Buenos Aires exhibe a los artistas que retrataron el fin del sueño americano
Museo de Arte Latinoamericano expone obras de Basquiat, Larry Clark y Nan Goldin. La muestra Bye bye american pie grafica la crisis de la sociedad estadounidense.
R El Han pasado 40 años y aún golpea. Larry Clark era un adolescente de la ciudad de Tulsa, Oklahoma, y mataba el tiempo tomando fotografías de su rutina y sus amigos: consumir drogas, tener sexo y jugar con armas. “Me inyecté con mis amigos todos los días durante t r es años y después me fui de la ciudad”, escribió en Tulsa (1971), el libro donde publicó sus crudas imágenes. Impactaron tanto que ni Andy Warhol supo qué hacer con ellas: decidió no publicarlas en su revista Interview, por ser “demasiado reales”.
¿Cómo fue que el sueño americano se transformó en pesadilla? La muestra Bye bye american pie, del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), grafica la crisis cultural de EE.UU. a través de la obra de siete artistas clave de las últimas décadas: Clark, JeanMichel Basquiat, Nan Goldin, Barbara Kruger, Paul Mccarthy y Cady Nolan.
“Se podría decir que en esta exposición se ha puesto la cultura estadounidense en el diván”, explica el curador Philip LarrratSmith, sobre la muestra que se presenta hasta el 4 de ju-
R nio en la capital argentina. La idea fue hacer un recorrido sicoanalítico y visual sobre qué ocurrió en EE.UU. tras el pop art y la euforia comercial de Warhol. Es un relato en siete capítulos, uno por cada artista, de las contradicciones en la sociedad norteamericana.
Así como Clark, Nan Goldin lidió con la crisis tomando fotos a su mundo privado. Aquí se expone su serie La balada de la dependencia sexual (1978-1996), un diario de la contracultura de Nueva York a través de las fiestas, romances, depresiones, enfermedades y agresiones de ella y sus amigos. Es también un testimonio de los estragos del sida entre la juventud de EE.UU.
Basquiat (1960-1988) fue uno de los primeros artistas en trasladar los códigos del grafiti y de la cultura negra urbana al mercado artístico estadounidense. Aunque fue aplaudido por los críticos y alcanzó el estrellato comercial, la fama solo acentuó sus frustraciones. El éxito comercial lo convirtió en una máquina productora de pinturas, que funcionaba con las drogas como principal combustible. “Debe haberle parecido insoportable ser el artista más de moda, más célebre en el mundo del arte y que todavía le resultara imposible conseguir un taxi en la calle debido a su color”, dice Larrat-smith. Murió a los 27 años de una sobredosis de heroína.
Completa desfachatez
Pero no todos hablan de su propia historia. Barbara Kruger y Jenny Holzer hacen una crítica replicando el uso de textos e imágenes en los medios de comunicación y la propaganda. Kruger reconstruye el lenguaje de la publicidad, con grandes fotografías serigrafiadas que interviene con mensajes irónicos. Holzer también usa textos –en serigrafías o luces led-, pero extraídos de la realidad. “Son de documentos desclasificados del gobierno estadounidense, que revelan los planes de ataque para la guerra en Irak”, explica el curador.
Quizá sea el espíritu de provocación lo que unifique las obras de Bye bye american pie. Esa valentía de mostrar lo que otros prefieren omitir, como las instalaciones de Cady Noland con objetos del white-trash norteamericano y las más oscuras anticelebridades estadounidenses, como las hippies del clan Manson.
El epítome puede ser la obra de Paul Mccarthy que
RR cierra la muestra. Train es u n a e s c u l t u r a mec á n i c a donde un robotizado George W. Bush protagoniza una secuencia sexual tan grotesca como admirable: las figuras, completamente automatizadas y cubiertas de una piel de silicona rosada, se mueven a la perfección. Los ojos miran y los pulmones respiran. “Es una visión escalofriante y barroca”, dice el curador. El efecto final es común a toda la exposición: no se sabe si aplaudir o arrancar espantados.
RR