplicador.
Como la etimología de “cultura” proviene de “cultivo”, todo complejo cultural que incluya mayor conocimiento, el amor a las artes, la tolerancia frente a las diferentes creencias, el respeto a la ley, la salud moral, las buenas costumbres y todos los hábitos y habilidades adquiridos por el hombre, no sólo en la familia sino también como integrante de la sociedad, serían parte y potenciarían lo que llamamos felicidad.
En épocas de crisis tan complejas como la que enfrenta nuestro país, donde quedó explicitada en los hechos la fuerte degradación moral y la restricción presupuestaria “sugerida” por el Fondo Monetario Internacional, el Estado debe garantizar los recursos necesarios para sostener actividades artísticas, culturales y deportivas, como un modo de mitigar los efectos de las externalidades negativas, mejorando la sensación general de bienestar.
En este rubro, no debería haber limitaciones, para descomprimir en alguna medida el mal humor social mientras transcurre el proceso recesivo. Alex Rovira sostiene que “el hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos. Cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad”.
Sin dudas que no es una solución definitiva, pero ante tanta mala praxis política acumulada en años de decadencia, la cultura y un buen aprovechamiento del tiempo de ocio actúan como un bálsamo que, si bien no cura, entretiene y se transforma en una caricia para el alma.
* Docente de la UNC y la UCC