Quo vadis Brasil?: Bolsonaro se comprometió con abrir la economía siguiendo el modelo chileno. Falta ver si actuará como Piñera o como Pinochet. Por Claudio Fantini.
Bolsonaro se comprometió con abrir la economía siguiendo el modelo chileno. Falta ver si actuará como Piñera o como Pinochet.
Cómo será quien ocupe el Palacio o del Planalto desde el 1 de enero, es un enigma más grande que el mismísimo Brasil. La inquietante pregunta que surgió de las urnas y recorre la región. Está claro que convertirá ese país en una economía abierta, siguiendo el modelo chileno. Es el primer cambio de posisición de un dirigente que siempre había sostenido nido posturas cercanas al estatismo, muy en línea con la reivindicación de una dictadura militar que no fue precisamente neoliberal, sino de corte desarrollista.
Bolsonaro se abrazó al economista ortodoxo Paulo Guedes, no por identificarse con los lineamientos de la Escuela de Chicago, con los que nunca había comulgado, sino para disipar los resquemores y desconfianzas con que lo miraban los mercados. La incógnita sobre la economía parece, de momento, respondida. Brasil seguirá el modelo chileno. Lo que falta saber es si Bolsonaro se inspirará en Sebastián Piñera o en Pinochet. Si se inspira en el actual presidente chileno, un respetable y equilibrado liberal de centroderecha con indudable vocación democrática, el riesgo de que Brasil se hunda en un chavismo de ultraderecha habrá quedado conjurado. En este caso, el cambio político del presidente electo sería más importante aún que el giro económico que dio en la antesala de las urnas para conquistar el amor de los mercados. Aunque, por cierto, sería una simulación. Está claro que, por su naturaleza, Bolsonaro se identifica con Pinochet. Por eso, la pregunta clave es si al Brasil lo va a gobernar el verdadero Bolsonaro, o si los mercados le impondrán también una metamorfosis hacia la racionalidad y el pluralismo. Básicamente,
hay dos posibilidades. Una, que el presidente Bolsonaro sea una continuidad lineal del capitán y del legislador que lo antecedieron. La otra es que el presidente sea un Bolsonaro nuevo y sin rasgos del personaje violento, vulgar y grotesco que cobró notoriedad gracias a su incontinencia barbárica.
La gran duda es si en el sillón presidencial se sentará el candidato extremista que afirmó que “las minorías tienen que arrodillarse ante la mayoría”, o se sentará el mandatario electo que se comprometió a defender la Constitución, la democracia y las libertades.
Si el nuevo presidente es una continuidad lineal del oficial y del diputado, el futuro de Brasil y la región es oscuro. En definitiva, su notoriedad no se debe a que se haya lucido como militar o como legislador.
Un informe de sus oficiales superiores en el Ejército lo describió como alguien carente de “racionalidad, lógica y equilibrio”, mientras que otros informes militares le atribuyen responsabilidad por atentados explosivos en cuarteles, en el marco de un reclamo salarial de la oficialidad de bajo rango. Quizá eso explique por qué dejó el ejército tan pronto y apenas como capitán. En términos reales, Bolsonaro es más militarista que mi-
litar. También hay más sombras que luces en esa larga trayectoria legislativa en la que cobró notoriedad por su violencia ideológica y verbal, y no por las leyes que haya redactado. Su producción legislativa es ínfima e insignificante, a pesar de las casi tres largas décadas que lleva calentando bancas.
Lo que le dio notoriedad fue la kilométrica lista de barbaridades dichas desde que inició su vida pública. Pronunciamientos horribles por su carga de violencia y desprecio tenían repercusión en los medios y lo hicieron conocer entre los políticos brasileños. Si el presidente Bolsonaro es una continuidad lineal del legislador, entonces Brasil habría dado en las urnas un paso hacia la guerra civil o, como poco, hacia la violencia política desmadrada.
Siel hombre que ingresa al Planalto sigue siendo el que ha sido hasta ahora, a las tomas de fincas improductivas por parte de los Sin Tierra se las frenará con masacres; la tortura resultará válida en la lucha contra la delincuencia y habría energúmenos linchando homosexuales además de segregación contra indígenas y negros.
El proceso para tapar el oscuro pasado de Bolsonaro, además de resaltar grandes oportunidades económicas y de describir a Haddad y al PT como si fueran Pol Pot y el Khemer Rouge, hablan de los millones de negros y pobres que lo votaron. Muchos de los pobres y los afrobrasileños que lo votaron no lo hicieron por pobres y por afroamericanos, sino por ser miembros de las poderosas y oscurantistas iglesias evangélicas que lo ayudaron a llegar al poder.
Otros muchos por vivir en las zonas más asoladas por la criminal violencia de la delincuencia y los narcos.
Ahora bien, si el presidente es diferente al Bolsonaro conocido, la ley se impondría con firmeza pero sin criminalizar las fuerzas de seguridad, o sea sin represión que vaya más allá del Estado de Derecho. También habrá un nuevo discurso, que no agraviará ni atacará a nadie, ni producirá involuciones en el terreno de las diversidades racial y sexual.
El Bolsonaro que quiere “minorías arrodilladas” desataría persecuciones políticas y culturales que tendrían réplicas en los países vecinos, mientras que el Bolsonaro que prometió “defender la Constitución y la democracia”, mantendría el pluralismo y la diversidad defraudando a sus votantes ultraconservadores que se entusiasmaron con la posibilidad de hacer pogromos contra lo que consideren sexual, racial y políticamente impuro.
Los ultraconservadores son el voto informado y consiente a Bolsonaro (sólo una parte del río de sufragios que lo llevó al triunfo). Un voto que surge de sentimientos supremacistas y odios viscerales.
La pregunta es si una probable moderación que convierta al capitán ultraderechista en un presidente de todos los ciudadanos y no de los blancos, conservadores, religiosos y heterosexuales, podrá detener la violencia supremacista que se siente autorizada a exteriorizarse en toda la región, debido al triunfo aplastante del discurso que aborrece la democracia liberal porque no tolera el pluralismo ni la diversidad.
Si bien en la presidencia puede cambiar, quienes hoy quieren ver en Bolsonaro grandezas que jamás mostró son el equivalente en esa vereda de lo que son los defensores de Nicolás Maduro en la vereda opuesta.
Así como cambió su posición económica (siempre había apoyado la visión más desarrollista que libremercadista del régimen militar), también es posible que cambie en lo político.
Además del desarrollo que podría traer al Brasil, virar hacia una economía abierta siguiendo el modelo chileno podría poner bajo control los instintos autoritarios y violentos de Bolsonaro. Será así si desecha gobernar como Pinochet para imitar el modelo que encarna Sebastián Piñera; un centroderechista prestigioso y claramente democrático como su máxima referente: la imponente Angela Dorothea Merkel.