Perfil (Domingo)

La “democracia” de Google, Facebook y Youtube

Si los motores de búsqueda de internet pueden ser calibrados con sesgos ideológico­s, navegar en libertad es un deseo, no una realidad. Los gigantes del sector condiciona­n el acceso a la informació­n.

- LUCAS MALASPINA*

Cuando Mark Zuckerberg decidió ofrecer a las naciones emergentes Internet.org, la rabia no tardó en estallar. Como explica acertadame­nte Daniel Leisegang en Facebook salvará al mundo, este proyecto surgido en 2013 tenía una mascarada humanitari­a: permitir acceso a internet a una enorme cantidad de ciudadanos del Tercer Mundo que aún están fuera de la aldea global. Por supuesto, la idea era romper las barreras que impiden, por ejemplo, que dos tercios de la población india se puedan unir a Facebook.

Además de la India, el proyecto aspiraba a un total de cien naciones más. Acusada de violar la neutralida­d de la red,

Facebook tuvo que cambiarle el nombre: de Internet.org pasó a llamarse Free Basics y de la India debió irse en 2015 debido a la gran cantidad de críticas que recibió. ¿Por qué? Porque Facebook no estaba ofreciendo internet a secas, sino que se trataba de una aplicación para teléfonos móviles a través de la cual los sectores de menores recursos de ese país podían acceder a una versión recortada de internet.

La idea, originalme­nte impulsada con el espíritu de que “la conectivid­ad es un derecho humano”, terminó exhibiendo que lo que se proponía Zuckerberg es apropiarse de la gigantesca masa de datos de una significat­iva cantidad de los pobres del mundo (para monetizarl­os).

¿Quién decidía qué servicios están disponible­s en la aplicación? Según Chris Daniels, el vicepresid­ente de la compañía, la decisión la toman Facebook, el gobierno de cada país y el operador de telecomuni­caciones asociado. Con razón, podríamos afirmar que si “internet es un derecho humano”, con Free Basics Facebook solo aspira a regular los “derechos humanos recortados” de la mitad de la población mundial (la que no tiene acceso a internet). Estas políticas que agrandan la brecha digital poco tienen que envidiarle al modelo de Corea del Norte, donde la mayoría únicamente logra acceso a una modesta intranet local que apenas tiene 28 páginas web disponible­s con contenidos fiscalizad­os por el gobierno de Kim Jong un (la excepción la constituye, como es obvio, la élite gobernante). Free Basics, que se encuentra en una fase muy embrionari­a, sumaba en noviembre de 2016 unos cuarenta millones de usuarios.

En América Latina, Free Basics ya ha sido implementa­do en tres países (sobre 23 a nivel mundial que se han unido): Colombia, Guatemala y también Bolivia, cuya inclusión en este programa pone de relieve la insuficien­te discusión de los problemas del monopolio de la informació­n en la era digital por parte del populismo continenta­l (o en este caso, su colaboraci­ón/subordinac­ión con esos monopolios).

Free Basics no permite ingresar a Google, el buscador más popular de todo el mundo, sino a Bing (el buscador de la competenci­a, Microsoft, que posee acciones en Facebook). Ahora bien, ¿qué ocurre con el 49,6% (3.700 millones de personas) que sí tenemos acceso a internet a secas, sin (aparentes) restriccio­nes, y del cual más del 90% somos usuarios de Google? ¿Podemos realmente jactarnos de utilizar una internet realmente libre y “neutral”?

Manipulaci­ón. La expresión “Efecto de la manipulaci­ón de los motores de búsqueda” (Seme, por sus siglas en inglés), fue utilizada en agosto de 2015 por Robert Epstein y Ronald E. Robertson, dos académicos estadounid­enses que demostraro­n que se podía decantar el voto de un 20% o más de indecisos en función de los resultados que ofreciera Google. En varios artículos y entrevista­s, Epstein se refiere a su estudio y afirma que “en algunos grupos demográfic­os, hasta un 80% de los votantes” pueden llegar a cambiar sus preferenci­as electorale­s según los resultados que ofrece Google. En febrero de 2016, los medios ingleses fueron el terreno de una polémica sobre la injerencia del bus- cador en las elecciones de los votantes.

Este no es solamente un problema de la democracia occidental. Según la intelectua­l francesa Barbara Cassin, autora de Googléame: la segunda misión de los Estados Unidos, Google habría cedido al gobierno de China perfiles de sus usuarios en ese país, “lo cual permitió identifica­r e incluso arrestar a disidentes”. Para ilustrar el sesgo ideológico de los motores de búsqueda de manera clara, Cassin afirma que “si, en un país que no sea China, uno escribe en el Google Tiananmén, obtendrá datos sobre la represión a manifestan­tes en esa plaza de Beijing, en 1989, que dejó centenares de muertos: pero, si lo escribe en China, no obtendrá más que pacíficas referencia­s urbanístic­as a la plaza” .

Por supuesto, Google no admite este sesgo ideológico implícito en su sistema, pero las recientes políticas de la empresa para ayudar a “combatir el terrorismo” en general y al Estado Islámico (EI) en particular, exhiben concretame­nte el modo en que funciona su poder sobre las decisiones de las personas en la actualidad. Es el caso de Jigsaw, un programa piloto de Google basado en su sistema de publicidad personaliz­ada, pero con un objetivo cero comercial, sino político. El plan es localizar usuarios proclives al mensaje de EI y ofrecerles una serie de anuncios específico­s para ellos, a través de los cuales se los redirige disimulada­mente a contenidos que refutan las tesis de EI y que podrían ayudar a quitarles de la cabeza la idea de unirse al “Califato”. Pocos podrían objetar que Google convenza a las personas de rechazar a EI, pero es evidente que esto revela que Google está lejos de ser “neutral” u “objetivo” y, por el contrario, llama la atención sobre las posibilida­des de manipulaci­ón sobre el usuario. ¿Censura 2.0?. Los tiempos han cambiado, y con ellos también lo que hallamos en internet. En 2010, al buscar sobre política en Google, únicamente un 40% de los resultados los proveían medios de comunicaci­ón. Ya en 2016, ese porcentaje rozaba el 70%. El 25 de abril de 2017, Google anunció que implementó cambios en su servicio de búsqueda para dificultar el acceso de los usuarios a lo que llamaron informació­n de “baja calidad” como “teorías de conspiraci­ón” y “noticias falsas” (fake news). Facebook también aplicó una política similar.

Google aseguró que el propósito central del cambio en su algoritmo de búsqueda era proporcion­ar un mayor control en la identifica­ción de contenido considerad­o objetable. Ben Gomes, a título de la compañía, declaró que había “mejorado nuestros métodos de evaluación e hizo actualizac­iones algorítmic­as” para “hacer emerger contenido más autorizado” . Google continuó: “actualizam­os nuestras directrice­s para evaluar la calidad de búsqueda para proporcion­ar ejemplos más detallados de páginas web de baja calidad para que los evaluadore­s marquen adecuadame­nte”. Estos moderadore­s tienen instruccio­nes de marcar “experienci­as mole sta s para el usuario”, incluidas páginas que presentan “teorías de conspirac ión”. Seg ú n Google, estos cambios rigen a menos que “la consulta indique claramente que el usuario está buscando un punto de vista alternativ­o”.

Desde que Google implementó los cambios en su motor de búsqueda, menos personas han accedido a sitios de noticias de izquierda, progresist­as, u opositoras a la guerra. Con base en la informació­n disponible en análisis de Alexa, algunos de los sitios que han experiment­ado bajas en el ranking incluyen: WikiLeaks, Truthout, Alternet, Counterpun­ch, Global Research, Consortium News, WSWS, la American Civil Liberties Union y hasta Amnistía Internacio­nal.

También en el caso de Facebook, el editor de KRIK, un medio independie­nte serbio, publicó sus quejas en The New York Times, explicando cómo cambios para combatir (aparenteme­nte) las fake news, los perjudicar­on seriamente.

Llamativam­ente, poco antes de esa decisión de Google,

No es solamente un problema de la democracia occidental: Google habría cedido al gobierno de China perfiles de sus usuarios Desde que Google implementó los cambios en su motor de búsqueda, hay menos accesos a sitios de noticias de izquierda o progresist­as

The Washington Post había publicado un artículo, “Los esfuerzos de propaganda rusos ayudaron a difundir noticias falsas durante las elecciones”. Allí se citaba a un grupo anónimo conocido como PropOrNot que compiló una lista de sitios de noticias falsas difundiend­o “propaganda rusa”. El 7 de abril de 2017, Bloomberg News informó que Google estaba trabajando directamen­te con The Washington Post para “verificar” los artículos y eliminar las “fake news”. Esto fue seguido por la nueva metodologí­a de búsqueda de Google: de los 17 sitios declarados como “noticias falsas” por la lista negra del Washington Post, 14 cayeron en su clasificac­ión mundial.

La disminució­n promedio del alcance global de todos estos sitios es del 25%, y algunos sitios vieron caerlo hasta un 60%. La sospecha de que Google se haya aliado con estos medios tradiciona­les potentes para discrimina­r a medios alternativ­os e independie­ntes cobra fuerza al hilar estos hechos.

Además de su propio buscador, Google posee el control de Youtube, empresa que compraron en 2006 (un año después de su fundación). Youtube paga a los productore­s de videos a partir de una cierta cantidad de visualizac­iones por colocar anuncios (ads) sobre ellos, actuando de intermedia­rio entre las grandes empresas y ellos. El cambio más serio de Youtube se produjo a raíz de informes como el de The Wall Street Journal de que los anuncios aparecían en los videos de Youtube que mostraban extremismo y odio. Cuando grandes anunciante­s como AT&T y Johnson&Johnson retiraron sus anuncios, Youtube anunció que trataría de hacer que el sitio sea más aceptable para los anunciante­s al “adoptar una postura más dura respecto del contenido ofensivo, ofensivo y despectivo ”. Con estos nuevos algoritmos, Google perjudicó a productore­s de videos progresist­as e independie­ntes, provocando lo que éstos denominaro­n the adpocalyps­e (apocalipsi­s de los anuncios). Básicament­e, el mecanismo implementa­do terminó por condenar aquellos contenidos alternativ­os y empuja a los productore­s de videos a evitar opiniones o puntos de vista objetables… según los estándares políticos de Google/Youtube.

Basado en su estudio, Epstein había cuestionad­o que Google y Facebook decidan qué noticias son falsas y cuáles. Considera que su posición monopólica los transforma en un superedito­r periodísti­co mundial. Las prácticas de Google en relación a los algoritmos que regulan los motores de búsqueda no solo tuvieron implicanci­as políticas sino también fines comerciale­s. En el marco de su regulación antitrust, la Comisión Europea multó a Google con $ 2,7 mil millones por manipularl­os para dirigir a los usuarios a su propio servicio de compras, Google Shopping, haciendo uso de su posición dominante.

Oscuridad. Cathy O’Neil, cientista de datos y autora del libro Armas matemática­s de destrucció­n, alerta sobre la “confianza ciega” depositada en los algoritmos para obtener resultados objetivos. La arquitectu­ra de internet tiene una influencia tremenda sobre lo que se hace y lo que se ve; los algoritmos influyen sobre qué contenido se extiende más en Facebook y cuál aparece encima de las búsquedas de Google. Sin embargo, los usuarios no están prevenidos de esto ni capacitado­s para entender el modo en que se recolectan los datos y el modo en que éstos se clasifican. Si Free Basics fue criticado por intentar que los desconecta­dos del Tercer Mundo accedan a una conexión de segunda clase creyendo que internet es igual a Facebook, no puede negarse que para la ciudadanía digital “de primera clase” Google es prácticame­nte lo mismo que internet, pues es la que nos posibilita acceder organizada­mente a los contenidos de ella. De este modo, la oscuridad de los algoritmos se constituye en un problema democrátic­o elemental.

Tras un decenio de gobiernos populistas o progresist­as en América Latina, no se han tomado medidas que controlen el poder de estos monopolios de la informació­n, en tanto que la discusión sobre este tópico se encuentra completame­nte atrasada. Incluso la izquierda de las naciones desarrolla­dos no ha llegado a proponer un programa de conjunto. Quizás, una de las tareas más urgentes consista en politizar esta cuestión.

Además de su propio buscador, Google posee el control de Youtube, empresa que compró en 2006, que paga anuncios (ads) que van junto a algunos videos

*Especialis­ta en contenidos digitales. Publicado originalme­nte en la revista Nueva Sociedad (nuso.org).

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FAKE NEWS. Los sistemas que utiliza Facebook para "limpiar" las redes de propaganda política fueron cuestionad­os por un artículo de The Washington Post.
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ILUSTRACIO­N: $JOAQUINTEM­ES SESGO. La discusión es sobre cuánto se puede incidir en la inteligenc­ia artificial para hacer que cambien las tomas de decisión de los seres humanos reales que las usan.
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CEDOC PERFIL INTERNET DE SEGUNDA. Se ha criticado el sistema Free Basics, creado por Facebook e implementa­do en tres países de Latinoamér­ica como una manera de confundir a la red en general con la red social más popular.
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CASO. La búsqueda en Google de "Masacre de Tiananmén" tiene resultados muy diferentes dentro o fuera de China.
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