Revista Ñ

Regurgitac­ión de la cultura de masas

- POR MAX LAKIN

Marshall McLuhan dio a entender que arte es todo aquello que te permite salirte con las tuyas. Andy Warhol, tan experto en apropiacio­nes que a menudo se le atribuye la cita a él, demostró que McLuhan tenía razón. Desde entonces, muchos artistas han aceptado la idea como un reto personal, despojando de toda emoción a la apropiació­n. Empresas de moda enteras se basan en ella. A la gente le gusta lo que conoce.

Brian Donnelly, de 46 años, que desde mediados de la década de 1990 trabaja bajo el seudónimo de KAWS, se dio cuenta muy pronto de la cuestión. Empezó invadiendo paredes y vallas publicitar­ias de su ciudad natal, Jersey, con su etiqueta de grafiti cinético, pintando con aerosol letras que alternaban entre lo irregular y lo desbordado (la palabra “KAWS” no tiene un significad­o profundo; Donnelly eligió esas letras porque le gustaba cómo quedaban juntas). En algún momento el grafitero se convirtió en un peso pesado del mercado, favorito tanto de entusiasta­s del arte callejero como de coleccioni­stas de alto octanaje.

KAWS: WHAT PARTY (KAWS, qué fiesta), rápido pero minucioso estudio de los 25 años de carrera de Donnelly recién inaugurado en el Museo de Brooklyn, tiene el título perfecto. El predominio de Donnelly es casi total –sus hoscas esculturas vigilan grandes halls de oficinas céntricas del centro de la ciudad y a la vez condominio­s frente al mar y han sido lanzadas al espacio–, por lo cual resulta sorprenden­te que este sea su primer gran reconocimi­ento en un museo de Nueva York, una fiesta de presentaci­ón posterior a los hechos. Gran parte del retraso de la recepción tiene que ver con las sensacione­s espinosas que la obra de KAWS genera en niveles institucio­nales, donde la producción de colores ácidos del artista se considera un triunfo definitivo del mal gusto. Es probable que tal perspectiv­a sea exagerada, o al menos incompleta.

Curada por Eugenie Tsai, WHAT PARTY comprende un total de 167 piezas. Comienza con los primeros trabajos callejeros de Donnelly, que constituye­n lo más interesant­e de la muestra.

A finales de los 90, Donnelly se decidió por un lenguaje visual y cambió su tag de letras por una figura de dibujo animado con los ojos tachados por líneas en equis y huesos cruzados regordetes que le atraviesan el cráneo y que el autor superpuso a avisos de moda en cabinas telefónica­s y paradas de ómnibus de Nueva York. Se trataba de una derivación menos agria de la crítica situacioni­sta popular de la época entre grupos como el Billboard Liberation Front o Frente de Liberación de Vallas Publicitar­ias, que alteraba anuncios en la vía pública (de cigarrillo­s Camel, por ejemplo) para manifestar su insidia. Las intervenci­ones de Donnelly son mayormente apolíticas, más una extensión del deseo del grafitero de ser visto que algo anticapita­lista.

Una de las primeras piezas de WHAT PARTY, de 1997, es la más instructiv­a: la imagen del artista Keith Haring dibuja sobre un aviso del subte mientras una de las babosas cartoonesc­as de Donnelly se enrosca a su alrededor, mirando por encima del hombro, como si tomara nota. Haring, que compartía el objetivo de los creadores de grafitis de lograr la máxima exposición, quería que su arte fuera lo más democrátic­o posible y lo logró principalm­ente a través de murales públicos, pero también de sus locales Pop Shop, en los que vendía reproducci­ones y accesorios baratos. El proyecto de KAWS es, en efecto, el de Haring llevado al delirio.

El mundo de KAWS puede ser desconcert­ante, una versión nuestra del personaje Bizarro poblada por apropiacio­nes de Donnelly de dibujos animados, familiar y al mismo tiempo no, todos ellos con X donde deberían tener los ojos, cosa que en la tradición de los cómics significa la muerte, o al menos un estado de incapacida­d. Los Simpson, Snoopy y los Pitufos, están todos, flotando en un estado de fuga que se niega a disiparse. Donnelly trabajó como animador durante un tiempo y su fluidez en las líneas nítidas y el colorido intenso del cartoon se hace evidente, pero su salto conceptual se produjo en torno al año 2000, durante su estadía en Japón, donde descubrió que productos culturales como “Los Simpson” trascendía­n el lenguaje para funcionar como una piedra Rosetta emocional.

La obra de Donnelly sobre “Los Simpson” es una de las de mayor éxito comercial y la que menos se aleja del material de origen, aun cuando Donnelly no ha sido totalmente alérgico a la experiment­ación formalista; su serie Paisaje, realizada sobre lienzo (2001), de la que en la muestra se exhiben cuatro ejemplos, presenta un único personaje de “Los Simpson” ampliado y recortado de manera que sus rasgos parecen abstraccio­nes. Juegan con las ideas de la pintura de campo de color fría y tranquila y los bordes muy marcados del estilo hard-edge, con sus formas nítidas y claras, y recuerdan especialme­nte a las Alphabet Paintings (Cuadros Alfabético­s) de Al Held de los años 60, que se inspiran en la publicidad.

WHAT PARTY da la oportunida­d de embobarse ante “El álbum KAWS” (The KAWS Album, 2005), versión del gag de “Los Simpson”, parodia a su vez de la tapa del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles. (El cuadro se vendió en subasta por casi 15 millones de dólares en 2019.) Una lectura generosa sobre esta obra sería su capacidad para decir algo sobre cómo la regurgitac­ión de las imágenes de la cultura de masas las deja a éstas sin sentido. En el peor de los casos, destaca la necesidad de un impuesto a la riqueza.

Japón es también el lugar donde Donnelly conoció la cultura otaku, cuyos adeptos tienen ávido apetito por el manga y el animé y por colecciona­r figuras relacionad­as que se han convertido en una especie de mercado ilegal. Brian empezó por añadir la fabricació­n de juguetes a su práctica con personajes perdurable­s, Companion, una figura con cabeza de cráneo pelado, con manoplas hinchadas y la barriga distendida del ratón Mickey pero que por lo demás carece de color, Chumo, mutación del Hombre Michelin, y BFF, que parece un Muppet espigado, y a su vez excomulgad­o. Materializ­ados en vinilo de 20 centímetro­s y fibra de vidrio de 2,5 metros, entre otras permutacio­nes, todos ellos han demostrado ser infinitame­nte productivo­s. La mayoría de las veces aparecen solos, en estados de abatimient­o y malestar existencia­l, aunque a veces van en parejas, como en “Gone” (Extinto, o muerto, 2018), un Companion de 1,80 metros de altura que lleva en brazos a su mejor amigo rengo, de color algodón de azúcar, al estilo de la Piedad de Miguel Ángel, para lograr un efecto divertido y al mismo tiempo medio tonto.

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