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En septiembre pasado, Andrés Zaldívar (80) fue a un control por un cálculo a la vejiga del que fue intervenido el año pasado; ocasión en la que el médico le sugirió hacer una ecografía para mayor seguridad. Al finalizar el examen, el senador recuerda que le pidió al doctor que le adelantara algo de lo que había observado, ya que dentro de seis días viajaría a un congreso en Azerbaiyán, por lo que quería estar tranquilo. Para su sorpresa, éste le aconsejó suspender el viaje de inmediato, pues en la imagen aparecía algo extraño —de un centímetro aproximado— en su vejiga.
“Hasta ahí estaba tranquilo, me preocupé claro, pero nunca imaginé que sería de tanta trascendencia como para tener que someterme a una operación”, recuerda el parlamentario a quien no le acomoda hablar de un tema tan privado. Sin embargo, a lo largo de la conversación se fue abriendo, dejando entrever los miedos e inseguridades que lo invadieron en esos días.
Sentado en el living de su casa, con cinco kilos menos aunque de buen semblante y ánimo, Zaldívar continúa su relato, bajo la mirada de su mujer Inés Hurtado quien, unos metros más allá, sigue atenta la conversación y cada tanto se incorpora para explicar detalles de esta dolorosa experiencia familiar. “Cuando hablé con mi especialista de cabecera me dijo que me fuera de inmediato a la clínica, donde me hizo una serie de esos exámenes por computación. Sacó lo que tenía que sacar, hizo una biopsia y el resultado fue que tenía un tumor maligno, con el riesgo de estar ramificado”. Un riesgo que, sin duda, era altísimo, ya que tres de sus siete hermanos (Rodrigo, Adolfo y Javier) murieron de cáncer. “Hay un gen familiar. Por supuesto que me acordé de ellos; Rodrigo era el menor, muy partner mío; murió a los 50 de cáncer al páncreas, al igual que Adolfo con quien tuvimos una larga historia en política. Javier murió ya mayor, a los 82... Aquí es cuando uno se da cuenta de lo frágil que es. Siempre he sido muy sano, incluso bromeaba unos días antes con que me gustaría resfriarme para quedarme un par de días en cama, ya que estaba con mucho trabajo en el Senado. En estas situaciones sientes cómo la vida te puede cambiar de un día para otro”, reflexiona.
Con exámenes en mano, Andrés se reunió con su mujer, cuatro hijas y nietos para ver cómo procedían. “Fueron días de mucha tensión familiar, lo que más me preocupaba eran ellos. Algunos querían que me sometiera primero a quimioterapia y después me operara. Yo consulté en todas las clínicas, a Estados Unidos, y con todos los antecedentes, decidí meterme al quirófano”.
Eso sí, el senador se dejó una semana para dejar sus cosas en orden. “Primero me ordené conmigo en lo espiritual. Fui a ver a un sacerdote amigo, a quien le conté lo que me pasaba y la decisión que estaba tomando. Quería estar al día, partir sin cargas. Luego ordené mis cuentas corrientes y resolví un montón de temas pendientes, de tal manera que si me pasaba algo, mi familia no quedara con más problemas además de mi partida”.
En ese lluvioso sábado del 15 de octubre se sometió a una intervención en la clínica Santa María, la cual duró cerca de cuatro horas. “Octubre es una mala fecha para mí: el 15 por primera vez en mi vida me ‘metieron cuchillo’ y un 16 me exiliaron...”, recuerda medio en serio, medio en broma.
Para su fortuna, el tumor estaba encapsulado por lo que no alcanzó a ramificarse. Fue retirado junto con algunos ganglios para evitar que alguna célula cancerígena se propagara por esa vía.
Lo importante aquí —reflexiona su mujer Inés Hurtado—, fue actuar en el momento preciso. “Desde que le detectaron el tumor y se operó, no se demoró nada. Si hubiera esperado 15, 20 días quizás otra habría sido su suerte”.
Andrés le responde: “Y pensar Inés, que estuve tentado en hacerlo. El bicho podría haberse extendido, porque los que están radicados en la vejiga o páncreas —como fue el caso de mis hermanos—, son a veces los más agresivos, los que se expanden con mayor facilidad”.