Juan Riquelme Rumbo al puerto
Der Lotse, der die Schiffe sicher in den Hafen von Bilbao führt.
PPara acceder a su puesto de trabajo cuando tiene guardia y le asignan un barco que está a punto de acercarse al puerto, Juan Riquelme sube por una escala de cuerda con varios apoyos de madera y una altura, a veces, de dos, tres o más pisos. La aventura comienza en el “vaporcito”, una embarcación con 14,5 metros de eslora, motores de 400 caballos y el casco reforzado –que antiguamente funcionaba a carbón– desde la que Riquelme accede al buque. El momento crítico casi siempre es el del abordaje: cuando una ola inesperada o un resbalón pueden acabar con un hombre al agua; o lo que es peor: con una costilla hecha trizas; o lo que es aún peor: con una muerte por hipotermia. Pero alguien como Riquelme –camisa blanca, gorra a lo capitán Haddock, voz de barítono– está acostumbrado a lidiar con la amenaza de un accidente cada vez que un barco se mueve.
Su misión es dar las instrucciones precisas desde el puente de mando, para que el barco no encalle durante la marea baja ni se lleve un muelle por delante, descontrolado, con la fuerza de 80 000 o más toneladas de fierro. Y hacerlo una y otra vez sin cometer errores de bulto en un puerto como el de Bilbao, repleto de trampas –bancos de arena, dobles corrientes o fuertes vientos–, es una proeza que se ha vuelto cotidiana de tanto que se ha repetido. A Bilbao entran barcos de todo tipo: graneleros, quimiqueros, portacontenedores y gaseros, por ejemplo. A los encargados de dar las indicaciones a los capitanes durante el atraque o en el desatraque los llaman prácticos, y Riquelme, que está a punto de cumplir 70 años, es