La Tercera

Todo lo que ocurre en el aeropuerto para que un vuelo despegue

Unas 200 personas, entre personal de la aerolínea, de emergencia y de la terminal, trabajan para la salida de un avión en Pudahuel. Entre otras cosas, se detectan casos sospechoso­s de explosivos, aunque por año ocurren dos en promedio.

- Marjory Miranda O.

¿Sabía que para que un vuelo despegue se requiere la movilizaci­ón de unas 200 personas? ¿O que los discos compactos (CD, por la sigla en inglés) son indispensa­bles en un aeropuerto para espantar pájaros? ¿Conoce el trayecto que hace su maleta cada vez que viaja en avión, y que en ese recorrido es inspeccion­ada por un escáner que puede identifica­r trazas de explosivos?

Los usuarios del aeropuerto Arturo Merino Benítez (AMB) sólo transitan por el 10% de la terminal. En los espacios y pasillos donde los pasajeros no tienen acceso es posible responder esas preguntas.

Según explicó el jefe de servicios de tránsito aéreo del AMB, Gonzalo Ugarte, “el vuelo que un pasajero toma hoy, fue programado hace seis meses. Ese es el tiempo establecid­o para que las líneas aéreas informen a la autoridad del aeropuerto el itinerario de sus vuelos. Ahí comienza toda la operación”.

Durante el chequeo de las maletas, la torre de control ya está trabajando ( ver infografía). “Una hora antes del despegue, el piloto entrega un informe que reporta todos los detalles del avión, indicando, por ejemplo, el mantenimie­nto y el llenado de combustibl­e, además de entregar el plan de vuelo con velocidad y altura del viaje. Acá se coordina toda esa informació­n con los datos que entregan otras unidades de la Dirección General de Aer onáutica Ci v i l (DGAC), como lo es meteorolog­ía, que detalla aspectos del cli- ma según la ruta que tomará el avión”, explicó Ugarte.

En el piso donde están los counters para abordar, el personal de cada aerolínea chequea la maleta según la cinta de distribuci­ón que la llevará hacia el compartime­nto de equipaje de la aeronave. En el AMB esto se traduce en bajar desde el tercer piso hasta el nivel de la losa. El viaje se hace por nueve cintas que distribuye­n los equipajes según la puerta de embarque de destino, discrimina­ndo si es vuelo internacio­nal o nacional. Para esto, primero la maleta pasa por un escáner que es capaz de discrimina­r explosivos.

Miguel Morales, jefe de operacione­s de AMB, explicó que “es la primera medida de seguridad que el pasajero no ve. Cuando hay rast r os de un e xpl os i v o, personal de seguridad, que siempre está acompañado de un perro detector de este material, revisa el bulto. Si el perro encuentra algo sospechoso, se llama al pasajero para que abra su bolso”.

Según datos de la DGAC, en un año se pueden detectar en promedio dos casos sospechoso­s de presencia de explosivos. “Lo más común es encontrar trazas en las manillas. Lo que nos ha pasado es que se trata de restos de explosivos que personas que trabajan en mineras y que manipulan estos elementos dejan al tocar sus pertenenci­as, pero de todas maneras, apenas hay una sospecha, se aplica el protocolo de seguridad”, afirma Gonzalo Ugarte.

Terminado el viaje de la maleta, una veintena de fun- es la distancia exigida desde las alas, frente y cola, para evitar contacto con otro avión. cionarios inicia la labor de traslado a los carros y al avión. “Estos bolsos no se almacenan al azar, hay que distribuir­los por cada 500 kilos, unas 25 maletas aproximada­mente, dependiend­o de sus dimensione­s. Lo mismo ocurre con la carga (encomienda­s)”, dijo Ugarte. En muchas ocasiones, y ya con los pasajeros embarcados, la aerolínea solicita la presencia de personal de seguridad y un carro contra incendios. Esto es obligatori­o mientras se carga combustibl­e.

A esto se suma el personal de remolque, ya que l os aviones no andan marcha atrás y es una grúa la que los posiciona con dirección a la pista de despegue.

Paralelame­nte, personal de seguridad se divide en turnos para cuidar las pistas de aterrizaje y despegue. La idea es hacer ronda todo el día por el sector, con sirenas de ruido, para evitar que conejos y perros vagos ingresen a la losa. El principal problema, dice Rodríguez, son los pájaros que se posan en la pista. Para evitar esto, en todos los costados de la losa el aeropuerto instaló espantapáj­aros hechos de dis- cos compactos. Se trata de una estructura parecida a un telar que en el medio tiene unido varios CD, pues “el reflejo con el sol hace que los pájaros se vayan”, explicó el jefe del recinto.

El monitoreo no termina ahí: una vez en el aire, la torre de control pasa el mando al centro de control de área, cuya oficina ni siquiera está en el aeropuerto, sino en calle San Pablo. El objetivo de esta unidad es mantener a la aeronave en una burbuja de seguridad de 300 metros hacia arriba y abajo. Eso, hasta que abandona el país.

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