Salir de la mediocridad para enfrentar el arte absoluto
Marina Otero grita, soporta baldazos de agua, se golpea desnuda contra el piso, se encierra dentro de una bolsa de consorcio… Todo, para mostrar su inmensa debilidad y demostrar que su historia, como la de todos los seres humanos, es insulsa, pese a los esfuerzos por evitarlo y conseguir algo de sabor y emoción. La única salida para soportar el absurdo existencial es (re)inventarse, ser indefinidamente un otro. En Recordar 30 años para vivir 65 minutos, Otero hace de su vida su obra –y sospechamos que su obra es su vida–. De allí que la actriz, bailarina, dramaturga, videasta y directora –la misma que no se reconoce ni como actriz, bailarina, dramaturga, videasta ni directora– se erige como una artista total.
Recordar 30 años para vivir 65 minutos es un espectáculo brillante que no resiste clasificaciones –¿performance con un guión extremadamente pre- ciso y complejo?, ¿biodrama altamente ficcional?, ¿obra de teatro autobiográfica y en permanente mutación?– e invita a múltiples interpretaciones que no requieren de especialistas. Esto es así porque el argumento es muy sencillo: Marina Otero repasa, cronológicamente, su historia personal desde su infancia hasta sus actuales 30 años, el presente en que se encuentra con el público. Aparecen sus padres, hermanos, amiguitos, novios, contratos laborales, casas, borracheras, viajes, mudanzas. Esta narración se construye a través de un collage de fotos –las cuales ya se pueden curiosear, impresas y amarillentas, antes de entrar a la sala del teatro–, filmaciones –por ejemplo, de sus cumpleaños infantiles–, grabaciones so- noras en casetes y relatos de momentos de su juventud y madurez. Algunas escenas –sean de obras de danza o teatro en las que ha participado, sean de situaciones personales, amorosas, profesionales– son actuadas o sintetizadas a través de metáforas visuales. A menudo, la intérprete pide la colaboración de personas de la platea, para tomar el rol de, por ejemplo, sus novios/ amantes, a los que de manera genérica llama Pablo, para evitar referencias directas a los involucrados en la realidad. La realidad, esa materia quijotesca que Otero exhibe como una pura construcción, combina ternura y patetismo.
Marina Otero construye un personaje de sí misma, y esa operación es espejo de cada uno de los espectadores, que construyen sus personajes de arquitecto, docente, madre, novio, etc. Recordar 30 años para vivir 65 minutos se vuelve una clase magistral sobre cómo hacer, de la obser vación y exhibición de la propia vida, una obra de arte. El anti Gran Hermano.