La Tercera

Un chico demasiado listo

- Andrés Benítez

PUDO HABER sido cualquier cosa, pero le gustan los negocios. Una maldición para la familia. Intentos de redimirlo hubo. Estudió Ciencias Políticas, lo pusieron a trabajar en la campaña y terminó instalado en La Moneda, en la oficina de la Primera Dama. Pero nada de eso sirvió. Al hijo le gustan los negocios. Peor aún, las pasadas, esas donde uno gana mucho haciendo nada. Crear proyectos o empleos no es lo suyo.

Encontrar un dato, comprar barato y vender caro es el nombre del juego. Y si para aquello hay que usar un poco de influencia, como reunirse con el dueño del banco, no hay problema. Un llamado basta. Para algo son los contactos, el poder. Y si así se puede ganar más de dos mil millones de pesos, entonces el esfuerzo vale la pena.

Eso hasta ayer, cuando tuvo que renunciar. La presión era insostenib­le. Se había quedado solo. Leyó un breve comunicado, donde si bien pidió disculpas y señaló que no ha cometido ningún ilícito, en nada aclaró lo sucedido. Nunca se refirió al conflicto de interés, al abuso de poder e influencia­s que representó la operación. Por eso, este es un caso que sigue abierto, pese a que dio un paso al costado.

La situación de Sebastián Dávalos es devastador­a para la Nueva Mayoría. De alguna manera representa todo lo que han criticado a la derecha, a los empresario­s y a todos aquellos que se oponen a su visión del país. “Es un ejemplo de las desigualda­des que se viven en el país. Por eso estamos luchando con emparejar la cancha para todos”, no dudó en decir el ministro de Hacienda subrogante al referirse al caso. Claro, nunca nadie imaginó que el ejemplo iba ser el propio hijo de Bachelet.

El silencio de la Presidenta es, de seguro, indignació­n. Con su hijo y con los que hoy lo critican, esa condición natural de la madre que quiere ser firme, pero que también debe acoger. No lo puede abandonar ahora que todos lo atacan. Pero tuvo que actuar, porque al final ella es la Presidenta y se debe al país. Aunque duela. Quizás ahora piense que no debió ser tan dura con los empresario­s, metiéndolo­s a todos en el mismo saco. O que se le pasó la mano al demonizar el lucro, incluso cuando es legítimo. O de acusar permanente­mente a sus opositores de tener conflictos de interés. Pero aunque sea así, ya era tarde. El daño estaba hecho, y sus socios no estaban dispuestos a bancarse el costo de mantenerlo en La Moneda. Así las cosas, tuvo que ceder.

Viene un camino duro. No basta que el hijo renuncie. Quedan demasiadas preguntas abiertas y la presión no bajará hasta aclarar los hechos. Falta lo más importante: la trasparenc­ia que prometió el Gobierno. Y la teoría del empate que ya intentaron ayer algunos oficialist­as, no funcionará como tampoco le resultó a la UDI. La gente quiere claridad en este y otros casos. Si no es así, esto será siempre una sombra para la Presidenta. Cada vez que hable de inclusión, de terminar con los privilegio­s, de emparejar la cancha, le recordarán lo sucedido. Que tiene tejado de vidrio. Puede que no sea su culpa, pero es la madre, y que el chico le salió listo, demasiado listo, es algo que es claro para todos. La renuncia de Sebastián Dávalos no es suficiente, pues falta lo más importante: la transparen­cia que prometió el Gobierno.

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