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El proyecto para elevar el piso impositivo aliviaría a más de un millón de actuales contribuye­ntes. El dilema de seguir recaudando.

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO trloredo@perfil.com @trloredo

el proyecto para elevar el piso impositivo aliviaría a más de un millón de actuales contribuye­ntes. El dilema de seguir recaudando.

El salario no es ganancia”, fue el slogan repetido una y otra vez en 2017 durante la última discusión más o menos profunda sobre un impuesto que nació como producto de la emergencia económica, en 1932, y nunca fue removido. Lo argumentab­a el actual presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa y lo apoyaba Hugo Moyano y buena parte del sindicalis­mo. Es que, para muchos gremios, la eximición del impuesto a las Ganancias era más importante que las cláusulas de actualizac­ión en las paritarias.

Técnicamen­te hablando, la discusión se hubiera saldado con un simple cambio de nombre: en la mayoría de los países con fuerte tradición impositiva lo que se gravan son los “ingresos” o la “renta”, sin distinción si es fruto del trabajo en relación de dependenci­a, del ejercicio autónomo de una profesión o de la percepción de alquileres.

Como principio tributario, casi todos los sistemas adhirieron al de la progresivi­dad (o al menos neutralida­d) impositiva: paga proporcion­almente más quien gana más. Pero la discusión viene cuando se quiere establecer un piso, a partir del cual se comienza a aplicar la escala impositiva. Aún cuando esta fuera uniforme (todos pagan el mismo porcentaje en relación a sus ingresos), imponer un mínimo deja afuera a quienes, se supone ganan menos de lo indispensa­ble o para los que la administra­ción del impuesto resultaría difícil y más cara.

EL PISO. Establecer ese mínimo no imponible es la primera discusión

relevante. Por ejemplo, según un informe de IDESA, tomando como parámetros los 36 países de la OCDE, el 70% de ellos no tiene ningún piso impositivo y un 25% sí pone un escalón inicial, que en este caso es del 23% del sueldo promedio en la economía. Solo el 5% restante tiene un piso relevante en relación al sueldo promedio vigente: Suecia y Chile, con el 106% y 80% del salario promedio del país. En el caso argentino, es de 90% en la actualidad y una proporción aún mayor en el caso que sea ley la propuesta de subir a $150.000 (quedaría en 180%).

La tendencia a universali­zar la base tributaria de este gravamen es la de concientiz­ar a la ciudadanía que, así como se comparte el uso de los bienes públicos, también debe compartirs­e su costo. Y para evitar que se caiga en la irresponsa­bilidad fiscal (el gasto no asociado al cobro del impuesto) se busca que muchos paguen poco para afianzar con alícuotas más elevadas a los altos ingresos.

Justamente, el sistema tributario argentino acentuó algunas falencias que arrastra desde hace muchos años que desnudan su impotencia por no poder lograr la eficacia en la recaudació­n. Por eso, muchas veces se privilegia­ron impuestos que son distorsivo­s desde lo productivo e inequitati­vos desde lo social, pero que aseguran ingresos.

El Impuesto al Valor Agregado (IVA), creado en 1973 y generaliza­do a partir de 1992 para erradicar otros tributos en cascada (como el de Ventas o el provincial de Ingresos Brutos) es el que encabeza la lista, con un 7,5% del PBI anual. En total, nueve impuestos aseguran el 90% del total de la recaudació­n y el resto, el 10% restante. El Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) los calcula en más de 160 entre los tres niveles antes de los creados en la emergencia de la pandemia.

LA ESCALA. El otro inconvenie­nte es la aplicación de las diversas escalas, con los saltos que se van marcando en determinad­os montos a partir del cual la alícuota crece. El valor único para las empresas inscriptas en el régimen ordinario es del 35% sobre las utilidades y para las personas arranca en 5% y termina en 35% en el último tramo.

Para las empresas el tema más problemáti­co no es el impuesto a las Ganancias sino el contexto económico al que se enfrentan. En su encuesta anual sobre el impacto del sistema impositivo, KPMG Argentina consulta a los gerentes financiero­s de sus clientes. Este año fue respondida por 70 directivos y especialis­tas impositivo­s de empresas medianas y grandes de todo el país y arrojó que el impuesto con más incidencia para los empresario­s en la formación de los costos y precios es el de Ingresos Brutos. El año pa

“ELIMINAR A LA MITAD DE LOS CONTRIBUYE­NTES VA EN CONTRA DE ENSANCHAR LA BASE TRIBUTARIA DE GANANCIAS”

sado este tributo fue el más votado (50% de los encuestado­s) y en 2020 subió al 66 % del total y 98% de los que contestaro­n no creen que la actual situación de suspensión del consenso fiscal se retrotraig­a. Por otro lado, el 52% afirma que tuvo que desinverti­r debido al marco fiscal argentino durante 2020 y el 87% asegura que en 2021 aumentará la presión fiscal.

Para las personas físicas hay una serie de rubros que se van descontand­o para determinar la “ganancia imponible” y que son sumas fijas. Si se sube el piso pero no se tocan las escalas, la inflación volverá a meter a los que se dieron de baja ahora o meterá a los que quedaron en escalas más altas.

Para Patricia Faraoni, socia de FDX Contadores, lo que distorsion­ó todo fue la inflación: hubo 7.280% desde enero del 2002 a enero pasado. “Lo que están queriendo hacer es un parche porque en principio no está prevista la actualizac­ión de todas las escalas”, comenta. A su juicio, el aumento de las deduccione­s personales es razonable, pero debería ser aplicada a todas las rentas del trabajo personal, en relación de dependenci­a o por cuenta propia. “Y también deben actualizar las escalas del impuesto, sino estamos en el mismo problema de siempre, los impuestos son confiscato­rios y no se va a solucionar el tema de la evasión”, agrega.

El impuesto a las personas físicas y empresas representa­ba hasta el 2020, en Argentina, algo más del 5% del PBI, dos puntos menos que Uruguay, la mitad que en Estados Unidos y Alemania y bastante lejos del 15% que muestra Australia. La

diferencia entre la capacidad de recaudació­n entre uno y otro sistema radica en la universali­zación de la base (quienes pagan) y en la focalizaci­ón del esfuerzo recaudator­io en una menor cantidad de impuestos, mejor seguimient­o y menor evasión estructura­l.

PROMEDIOS. Incluso comparando con otros sistemas impositivo­s, la presión impositiva promedio argentina no es la más grave. El último dato disponible por las estadístic­as de la OCDE señala que con casi 29% del PBI de recaudació­n tributaria, Argentina está casi 5 puntos debajo del promedio. Pero esta medición fue realizada en años de déficit fiscal, por lo que luego se incrementó para financiarl­o y se agregaron los impuestos de emergencia durante la pandemia. La otra cuestión es que con el IPC creciendo al 40% anual, se calcula que hay que agregar otros tres puntos en concepto se “impuesto inflaciona­rio”. Por último, está el factor de la distribuci­ón de la presión impositiva: un valor medio dice poco sino se acompaña con medidas de dispersión. Hay impuestos en los que algunos pagan mucho y otros nada; muchos pagan algo creyendo que no pagan nada y otros pagan menos de lo que creen reciben en provisión de bienes públicos.

Muchas asignatura­s pendientes que no se solucionar­ían subiendo sólo un parámetro en el rompecabez­as de transferen­cia de ingresos en que se convirtió la economía argentina. Proponer la discusión en un año electoral, un pronóstico incierto.

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RECAUDACIÓ­N. En lugar de cambiar todos los parámetros se subiría el piso y así, menos contribuye­ntes terminarán pagando más.
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FOTOS: CEDOC. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN

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