Perfil Cordoba

Un acto de fe

- LAURA ISOLA

A mediados de los años 80 del siglo XIX, James Tissot unió el arte a su fe católica. Había sido criado en ese ambiente devoto, sobre todo, por la madre. Ella diseñaba sombreros en Nantes en la empresa familiar. Marcel Tissot, su padre, era dueño de una casa de ropa. Desde niño, cuando todavía era Jacques, quiso ser pintor, algo a lo que su progenitor se opuso. Quería que siguiera con el negocio. La madre, en cambio, fue su aliada.

Se fue París a estudiar y allí se cambió el nombre por el de James, dado su interés por todo lo que fuera inglés. Tanto que, por fin, fue a Inglaterra, donde trabajó y se reunió con Monet y Pissarro, entre otros pintores franceses que emigraron durante la guerra franco-prusiana. En realidad, primero peleó en ella y en 1871 recién partió. Allí se hizo ilustrador para revistas de moda. De hecho, esta parte de su carrera está conectada con el desarrollo de un estilo muy personal en la realizació­n de vestidos y accesorios de mujeres de la vida mundana. Su ambiente un tanto frívolo fue descripto por Edmond de Goncourt, el incisivo crítico de arte que fue su contemporá­neo, con apenas la siguiente frase: “Siempre había champagne bien frío en la sala de espera de su estudio”.

Pero la contraofen­siva católica al laicismo de la Tercera República, se intuye, lo hizo tomar partido por lo primero y se dedicó hasta su muerte a pintar escenas de la Biblia. Con estas pinturas no sólo decoró la imaginació­n de esa fe sino que se alejó de cualquier tendencia impresioni­sta. Con delicado realismo representó muchas de las escenas del Antiguo Testamento y la vida de Cristo para que las veamos tanto la tierra como en el cielo.

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MUSICA.

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