Weekend

Una mirada al Chaco escondido.

Fauna Fa nativa, historias his de guerra y uuna gastronomí­a gourmet go donde brillan pescados pe de río.

- Por Pablo Donadío.

Isla del Cerrito: fauna nativa, historias de guerra yunag astronomía gourmet donde brillan pescados de río.

Del otro lado de Paso de la Patria, donde los festejos y el turismo llegan unos tras otros, la Isla del Cerrito aguarda con calma. La localidad chaqueña sabe de su potencial, y avanza sobre propuestas que suman salidas a su naturaleza aún poco explorada junto a servicios de hospedaje y gastronomí­a destacados. Pero lejos de querer parecerse a su vecina correntina, no sólo se afianza en su estratégic­a ubicación en la conf luencia de los ríos Paraguay y Paraná, sino en la riqueza patrimonia­l de sus edificios y un caso urbano que fue tanto un antiguo leprosario como escenario de la Guerra de la Triple Alianza.

Desde lo alto

Ubicada a 60 kilómetros de Resistenci­a, Cerrito es conocida por muchos pescadores, pero apenas eso. Sabiendo de su potencial, el distrito se ha puesto en marcha para ofrecer mucho de lo que guarda tras bambalinas esta colina que emerge curiosamen­te en territorio­s llanos.

En los últimos tiempos, su costanera es un llamador para los amantes de la naturaleza, que pueden caminar de punta a punta por un corredor hasta la fotográfic­a capilla de la Virgen del Pilar, usar las pasarelas de madera para admirar el más imponente Paraná desde lo alto, y acercarse a las parrillas a ver qué tal marcha el asado, mientras se prueba suerte con la caña desde los barrancos donde los manduré parecen venir a saludar. Y ahora suma también un recorrido más claro por sus edificios históricos. Ocurre que la isla, cercada por los dos grandes ríos y el cambiante arroyo Guaycurú, fue una de las principale­s bases de Brasil, Uruguay y Argentina en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) librada contra Paraguay. Un punto nodal para hacer frente a la fortaleza de Itapirú ubicada justo enfrente de nosotros. “Restos del antiguo taller mecánico, del astillero, el hospital, la iglesia y el fuerte de altura son parte del patrimonio que hoy se ha reutilizad­o”, cuenta la guía Mariela Pedelhez.

Reliquias de guerra

En el museo, antigua sede de la gobernació­n regional tras la guerra, hay cantidad de objetos pertenecie­ntes a los cuatro ejércitos hallados en las costas tras las bajantes del río. “Pero la cosa no termina ahí: Cerrito fue durante buena parte del siglo XX la sede de la Colonia Regional de Leprosos”, agrega Pedelhez. En

esa veintena de edificios militares de teja francesa estaba el hospital Maximilian­o Aberastury, el primer centro modelo en el país para el tratamient­o de lepra, donde se atendían enfermos de Formosa, Corrientes y Chaco. Poco a poco, en los alrededore­s fueron instalándo­se pobladores urbanos, en su mayoría familiares o enfermos ya recuperado­s, y así Cerrito creció a la fuerza.

Hoy, las iniciativa­s apuntan a poner en valor esa historia y sumar la increíble naturaleza que rodea la isla con salidas “a lo Iberá”. Un buen ejemplo es su hotel de pesca El Guáscara, que a

chefs han elaborado tras sus cursos de recetas tradiciona­les”, explica Eric Beligoy, del gobierno provincial. Se trata de una iniciativa motorizada por los ministerio­s de Turismo y Trabajo para promover empleos a raíz del Torneo Internacio­nal de la Pesca del Dorado con Devolución celebrado cada septiembre, pero también en busca de la permanenci­a de buenas prácticas en materia de elaboració­n de menú, cuidado de los productos y normas de higiene y seguridad. El surubí relleno o un dorado a la parrilla con mandioca y hortalizas son parte del deleite en las mesas locales.

Más alternativ­as

Decisiones paralelas, como dar vida al trencito de trocha angosta que recorría instalacio­nes dejando comidas y suministro­s en el entonces leprosario, o sumar la Segunda Pesca Variada Embarcada con Devolución (15 y 16 de julio) a su gran fiesta del dorado, intentan generar visitas diversas y romper con la estacional­idad.

Las 12 hectáreas rodeadas de lagunas, bañados y zonas anegables de Cerrito van acorraland­o su casco urbano donde se concentran 2.000 habitantes y mucho de su encanto en la Punta Norte, el mirador de los dos grandes ríos. Pero no todo está allí. Un poco más lejos, donde otros 500 pobladores se dispersan en chacras y montes, los pájaros cantan y vuelan sobre la selva, y yacarés, carpinchos, ciervos y víboras inmensas conviven en campos sembrados de mandioca, zapallo, batatas y cítricos, la isla se mues-

tra salvaje y atractiva. Allí está el campo de Eduardo Mendoza, uno de los timoneles emblema del lugar. En su lancha rodeamos la isla Brasilera y Guáscara, atravesand­o la confluenci­a hacia la boca del arroyo Guaycurú, donde la moderna lancha toma actitud de bote y, sigilosame­nte, se abre paso con un palo.

Más y más fauna

De a poco, el cauce se torna más angosto, y los sonidos de pájaros llegan al oído mientras nuestros ojos ubican a unos monos carayá sacudiendo ramas. Un martín pescador pasa rasante y se detiene en un tronco, y una lavandera se posa sobre un delgado tallo, comproband­o que el avistaje de aves es una actividad a explotar. En eso, nos damos cuenta de que no se trata de un tronco aquello a lo que nos acercamos, sino de una especie de boa gigante enroscada. “Tranquilo chamigo que es venenosa, es de las que te aprietan nomás”, dice Mendoza como si eso fuese tranquiliz­ante. Vemos carpinchos, y saltos en el agua dan cuenta de grandes peces. Ya sobre el recorrido final empieza el show de los yacarés: primero son dos hermanos bebes, uno de los cuales huye mientras el otro se queda ignorando la lancha y el clic de las fotos. Luego, vemos un juvenil algo escondido y cubierto de barro. Y, sobre el final, entre camalotes y flores violetas, la figura intimidant­e de un adulto. “Este es overo, así que mejor no me acerco tanto”, dice Mendoza. Según sus ex traños parámetros, mejor hacerle caso.

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isla, una lavandera y víbora en la salida por el Guaycurúa, y Eduardo Mendoza cosechando mandioca en la zona más rural de la isla.
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Escondido entre las plantas acuáticas, un yacaré aguarda nuestro paso. Al lado, el edificio de bienvenida a la
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De izquierda a derecha: el antiguo crematorio, hoy biblioteca popular. Mendoza y Beligoy camino a la confluenci­a. Y el trencito de trocha angosta que recorría el antiguo leprosario.
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